Bach mira llover
Aquello
que me fue llenando desde el fondo
era su música.
Lo sé
porque algo de mí
fue
quedando entre los árboles.
Algo
distinto de la lluvia
que no
era trueno
ni
rumor de pájaro
ni el
aleteo negro de la ira.
El
viento era una oleada de cristales rotos
que un
ángel
–apresurado
por la niebla
levantaba.
La
tarde: un tumulto de estrellas imprecisas.
Para
quien el amor es un colibrí dormido entre sus manos.
Para
los murciélagos
–hojarasca
de la noche
en cuya
piel la luna resuena.
(Los
murciélagos,
atados
a una rama
entienden
al revés la noche.
Y
cuando duermen
son
partidarios unánimes de la gravedad.
Y su
amor es ciego)
Para
los caracoles en su amor paciente:
espiral
de aire cayendo en la floresta.
Para
quien sufre como la afrenta de una espada
el
fruto amargo de la noche.
Para la
primavera,
porque
antes de sus pasos todo estaba abandonado
(Esta
mañana vino la cuchara de una abeja
a
averiguar algo entre las flores)
Y para
todo lo que viene
que
seguramente será rosado.
Aquí
está su canto de pan y leche caliente,
de
llovizna y animal dormido.
De
fugitivo resguardado.
Ahora
sólo queda esperar
el
claro y sencillo chapoteo:
ruido
hecho de mineral de cosmos,
arena-ritmo
de
girasol marino.
Y tener
cuidado de acallar
el
tren ruidoso en nuestro pecho
para no
despertar a nuestro ángel de la guarda.
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