Ahora
ondea
en
la montaña
un
asequible fulgor
deportivo—
tejidos
sintéticos
cubriendo
vuestra
homogeneidad
de
especie
sin
apenas pelaje..
De:
“La parte blanda”
"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
Ahora
ondea
en
la montaña
un
asequible fulgor
deportivo—
tejidos
sintéticos
cubriendo
vuestra
homogeneidad
de
especie
sin
apenas pelaje..
De:
“La parte blanda”
VEINTISIETE
DE ABRIL
El
sol es un coágulo de sangre
que
me lleva a pensar en Ferrater:
Menstrúa
el día
y un
semáforo en rojo nos impide pasar.
Esperamos.
La
sangre tarda veintitrés segundos
en
recorrer el cuerpo.
En
algo más llegamos a tu casa.
Señalas
un solar en construcción
y un
camión que pasa a nuestro lado
no
me ha dejado oír lo que decías.
Te
sonrío.
Me coges de la mano.
Él
sabía que el pulso es una opción:
¿O
acaso decidir la propia muerte
no
es un acto de fe
en uno mismo?
No
te preocupes.
Soy
demasiado joven para huir.
Y
hoy prefiero tu casa,
los
treinta y siete dulces horizontes
que
la persiana deja
sobre tu piel
desnuda:
Son
un paso de cebra hacia la vida.
2.
Anna
es el silencio
el
viento sur hizo hueco bajo su camisa,
ya
gastada,
la
acompañó
en
la pérdida
con
su ausencia
detenida
mirando
el mundo
intentó
agarrarse de un gesto
durante
soledades
que
pudiera llamar propio
aunque
viniera de lo ajeno
en
nuestro lugar y tiempo
usa
su voz
para
atraer su presencia
y a
su niña
que
la mira inalcanzable
Anna
busca una escritura
que
la traiga al mundo
Pasaje
de desintoxicación
inspirado en William Brewer
Encontrás
cucharas por todas partes:
debajo de los armarios de la cocina, dentro de los edredones,
hurgando entre los calzoncillos. Ayer,
te sentaste en el sofá y descubriste que las cucharas
habían reemplazado el relleno. Abriste lo cojines,
sacaste cientas de ellas. Este es un proceso de limpieza.
Solo
soñás con el metal. El pastor te dice:
“Esto es normal. Simplemente tenés que deshacerte de las cucharas”.
Lo aceptás, pero el fregadero se sigue llenando de plata.
La ducha escupe argento. “Librate de la tentación,
hijo mío”. El pastor tiene los ojos verdeazules de nuestro padre.
Escuchás
y asentís: hay que tirar todas las cucharas de la casa.
Le decís al pastor que podés hacerlo. Creés
que podés hacerlo. “Dios está con vos, hijo mío”.
Los espasmos en tus brazos y dientes comienzan
a desaparecer. Todo lo que tenías que hacer era deshacerte
de la
tentación. Agradecés a Dios por la nueva fuerza,
inclinás tu cabeza para rezar por mejor,
más limpio, pero cada vez que cerrás
tus ojos
ves esa curva de plata
y te quedás ahí.