sábado, 2 de noviembre de 2013

YOANDY CABRERA



En los altos trirremes
…y que finalmente los medos pasarán…
 Kavafis. “Termópilas”


I

El canto de la espuma lo revela
la soledad razona sonríe
imagina el regreso de las naves

La soledad soñó a Atenas
no fueron los persas quienes anclaron en el Falero
fue el pasto férreo del silencio
el aire hiriente que hoy golpea el cristal

Podría permanecer la tarde
ungiéndome con aceite en la soledad del cuarto
o peinándome como un joven griego antes del combate

He de rozar la transparencia
la batalla buscar mi cadáver en los transeúntes

La soledad ancló en aquellas ruinas
hoy lo hace en mi pecho ermitaño
no fueron los persas frívolas criaturas
amantes como nosotros de poder y culto

Mis labios enhiestos esperan el ancla
no al mortal moribundo que finge existir
ni los carros extranjeros
que me obligaron a escapar
con los míos en los altos trirremes.

II

Nada puede hacer ya el hombre en mi contra
sólo lo incorpóreo
ni el mármol
ni los rostros efímeros
sí la belleza
eso que en el éter se deshace
y eternamente vuelve



OMAR PÉREZ





Etnos



Veamos si es fácil apagar un fuego
veamos si es fácil encenderlo.
La otra noche, pues, como sabes,
a todo animal es difícil dormir en luna llena,
recopilé estas palabras para ti, hermano,
anagramas en griego
como un recogedor de cabos de cigarro
y concluí con esta voz: ekkentrikos.
Pues, como sabes, a todo animal es diskolo
a veces tan excéntrico dormir en luna llena
atar cabos feliz y determino: thelos
pues, como sabes, el destino incruento del logos
es hallar en la vida una ceniza ardiendo.
El amor, madre, a la tierra
veamos si es fácil apagarlo
veamos si es fácil encenderlo.



JOSÉ ÁNGEL BUESA




Viejo lobo de mar



Viejo lobo de mar, de sed sorda y violenta:
El humo de tu pipa tiene olor a tormenta.

Si relatas tus viajes ya nadie te hace caso,
porque siempre naufragas en el fondo de un vaso,

y cada travesía concluye como empieza:
en espuma de mar o espuma de cerveza.

Viejo lobo de mar: quédate en tu navío,
y escupe hacia la noche tu rencor y tu hastío.

La tierra te rechaza, viejo lobo sediento,
pues ya, como las velas, perteneces al viento;

y la mujer desnuda que adorna tu tatuaje
hoy duerme con un hombre que no se va de viaje.

El amor es un surco que florece o se cierra,
y tú, al vencer el mar, naufragaste en la tierra.

No, viejo navegante: quédate en tu navío,
y llena de humo amargo tu corazón vacío.,

y esconde, en una risa de dientes incompletos,
la pesadumbre inmensa de tu vejez sin nietos.

Vuélvete a tu guarida, lobo de pelo cano,
Para morir la muerte del que ha vivido en vano;

¡y córtate esa mano que no supo sembrar,
porque ya, para siempre, perteneces al mar!




CHARO GUERRA





La mano…


La mano
acariciando a la otra mano. Detenida en el límite. Avisada por sí misma.

La mano escudándose en la voz que sobreentiende. Alianza de la voz que se distrae. Conversaciones que fragmentan la sustancia de dos cuerpos en apariencia íntegros.

¿Cuánto puede demorar una mano en otra mano, sin que esta comience a sospechar de la textura que le entrega, absorta en otra piel como en un acertijo?

Risa cómplice del mínimo delito. Levísimo y vibrante roce que sobrepasa lo sensato.

Ataduras casuales, amor táctil, improbable, irreal. Sucesos inocentes de la proximidad. 

Dato inútil –público– que nadie irá a reconstruir más que las manos luego.

Vacías, en el acto de repetir el gesto. A solas. Intenso sensual que multiplica esos espacios fulgurantes, inasibles en la sustancia de otro cuerpo.



CÉSAR LÓPEZ




[Si hubiera sido posible...]



Si hubiera sido posible detectar previamente su existencia, su rostro.
un gesto leve de la mano o algo, al menos, en su manera de hablar.
Si alguien hubiera descubierto el modo de eliminarlos para siempre.
Si, en fin, borrados ya, no continuaran siendo estorbo, peso muerto
y doloroso para muchos.
Quizá en la ciudad no hubiesen aparecido, no hubiera habido que sufrir sus
hechos.
Pero resulta que existen, saltan como liebres y como ellas
se multiplican y perturban donde menos se piensa.
y están, entonces, desde la sombras señalando
no importa qué mentira, certeza, odio, cualquier marca.
Tomaron por asalto la ciudad. Aprovecharon su descuido.
Se instalaron.
Desde la infancia, desde los siglos eran admitidos; y en los bancos
de todas las escuelas, en las primeras filas o en las calles de tierra o de
cemento,
tuvieron siempre el ademán, la mano lista para levantarla:
Señorita, fue Juan, fue Pedro, fue María. Y como entonces,
más allá del detalle de la acción, puede que sucediera
que no fueran ni Juan, ni Pedro ni María.
Aunque el tiempo ha pasado y las cosas no son como eran antes.
estas gentes siguen haciendo de las suyas.
Son los acusadores que se alzan contra muchos, no importa
que existiera una razón, ellos torcieron la verdad, inventaron,
magnificaron riesgos y se han ido escudando tras el peligro grande,
cierto, que amenaza a todos.
El señor director, el compañero director de un centro de becados,
tiene un carácter recio, una moral sin tacha y no podría admitir ninguna
falla.
Su tarea consiste, según atribución propia y sostenida
por algún semejante que ordena más arriba,
entre otras cosas, en despreciar la honestidad, la palabra, el trabajo.
Para entender, no se trata siquiera de hurgar en el pasado,
de ver lo que se esconde tras el filo de sus inmaculados pantalones
de dril cien muy bien almidonados.
Quien lo contempla sabe cómo agrega a una falta,
cuando juzga la mierda, la carroña de su vida
y está dispuesto
a destruir el nombre, el pedazo
más noble de cualquiera.
¡Ay de la ciudad que sufre los escarnios! ¡Que se humilla en silencio!
¡Que soporta familias asombradas, y no entiende las nuevas
persecuciones y castigos!
entonces el alumno Juan Jacobo fue arrastrado,
literalmente humillado, fuera de los suyos, llevado a extraños
lugares de hacinamiento y odio que nunca debieron existir.
Fue condenado. Aquel indefenso muchachito
que conocía todos los sitios de la geografía, el rigor
de los campos bajo la lluvia, entre los cafetales del trabajo,
el hambre en el antiguo exilio de sus padres, el miedo
a no ser todo lo que el momento y él mismo le exigían.
Aquel joven fue cercenado.
Hubo complicidad, más que silencio, el gesto torvo y hasta el chiste más horrible y obsceno.
El señor director se pavoneaba, gritaba
apoyado en una supuesta interpretación correcta de la historia
¡También ese! ¡También! (Muchedumbre de gritos y ademanes).
Naturalmente, dijo, que jamás en su vida había temido esa clase de desviaciones.
agregó entonces una risa de anuncio de hormonas masculinas, se tocó el sexo.
es cierto que con cierta dificultad o recato, no se sabe
si motivado por el excesivo almidón de sus pantalones
o por los cincuenta y tantos años que carga entre las piernas.
El alumno Juan Jacobo tenía apenas diecisiete años recién cumplidos.
Casi pudo haber muerto, además de su vida tronchada por un tiempo o tal vez para siempre.
Mezclado a otras gentes ya no humanas.
Con las vergüenzas a cuestas. Inútil. Víctima como tantos.
El señor director fue promovido, y paradójicamente, entre homenajes,
un teatro de la ciudad lleva el nombre de un maricón famoso.


LUIS MARRÉ




Canción


Compañero, tus ojos
No pueden ser cerrados.
Que tú veas el sol
Sin nubes, si yo caigo.

Compañero, mi madre
No ha de perder su patio.
Que no le falten rosas
Ni albahaca, si yo caigo.

Compañero, el fusil
No temblará en tus manos.
Que no se quede mudo
Mi fusil, si yo caigo.