viernes, 7 de abril de 2017


ALFONSO CORTES




Eva



Adán sintiéndose ardiendo en deseos distintos
a todos los deseos que colmaban su infancia,
su ser se bañó en la onda de una extraña fragancia
y lanzó —ansiosa y trémula— una mirada nueva,
al ver tras la cortina de los árboles a Eva.

La madre de los hombres, virgen y soñadora
ya sentía en su ser la fuerza misteriosa,
y mientras contemplaba su cuerpo en una fuente,
escuchó entre sonrisa la voz de la serpiente;
la serpiente hablaba, irónica y lasciva,
y en tanto las palomas, arrullándose arriba,
constelaban de cantos el cielo de la fronda.

Eva sintió que su cuerpo se estremecía en la onda
y sintió un calofrío, que gracia de amor es,
cuando fue la serpiente a lamerle los pies,

entonces por la senda florecida de lirios,
se alejó meditando en sus vagos delirios,
y, como quien contesta a un íntimo reclamo,
mientras se iba alejando iba diciendo: Amo…
y Adán que la espiaba, se fue tras de sus huellas,
mientras el cielo abría sus primeras estrellas.

Cuando estuvieron juntos, ella quiso, inocente,
contar lo que dijo la voz de la serpiente,
que es la sagrada chispa que diviniza el lodo,
pero Adán dulcemente contestó: lo sé todo…
la tomó entre sus brazos y se perdió en el viento.

¡Sobre el Edén bajaba el crepúsculo lento!


ALFREDO R. PLACENCIA




Ad Altare

Para mi hijo Jaime,
con devota ternura.



Os anuncio una nueva:
Hay que bajar al río,
y lavar en sus aguas al hijo mío
donde el dolor abreva.

Yo he de ser quien oficie, grave y adusto,
bajo la comba inmensa del firmamento;
hará el río de pila, de órgano el viento
y los astros de antorchas del templo augusto.

Disponed la partida,
inflamad las estrellas,
juntad todas las noches que hubo en la vida
y envolvedme con ellas.

Ya parece que en una se confundieron
las noches incontables que el sueño evoca,
y se me ha abierto el alma, y allí cayeron
las palabras que, en breve, dirá la boca.

Hemos dejado lejos el caserío
y vamos caminando con rumbo al río
que el dolor envenena.
Todas las cosas gritan en torno mío:
todas me dan, a una, la enhorabuena.

Al pasar a su lado,
las calandrias dormidas han despertado,
y hasta el desierto,
que a su sueño de tumba vive entregado,
se rebulle en la arena y está despierto.

¡Oh!, ¿qué música es ésta,
que por mejor sentirla se empina el río
y se pone de fiesta?
Todas las frondas cantan al hijo mío,
y hasta la cuesta.

¿Qué mucho es que yo corra con el pequeño
y que mis fuerzas hallen leve esta carga?
En mis brazos el niño, de quien soy dueño,
ni la cuesta que bajo se me hace larga,
ni las piedras me muerden, ni me despeño.

Y es que el amor me ayuda
y hasta me hace sentirme con menos años.
No cabe duda:
el cuerpo solamente se rinde y suda
cuando carga los hijos de los extraños.

Hemos llegado al río.
Tendidas a lo largo de la ribera
se ven todas las noches en doble hilera;
las noches congregadas al grito mío.

Todas ellas salieron del antro oscuro
de las cosas pasadas;
y a la voz poderosa de mi conjuro,
ocupan las riberas envenenadas.

Y se abrazan, se ciñen y se confunden,
y se ciñen y alargan, y en el vacío,
a cual más, las cabezas gigantes
hunden por asomarse al río.

De ese negro de noche tejí mi veste
que del cuello me baja y al suelo toca.
Reverbera en mis canas la luz celeste.
Y una palabra grande llueve en mi boca.



SALVADOR DIAZ MIRON

  


A un profeta



¡Santa la poesía
que a los parias anuncia el nuevo día
y es tan consoladora!
A tu ensueño de bardo el sol ya sube:
el astro por vecino enciende aurora
y desde abajo del confín colora
de topacio la nube.

Mas encorvas el pecho
y abates la cerviz. ¡Nunca derecho
en surco el labrador que siembra el grano!
¡Creyérase que inclinas los tributos
parecido al banano,
que dobla la cabeza con los frutos
y muere por servirlos a la mano!

Al ciego y al insano
brindas luz y razón, y al hambre a veces
multiplicas los panes y los peces.
¡Y lloras amargura!
¡E imprecas y te corres!
¡Y elevas los dos brazos en figura
de templo que sublima un par de torres!

Y estímulos de pena
fecundan más la vena.
Ondas acuden a la sed que abrasa,
tienen un surtidor en cada herida
y no al flujo de vida
fierezas ponen con injurias tasa:
¡el río bulle y se desborda y pasa!

Virtud o vicio el estro
saca del corazón dulce o siniestro
e induce al himno deleitable o torvo.
¡Brisa cambiante que del medio asume
el hálito en el sorbo!
De mecer un jardín toma el perfume
y de rasar un lodacero el morbo.

¿Laureles? No de iluso los demandes:
ascensiones comienzan por caídas
para las desmedidas
envergaduras y los pesos grandes.
Así de cresta de tajada loma
el buitre de los Andes
brinca, y por un momento se desploma.

Buena la lid si al cabo
en el broquel del bravo
la gloria brilla hirsuta de saetas,
y propicio el volcán del horizonte,
si nevadas y grietas,
para linfas y vetas,
dañan la cumbre y el estribo al monte.

Pero no de la ira
traigas a la canción chispa que prenda
en la turba tremenda
furor que acuse de maldad la lira.
¡No al árbol de la senda,
no a la encina sagrada el trueno enrosque
llama que cunda por el viento al bosque!

En oscura contienda
la bronca Rebeldía
pugna con la implacable Tiranía.
¡Oh, que tu alma en su prez, hijo de Apolo,
se ostente al mundo cual antorcha pía
y en la batalla de la fe y el dolo,
arda y no queme sino alumbre sólo!



JORGE CARRERA ANDRADE




Inventario de mis únicos bienes



La nube donde palpita el vegetal futuro,
los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la ideografía de una calabaza pintada por los negros,
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un
relámpago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,
las patrullas perdidas de los pájaros
—esos grumetes mancos que reman en el cielo—,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana —mi propiedad mayor—,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra en las habitaciones con su gabán mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho
de un vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.



JORGE CUESTA




Tu voz es un eco, no te pertenece



Tu voz es un eco, no te pertenece,
no se extingue con el soplo que la exhala.
Tus pasos se desprenden de ti
y hacen caminar un fantasma intangible y perpetuo
que te expulsa del sitio donde vives
tan pasajeramente y te suplanta.
Tanto mi tacto extremas y prolongas
que al fin no toco en ti sino humo, sombras, sueños, nada.
Como si fueras diáfana
o se desvaneciera tu cuerpo en el aire,
miro a través de ti la pared
o el punto fijo y virtual
que suspende los ojos en el vacío
y por encima de las cosas en movimiento.



ISABEL FRAIRE




Utopías contemporáneas




el otro día en una fiesta
hablé con una chica llamada Desirée (hazme favor)

su renombre produjo ecos
románticos
históricos
hasta platónicos

resultó que trabaja programando una computadora
y así como otras gentes sueñan a colores
ella cada noche sueña
en un lenguaje de computadora
compuesto de
flechas que son órdenes
inflexibles
lógicas

me resulta imposible confesó
desenvolverme en una relación humana

todo lo reduzco a signos a flechas a órdenes

de noche
tengo pesadillas
en que formo parte de una computadora enorme
hasta que llega la hora
de levantarme para ir a trabajar