lunes, 5 de junio de 2017


PABLO GARCIA BAENA




Como el árbol dorado sueña la hoja verde II...
 
                                                                                  A José Infante



Como el árbol dorado sueña la hoja verde,
ahora que no te tengo, que no te temo, invento
aquellos días, fueron ciento cincuenta días,
larga vida de hombre solo con su infortunio,
de leproso que vela su áurea lacería.

Solo contigo, solos en isla, en celda, en faro
en la noche... Condena que anhelaba perpetua.
Por ventanas clavadas, grietas, gritos, caricias,
miraba hervir el mundo, anillado cual ave
suntuosa que arrastra, enferma, la cadena.

Terror a despertar con el último vino,
con el último alba: estás, estoy. Infierno
de las manos palpando, galeote de niebla
que reencuentra en la sombra la tortura del remo,
en el ornamental poderío del naufragio.

Y el harapo de dicha que yo creía clámide,
y el azur, la corona pagada con las lágrimas
y el coturno falaz de la guardarropía,
ese foco a destiempo, se nos ve todo falso:
saurio de oro, deseos, joyas, tizón, alcoba.

Al rito de los días sanguinolenta entraña
-«Come, bicho-, entregabas, amor, devora, besa.
Pasaban procesiones: «Oh Corazón Sagrado...»
Tú también ostentabas mi corazón en llamas,
vellocino de púrpura que estrujaba tu mano.

Como en ciudad sitiada cuyo botín codicia
el rubio lansquenete, al humo del incendio
altas picas enhiestas, lanzas de jifería
desollaron las viejas virtudes cuyos nombres,
Prudencia, Compasión, aroman los breviarios.
Había que hacer algo: huir de mí contigo,
una sola maleta, un ataúd, un tren
que nos arrase juntos o llamar por teléfono
o al cielo... Estarán comunicando ahora.
Desde los altos muros arrojamos la llave.

Y creció un lirio rojo de llanto sobre el mundo
cuando ya las campanas, funeral huésped mío,
te doblaban y el negro caballo de los muertos,
pisándose el jirel polvoriento y solemne,
te arrastraba al glacial destierro de la ausencia.




MARUJA VIEIRA




Agresiones



Defenderé tu rostro
y tu nombre
de los años que se amontonan
como piedras rotas.

Defenderé tu voz,
tus palabras,
de estos largos silencios
que pesan
sobre mis labios.

Defenderé tu luz
de esta sombra!


PAUL ÉLUARD




A medianoche



Se abren puertas se descubren ventanas
Un fuego se enciende y me deslumbra
Todo se decide encuentro
Criaturas que yo no he deseado.

He aquí el idiota que recibía cartas del exterior
He aquí el anillo precioso que él creía de plata
He aquí la mujer charlatana de cabellos blancos
He aquí la muchacha inmaterial
Incompleta y fea bañada de noche y de miseria
Cargada de absurdas plantas silvestres
Su desnudez su castidad sensibles de cualquier parte
He aquí el mar y barcos sobre mesas de juego
Un hombre libre otro hombre libre y es el mismo
Animales exaltados ante el miedo con máscara de barro
Muertos prisioneros locos todos los ausentes.

Pero tú por qué no estás aquí tú para despertarme


De: "La vie immédiate”



JOSÉ ÁNGEL VALENTE

  


Latitud



No quiero más que estar sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.

Se disuelve en el aire el llanto roto,
al pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendido.

El pensamiento melancólico
se tiende, cuerpo, a tus orillas,
bajo el temblor del párpado, el delgado
fluir de las arterias,
la duración nocturna del latido,
la luminosa latitud del vientre,
a tu costado, cuerpo, a tus orillas,
como animal que vuelve a sus orígenes.




LUCIAN BLAGA




Elegía



Tiembla la misma agua y la misma hoja
bajo los golpes del mismo reloj.
¿En qué mundo, en qué sueño te has detenido?
Celestial, ¿bajo qué hierbas te quedaste?

Se vierten en mí los caminos,
todos los que pasaste.
El espejo conserva aún tu rostro
después de partir.

Sin pensamientos, sin ímpetu, sin voz,
seco los ojos húmedos con la manga.
Un vecino escucha por la pared
la negra paciencia del mismo paso.



EUGENIO MONTALE




Mientras duermo



El canto de las lechuzas, cuando un iris
con discontinuos latidos se deslíe,
los gemidos y los suspiros
de juventud, el error que de nuevo ciñe
las sienes y el horror vago de los cedros
agitados por el golpe de la noche –todo esto
puede volver a mí, desbordarse en los fosos,
irrumpir en los canales, despertarme
a tu voz. Punza el sonido de una
jiga cruel, el adversario baja
sobre su rostro la celada. Entra la luna
de amaranto en los ojos cerrados, es una nube
que se hincha; y cuando el sueño la transporta
más hondo aún, es sangre aún después de la muerte.


De: “La tormenta y lo demás”