sábado, 31 de agosto de 2013

GONZALO ROJAS




Cítara mía, hermosa...



Cítara mía, hermosa
muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales desnudos.

Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane
la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
para que el mismo Dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.


RICARDO PEÑA




Aquella flor de luz inmarcesible...



Aquella flor de luz inmarcesible
recogida en su vuelo de armonía.

Sobre campo de nieve oscurecida
la sangre oculta de su rostro en llamas.

En la cumbre más alta, donde el aire
se prende y se entrega en cada rama.

Más pura que el azar y la agonía
de las absurdas noches que nos llaman.


ALI CHUMACERO




Elegía del marino



Los cuerpos se recuerdan en el tuyo:
su delicia, su amor o sufrimiento.
Si noche fuera amar, ya tu mirada
en incesante oscuridad me anega.
Pasan las sombras, voces que a mi oído
dijeron lo que ahora resucitas,
y en tus labios los nombres nuevamente
vuelven a ser memoria de otros nombres.
El otoño, la rosa y las violetas
nacen de ti, movidos por un viento
cuyo origen viniera de otros labios
aún entre los míos.
Un aire triste arrastra las imágenes
que de tu cuerpo surgen
como hálito de una sepultura:
mármol y resplandor casi desiertos,
olvidada su danza entre la noche.
Mas el tiempo disipa nuestras sombras,
y habré de ser el hombre sin retorno,
amante de un cadáver en la memoria vivo.
Entonces te hallaré de nuevo en otros cuerpos.

De “Imágenes desterradas”


GABRIELA MISTRAL



  
El Dios triste



Mirando la alameda, de otoño lacerada,
la alameda profunda de vejez amarilla,
como cuando camino por la hierba segada
busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.

Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto
por la alameda de oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto
¡y lo conozco triste, lleno de desaliento!

Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que cantara de locura embriagada,
no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa, la mejilla cansada.

Se oye en su corazón un rumor de alameda
de otoño: el desgajarse de la suma tristeza;
su mirada hacia mí como lágrima rueda
y esa mirada mustia me inclina la cabeza.

Y ensayo otra plegaria para este Dios doliente,
plegaria que del polvo del mundo no ha subido:
“Padre, nada te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido.”



ELVA MACIAS




Breve fundamento para una ciudad



Amanecimos
con la mirada abierta
contra el viento.
Trazamos un haz de luz
desde el centro de nuestros ojos
hacia el valle.
Amantes contemplamos el paraíso
desde la bóveda donde trasiegan
espíritus como insectos.
Me arrullas
me colmas de adornos y agasajos,
me instas a fundar una ciudad
y a compartir la generosidad de nuestras tierras.
Apresuras mis pasos entre los sacabastos
de altos penachos ondeando al sol,
nos escabullimos de la mirada de los negros
que danzan con la marimba
haciendo agua su boca
haciendo agua su pie.
Tomas mis manos
y depositas tu camisa de verano
te plantas en el remanso
de los ríos que se juntan
en cuyo centro albean pequeñas piedras
que vienen a chocar en mi vientre.

Este es el sitio.
Este es el lugar.

Cien años después amanece y las fachadas se
    descubren
como mujeres que han pasado la noche en su sitio.


MARGUERITE YOURCENAR




David



Un duro tallador de piedras ha desgajado mi cuerpo
de este bloque atormentado por un alma insatisfecha.
Soy un pastor y seré profeta; me bastará
un guijarro para derribar al más fuerte.

Pero ¿a qué debo mi ambición, a qué tanto esfuerzo?
Si más allá del éxito percibo mi derrota
y, con las cejas fruncidas, me retiro del festejo
al sentir sobre mi virtud el remordimiento.

La culpa y la desdicha pudrirán mi victoria;
Jehová soltará sus perros expiatorios;
mis músculos se crispan; sé demasiado; he luchado
    demasiado.

El grito de mi dolor colma el espacio
y la honda que gira en mi agotada mano no puede
lanzar mi corazón contra el Dios que me ha tentado.