lunes, 7 de diciembre de 2020

NIKOLAI GUMILIOV

 

 

 

Octava



Nunca pudimos entender
Lo que más valía la pena:
Ni las canciones que cantaba nuestra madre
Ni los susurros lejanos en la noche. 
Sólo a ti se te concede, poeta, 
Como si fuera un legado divino, 
Este inmenso balbuceo 
Símbolo de profunda grandeza.

 

 

Versión de Jorge Bustamante García

WILLIAM BLAKE

 

 

 

Un sueño



Cierta vez un sueño tejió una sombra
sobre mi cama que un ángel protegía:
era una hormiga que se había perdido
por la hierba donde yo creía que estaba.

Confundida, perpleja y desesperada,
oscura, cercada por tinieblas, exhausta,
tropezaba entre la extendida maraña,
toda desconsolada, y le escuché decir:
"¡Oh, hijos míos! ¿Acaso lloran?
¿Oirán cómo suspira su padre?
¿Acaso rondan por ahí para buscarme?
¿Acaso regresan y sollozan por mí?"

Compadecido, solté una lágrima;
pero cerca vi una luciérnaga,
que respondió: "¿Qué quejido humano
convoca al guardián de la noche?

Me corresponde iluminar la arboleda
mientras el escarabajo hace su ronda:
sigue ahora el zumbido del escarabajo;
pequeña vagabunda, vuelve pronto a casa."

 

ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO

 

 


 

Los olvidos

 

 

 

¿Es un descanso el olvido?

¿Es olvido caminar?

Es caminar empezar

a olvidarse del olvido?

Emilio Prados



 

 La evocación no respeta los sepulcros,

desoye la liturgia de lo efímero,

halla a flor de beso antiquísimas bocas,

clava con alfileres el chirrido

de las palabras huidizas,

da con el descubrimiento arqueológico de una caricia

polvorienta de tiempo,

hunde su interrogación

en una de las capas profundas de la psique,

embalsama suspiros,

recuerda.

La mente se desanda,

camina a contrapelo del gerundio,

reconstruye la carne desde el molde

de las huellas,

busca el olor a vida

en la carroña de la remembranza,

le tuerce el brazo a Cronos

para tender la mano a los cadáveres,

recuerda.

Limpia los ventanales de su nuca,

carga su fardo con jirones y jirones de lo ido

para quedar intacta,

sin perder siquiera

el juguete asombroso, terrible y delicado,

de la niñez,

desentume vivencias,

riega las partes verdes

de lo perdido,

recuerda.

Recuerda, recorre para atrás

la biografía, sus episodios,

los cumpleaños, con su atalaya

para atisbar la muerte, la eterna

obcecación de los aquíes

tatuados con ahoras,

el tren que, indiferente,

con sus esbozos de cerebro al viento,

su aullido como herida en los espacios

y sus ruedas desbocadas,

va en lo suyo:

lanzándose al porvenir a toda máquina,

saboreando la meta,

corriendo tras el viento,

ganándole la partida a la llegada,

siendo sordo a las voces congelantes

de los frenos,

de las instrucciones,

de los arrepentimientos del maquinista,

y olfateando en sus proximidades

la estación terminal donde mis ímpetus

se hallarán descarrilados.

Recuerda, y al momento,

volviéndose, viviéndose

fe de erratas del destino,

rememora un firmamento de pájaros inmóviles,

con alas mentirosas;

un tiempo con futuros arrumbados

en los sótanos del presente;

rememora,

y ve cómo el espejo,

con su espía de azogue,

recupera, pujando, las imágenes

que le fueron escamoteadas por la amnesia;

pasa lista a un tropel de rostros,

adioses fracasados,

gritos,

promesas

que no dieron con el modo,

el instante

o el vientre embarazado

para pasar a ser.

Mas ahora, al correr de los días,

cuando he dilapidado

casi todo mi patrimonio sensorial,

cuando derramo llanto

con todo y pupilas,

y está a punto de caérseme

el mundo que retengo entre las manos temblorosas;

ahora, cuando doy en mesarme

mechones y mechones de tiempo

y me siento invadido por el allende

y las avanzadas de su ejército

–las hoquedades de la desmemoria–,

pregunto: Dios mío, ¿cuál era el nombre de aquella

[hembra

que me dejó debajo de la almohada

sus senos, sus caderas

y la carne amasada en lo sublime

de sus muslos?

No lo sé. Lo he olvidado.

Oh masacre de sílabas.

Peste que busca su lugar en mis palabras

para diezmar sus letras.

Mis olvidos,

mi almanaque de ruinas,

dejan a la materia gris

continuamente en blanco, desnutrida,

famélica de nombres,

frases, manos,

ocultos bajo el polvo de mi rastro.

Los olvidos arrojan tarascadas

a la carne interior de mi conciencia,

a mi jardín de nostalgias clandestinas,

al vetusto directorio de entusiasmos

donde se apolillan

mis ilusiones envejecidas

y mis dedos, que se ahogaban de tacto,

están a punto de desmoronarse.

Olvidos, ay, que me roban discretamente,

o a mano armada,

la sonrisa de una promesa,

el pelo huracanado de una aventura,

el decir del filósofo

–que durante días y más días

puso a correr aullidos de metafísica

por mis arterias–,

la palabra seductora con que supe

forzar la cerradura de una carne,

la juventud que en mangas de camisa

levantó un imposible

para que al fin un sueño se encontrara

al alcance de la mano.

Padeciendo poco a poco un holocausto

de experiencias, se diría

que hoy por hoy, como oficio, me dedico

a olvidarme de todo,

a desdecir vivencias,

a dar mi brazo a torcer,

a asaltarme a mí mismo en los lugares

más oscuros del alma.

Se diría.

¿Nada me queda ya?

Con lo poco, lo poquísimo que guardo,

con éstas que podríamos llamar

las pertenencias últimas,

o mi fortuna en el aquende,

he formado un museo

para uso personal

donde me paso horas y más horas

reconociendo olvidos (desempolvados

para ser recuerdos)

o contemplando los cuadros y las estatuas

que entablan con los ojos el lenguaje

del pasado.

¿Nada me queda ya?

¿En el despeñadero de cuál de mis latidos

voy a perderlo todo?

¿Cuándo vendrá la nada

con sus manos amantísimas

a cerrarme los ojos?

El momento culminante,

intransferible,

el hoyo de desagüe hacia el que corre

la colección entera de mis ímpetus,

irrumpirá, puntualidad en mano,

con gestos de destino,

cuando tenga ya el alma agujereada

por los desánimos incontables

de la memoria;

cuando el tiempo,

encogido al presente

(huérfano de premisas,

desheredado de conclusiones)

transforme sus fronteras en murallas,

sin un solo intersticio donde pueda

ejercitar sus vicios el espía;

cuando este ahora opaco,

ciego,

mudo,

se vuelva pordiosero

de todos sus tesoros extraviados,

cuando ya no me acuerde del olvido,

cuando, amnésico, olvide tercamente

de acordarme,

de salir a la ventana a ver pasar el viento

que sopla sin cesar desde el pasado,

o tan sólo repare en que ya todo,

todo,

todo

irremediablemente se me olvida

y pasa a la ultratumba del vacío,

cuando llegue, por último, la hora

de que sea de mí de quien me vea

obligado a olvidarme.

 

WILLS AMA

 

 


 

Crisol

 

 

 

Fui fundido en el horno de otra madre,
otros desafíos formaron mis huesos,
otras manos entretejieron mis carnes
mientras otras ideas habitaban mis sueños
y creyéndome grande, llegué a ti,
y me sentí de nuevo pequeño,
ansioso e inseguro, melancólico y alegre
pero tomándome tiempo para conocerte
me construyó tu suelo un nuevo cuerpo,
en tu calor fragüé nuevas ideas,
en tus mares encontré nuevos rumbos
y en tus tierras descubrí nuevos hermanos,
de todas las partes del universo,
pues tu vientre, cinto del mundo, crisol del cosmos,
moldea a cuanto metal precioso llega a tus manos
y yo, hijo de otro vientre, ahora me siento también, hijo tuyo.

 

RICARDO HERNÁNDEZ PEREIRA

 


 

No vengas a visitarme

 

 

 

No vengas a buscarme
por favor
no lo hagas
romperías el equilibrio de esta casa
que se sostiene de una pluma sobre el lago de mis demonios
se hundiría irremediablemente
entre el líquido de los muertos
un líquido lleno de deseos y sonrisas agridulces
uno lleno de piel y pestañas largas
con olor a pan
y legumbres podridas del refrigerador

Por eso
por favor
no vengas
realmente no es tan necesario
uno debe aprender a morir lento
y a coser su boca con alambre de púas
con púas de piel de cebra
con filos como labios de niños

No vengas
porque ya me acostumbré a no verte
y no te lo digo como un reproche
esto es todo, menos eso
te lo digo como un lamento del estómago
como un quejido de sueño
te lo digo porque ya memoricé todas las arrugas de mi cama
todas las grietas de mi techo
todas las erupciones de mi piel
con todo y sus escalofríos:
ya tengo una familia.

Solo no te sientas en la obligación de visitarme
yo entenderé
como siempre
que allá afuera hay un mundo qué salvar, cuentas qué pagar
que la gente siempre dice cosas bobas
que la vida es larga y siempre hay más tiempo que vida
solo que me recuerdes
solo eso me basta
porque un recuerdo también es una forma de existencia

 

 

CARLOS CAÑAS

 

 


Ave de fuego



Golpe flamígero de Querubínica espada,
chispa divinísima luminosa de flamas,
pechera de oro alzada, floreciendo en las llamas.
Arde en el árbol de la vida tu alma dorada.

Alas escarlata de acuarela limitada,
incendiando en vida las cenizas que derramas.
Corazón de lo eterno que de fulgor exclamas;
arpa fina de fuego, música de alborada.

Lloras potentísimas lágrimas de dragón
libertando al esclavo de ilusoria prisión
virtud del arcángel, vencedor de lo aparente.

Entonando tu instrumento con pico de rosa,
desafías a la muerte, sublime mariposa,
¡Fénix! ¡Supremo símbolo de lo permanente!