sábado, 26 de noviembre de 2016


MANUEL LOZANO




Canta, lastimada mía 
Canta, lastimada mía.
Miguel de Cervantes
A Olga Orozco



¿Cómo era tu casa antes de la restauración?
Barro sobre barro
y esa debilísima lluvia que caía en las persianas,
tan esponjosa lluvia en la madera del viento,
cóncava, supliciada de la hoguera anterior al diluvio,
escurriéndose en la amarga envoltura
que la lleva a ser visión de polvo prometido en las cenizas:
caldera del escalofrío al borde de los labios.
Oscila este inmigrante sin poder atravesar siquiera,
sin apartarse del suntuoso pantano.
¿Qué ropaje amedrentado entre la fiebre y la seda,
pero más ajeno en el telar sonoro que devora la coraza del exilio
y en que anudo, de una vez por todas, mis sudarios?
Es inconsolable este doler,
este doler a grito final de condenado.
Son heladas las máquinas que ciegan, los hornos que estrangulan,
Los alfileres que irrumpen en tanta desesperación estremecida.
¿Qué escafandra necesito para probarme el castigo?
¿Y qué máscara que no se derrita?
¿Qué vértigo sufrido en este amargo trayecto hacia la noche?
Me incuba el huevo de la alianza, la cáscara lila de un martirio
donde no puedes saber quién fragua las respuestas,
bajo qué hirviente superficie se sospecha el derrumbe
y el brillo en la fisura.
Este no es un muro que separe mis sueños del sueño del planeta,
una cámara increíble para fundir la usura de los huesos,
la fábula caníbal de la historia inocente.
Corría yo por la herrumbre del palacio,
sin darme cuenta apenas de esos alambrados
ocultando a los tréboles.
Líbrame de todo mal,
de los guijarros malditos hasta el borde.
Tú me conjuras de la muerte nauseabunda, de la muerte vibrátil,
de la muerte que pudre.
La última flor de la corona fue robada,
de agobiadora vida husmeando en el residuo de dos manos que han sido,
de las solas que en un lento infinito se abominan.
Han crucificado el cadáver,
el cadáver durmiente,
raptado en ese espejo invulnerable que circunda tu infancia,
por estos arrabales sin dios y sin testigos.
¿De qué inmundo misterio engendraste a tus padres,
adónde las pupilas de inocente basilisco?
¿Son las mismas que escupían la cuna,
que zumbaban de pavor en las orejas del monstruo?
No hay peregrino tenaz ni cruel alabancioso
que limpie mi cara de Van Eyck para la aurora.
Canta, lastimada mía.
De sangre, nada más que de elegida sangre
te hiciste pedigüeña en esta hora de la sed en que me ahogas
no pudiendo levantar a aquél que sufre.
Será como una lámpara en el pequeño alféizar de una casa abandonada.
No me recuerden el crimen.
¿Cómo me diste tanta soledad si estaba lleno?
Las piedras urden lo que graba tu piel en los baldíos.
¿Cómo es entonces el camino?
Estás a punto de trizar el bloque de hielo que te encierra
en viejas, atroces migraciones al silencio
revelando ciudades partidas por un ala.
Canta, lastimada mía.
En la negrura del mar rozo mi cuerpo, mi fardo de preguntas,
esta fotografía salvada para siempre del naufragio.
Canta, lastimada mía.
La voluptuosa canta de blanco sobre un fondo rojo.
Canta en las cuevas masticando ayeres desde su porvenir milenario,
Canta, lastimada mía.
Canta ahora.
Y despréndete.



VÍCTOR HUGO




Ayer, al anochecer



Las sombras descendían, los pájaros callaban,
la luna desplegaba su nacarado olán.
La noche era de oro, los astros nos miraban
y el viento nos traía la esencia del galán.

El cielo azul tenía cambiantes de topacio,
la tierra oscura cabello de bálsamo sutil;
tus ojos más destellos que todo aquel espacio,
tu juventud más ámbar que todo aquel abril.

Aquella era la hora solemne en que me inspiro,
en que del alma brota el cántico nupcial,
el cántico inefable del beso y del suspiro,
el cántico más dulce, del idilio triunfal.

De súbito atraído quizá por una estrella,
volviste al éter puro tu rostro soñador...
Y dije a los luceros: "¡verted el cielo en ella!"
y dije a tus pupilas: "¡verted en mí el amor!"


Versión de Salvador Díaz Mirón



DIONISIO RIDRUEJO




Memoria



Y resbaló el amor estremecido
por las mudas orillas de tu ausencia.
La noche se hizo cuerpo de tu esencia
y el campo abierto se plegó vencido.

Un ayer de tus labios en mi oído,
una huella sonora, una cadencia,
hizo flor de latidos tu presencia
en el último borde del olvido.

Viniste sobre un aire de amapolas.
Como suspiros estallando rojos,
bajo el ardor de las estrellas plenas,

los labios avanzaron como olas.
Y sumido en el sueño de tus ojos
murió el dolor en las floridas venas.


MIRANDA GUERRERO VERDUGO




14.



El verbo tropieza,
apenas y puede asomarse por su boca;
la sangre en sus pensamientos
no le permite respirar,
me mira con la lluvia adentro de ella



MANU CÁNCER


  

Poema de viento



Cuando te vas, todo es de viento,
sólo viento.
Las rosas no son rosas,
no hay sonidos de luna,
ya no quedan milagros.
Cuando te vas,
quiero no perdonar,
quiero cerrar mi puerta de ternura,
quiero coger mi patria y marcharme
con ella,
quiero arrancarme el agua de la vida.
Quiero dormir tranquilo
para perder locura y despertar distinto.



FELIPE BENÍTEZ REYES




Persistencia del olvido



Recuerdo una ciudad como recuerdo un cuerpo.

Caía ya la luz sobre las calles
ya caía en tu cuerpo
-en un hotel oscuro, o en no sé
qué habitación sin muebles de no sé
qué ciudad- la luz agonizante
de velas encendidas.

Un temblor
de velas, o un temblor de árboles,
en el otoño sucedía  -no lo sé-
en la ciudad que no recuerdo
-ya esa desmemoriada sensación
de haber estado allí, ignoro adónde,
con alguien que no sé,
quizás en la ciudad que siempre olvido.

Tal vez era la lluvia: mi pasado
ocupa un escenario de calles desoladas.
Sin duda era la lluvia golpeando
los cristales de un taki, con alguien a mi lado,
con alguien que ha perdido
sus rasgos con el tiempo.

O era yo
-no lo sé-, tal vez yo mismo
reflejado en cristales mojados por la lluvia.
Quizás era en verano, no recuerdo,
y era otra ciudad la que ahora olvido.
Una ciudad con bares junto al mar,
donde tú nunca estabas.

No sé bien
qué ciudad era aquélla en que la luz
tenía la apariencia de una flor abrasada,
pero tus manos frías estaban en mis manos,
tal vez en algún cine con palcos de oro viejo,
en su caliente oscuridad.

Una ciudad
se vive como un cuerpo,
se olvida como él.

Posiblemente
ahora evoco ciudades que existieron
al lado de esos cuerpos que existieron
en ciudades que existen tal vez en el olvido.
Que deben existir, pero no sé.