viernes, 15 de diciembre de 2017


MARIO BENEDETTI




31



los que caminan
sobre ríos de vino
a veces flotan


MANUEL JOSÉ OTHON



  
Pulchérrima dea



Del mar de Chipre en la rosada orilla,
blonda, a través de transparente bruma,
aparece flotando entre la espuma
de Citeres la virgen sin mancilla.

Es blanca la color de su mejilla
como del cisne de Estrimón la pluma,
viste el fulgor de la Belleza suma
y de las Gracias la expresión sencilla.

Extático el Olimpo adora en ella
y se siente feliz. De polo a polo
un himno Pan enamorado entona.

Toca en la playa la gentil doncella,
y a su palacio de marfil Apolo
la lleva y cine con triunfal corona.


CHARLES BAUDELAIRE




146. La muerte de los artistas



¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir
Y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
Mi carcaj, ¿cuántas flechas habrá de malgastar?

En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos,
Y más de un bastidor hemos de destruir,
Antes de contemplar la acabada Criatura
Cuyo infernal deseo nos colma de sollozos.

Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo,
Escultores malditos que el oprobio marcó,
Que se golpean con saña en el pecho y la frente,

Sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío!
Que la Muerte, cerniéndose como sol renovado,
Logrará, al fin, que estallen las flores de su mente.



De "La muerte"

LORENA VENTURA



  
Bach mira llover



Aquello que  me  fue llenando desde el fondo
            era su música.

Lo sé porque algo de mí
fue quedando entre los árboles.
Algo distinto de la lluvia
que no era trueno
ni rumor de pájaro
ni el aleteo negro de la ira.

El viento era una oleada de cristales rotos
que un ángel
–apresurado por la niebla
levantaba.

La tarde: un tumulto de estrellas imprecisas.

Para quien el amor es un colibrí dormido entre sus manos.
Para los murciélagos
–hojarasca  de la noche
en cuya piel la luna resuena.

(Los murciélagos,
atados a una rama
entienden al revés la noche.

Y cuando duermen
son partidarios unánimes de la gravedad.
Y su amor es ciego)

Para los caracoles en su amor paciente:
espiral de aire cayendo en la floresta.
Para quien sufre como la afrenta de una espada
el fruto amargo de la noche.
Para la primavera,
porque antes de sus pasos todo estaba abandonado

(Esta mañana vino la cuchara de una abeja
a averiguar algo entre las flores)

Y para todo lo que viene
que seguramente será rosado.

Aquí está su canto de pan y leche caliente,
de llovizna y animal dormido.

De fugitivo resguardado.

Ahora sólo queda esperar

el claro y sencillo chapoteo:
ruido hecho de mineral de cosmos,
arena-ritmo
de girasol marino.

Y tener cuidado de acallar
 el tren ruidoso en nuestro pecho

para no despertar a nuestro ángel de la guarda.



ADRIANA TAFOYA





El tierno algodón del cielo



Mira llagarse el negro azul del cielo
su sentimiento se trasmina
Ve cómo el agua pesa
                                         mira
ven pequeña
siéntate en mis piernas
te voy a contar un cuento
sobre el metal negro en las muñecas
de cómo mi padre rompió una paloma
de la humedad en las lágrimas
y la belleza del sufrimiento

de cómo recojo tus manos
con bochorno y sofoco del aliento
y se te mojan los frágiles poros
dilatados por la incertidumbre

Mírame lentamente         pequeña
porque es nervioso el remordimiento
y lamer orina de tus labios
es perder la visión
en un parpadeo pardo
                    e inquietante
en el cual me encrespo
                    exudo
  te aprieto
porque el placer se enreda en mi
penetro      embisto       invado
exploto serpiente
          y no me contengo
para entregarte ese sufrimiento
que nosotros llamamos amor

ven pequeña
vamos a casa
cierra las piernas
y levántalas
que el cielo se estremece
y ya se ve caer el delgado trazo del agua
mira cómo se derrama en todo la sombra
sin embargo creo que aunque no se ve
el blanco algodón del cielo
está manchado de sangre


ELIANA MALDONADO




La otra mujer



Quizá como la mujer de Lot
sea condenada por mirar atrás
la lujuriosa ciudad en llamas,
quizá mi destino sea ser estatua de sal
erosionada por el viento,
quizá sea condenada por mirar,
por mirarte,
tal vez mis ojos adquieran la dureza de la piedra
y mi color oscuro la blancura del mármol,
todo por la voluptuosidad de tus formas,
la lujuria de tu cuerpo,
Sodoma y Gomorra en un cuerpo de hombre,
yo,
la que miro.