martes, 31 de diciembre de 2013

RAFAEL DEL CASTILLO MATAMOROS




Abolengo



Del polvo
de las cenizas turbias
de los huesos roídos por el tiempo
de la carne que se deslíe mordida por los venenos de la tierra
de esos versos que desmenuza Dios
yo vengo

ÁLVARO MUTIS



Dos poemas



  1. Si oyes correr el agua

Si oyes correr el agua en las acequias,
su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,
con el apagado sonido de algo
que tiende a demorarse en la sombra vegetal.
Si tienes suerte y preservas ese instante
con el temblor de los helechos que no cesa,
con el atónito limo que se debate
en el cauce inmutable y siempre en viaje.
Si tienes la paciencia del guijarro,
su voz callada, su gris acento sin aristas,
y aguardas hasta que la luz haga su entrada,
es bueno que sepas que allí van a llamarte
con un nombre nunca antes pronunciado.
Toda la ardua armonía del mundo
es probable que entonces te sea revelada,
pero sólo por esta vez.
¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua
que se evade sin remedio y para siempre?

  1. Como espadas en desorden

                                  Mínimo Homenaje a Stéphane Mallarmé

Como espadas en desorden
la luz recorre los campos.
Islas de sombra se desvanecen
e intentan, en vano, sobrevivir más lejos.
Allí, de nuevo, las alcanza el fulgor
del mediodía que ordena sus huestes
y establece sus dominios.
El hombre nada sabe de estos callados combates.
Su vocación de penumbra, su costumbre de olvido,
sus hábitos, en fin, y sus lacerías,
le niegan el goce de esa fiesta imprevista
que sucede por caprichoso designio
de quienes, en lo alto, lanzan los mudos dados
cuya cifra jamás conoceremos.
Los sabios, entretanto, predican la conformidad.
Sólo los dioses saben que esta virtud incierta
es otro vano intento de abolir el azar.


De "Poemas dispersos"


MARÍA MERCEDES CARRANZA




El oficio de vivir



He aquí que llego a la vejez
y nadie ni nada
me ha podido decir
para qué sirvo.
Sume usted
oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones:
la cosa no es conmigo.
No es que me aburra,
es que no sirvo para nada.
Ensayo profesiones,
que van desde cocinera, madre y poeta
hasta contabilista de estrellas.
De repente quisiera ser cebolla
para olvidar obligaciones
o árbol para cumplir con todas ellas.
Sin embargo lo más fácil
es que confiese la verdad.
Sirvo para oficios desuetos:
Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua
de la Libertad, Arcipreste de Hita.
No sirvo para nada.


LAUREN MENDINUETA



El dominio


Me asomo a la tarde, miro las nubes de soslayo,
desplazándose vistas y exaltadas sobre el pico de la montaña.
Se deslizan hacia el olvido de la mirada,
hacia el coro urdido por el silencio, o más allá.
En esta cárcel, mi condena,
la muerte está sentada al otro lado de la salida.
No me abandonará por ahora,
ella seguirá presa en mí, mientras afuera llueve
y el recordado azul del cielo se vuelve agua en los cristales.


JUAN FELIPE ROBLEDO





Nuevo tiempo
Para Catalina González 



 
Nace el amor cuando menos lo piensas,
se acaba el tiempo reseco de las nomeolvides, del deseo marchito 
 agobiante,
los corazones laten de una manera misteriosa, callada,
y nuestras fotografías son láminas de un álbum que nadie más llenó.
Los zapatos hacen cantar al pavimento su romanza de antaño,
y sin que podamos evitarlo nos sorprendemos saltando un poco,
nos hacemos estampa de esta dicha que ha nacido después de la lluvia,
bajo un sol de enero.
Las mañanas son calladas cuando pienso en ti, tienen un rumor venturoso,
son mejores que el salmón y la champaña de hace tiempos.
No has nacido del fondo de una mente turbulenta,
tu rostro tiene el don de los ídolos pequeños,
no hace falta llamarlo para que acuda a la cita.
Nuestro afán es distinto, y podemos asegurar que es pasto, es agua clara,
volvemos a repetir el nombre amado, y los días se van sin amargura.
Algo hay en esta risa tuya que ha encontrado el sendero, no vacila,
y me ofrece un amor que es bueno, bueno como ron sin disparates.



AMPARO INÉS OSORIO



Derrumbe 


Se acumulan los días, los años
la erosión de la vida
nos echa encima su balandra y vamos
hacia el despeñadero.

Pasa la sombra... pasa y mira
y vuelve a acomodarse.

Una luz de farol bordea la penumbra.
Es la ciudad: me digo.

La sombra se adelanta
no quiere compartir mis pensamientos
pero lee la esquina, los escombros
los pasos solitarios y el eco de esos pasos
mucho antes que sorprendan a mi cuerpo.

El funerario pájaro del tiempo
aletea en el aire.

Las ruinas del amor se precipitan.
Quiero cerrar los ojos.

Quiero
que sólo el viento pase
y nos lea el poema de la errancia,
que nos diga al oído
sobre la honda pena que hoy irrumpe
en el alma del saxo.
que el viento,
sólo el viento...



lunes, 30 de diciembre de 2013

MARÍA MERCEDES CARRANZA




La fiesta a que convida tu sonrisa



El comienzo es como una sed infinita.
El corazón llega a todo el cuerpo,
ciega, la sangre crece y golpea;
la carne duele allí en su centro.
Hay un aliento aleteante
y un espejo que desbordan,
algo como un sollozo viene de muy adentro.
Impudicia y esplendor y miedo
sobre la cama de sábanas destendidas.


ÁLVARO MUTIS




Diez Lieder


V. Desciendes por el río...


Desciendes por el río.
La barca se abre paso
entre los juncos.
El golpe en la orilla
anuncia el término del viaje.
Bien es que recuerdes
que allí esperé,
vanamente,
sin pausa ni sueño.
Allí esperé,
tiempo suspendido
gastando su abolida materia.
Inútil la espera,
inútiles el viaje
y el navío.
Sólo existieron
el áspero vacío,
en la improbable vida
que se nutre
de la estéril materia
de otros años.


AMPARO INÉS OSORIO



Señales ocultas



Sitios que el hombre engendra como suyos
nunca me fueron. Hoy sigo llamando
y esta voz tan extraña
habla de rostros, ríos y caminos.
-Siempre un regreso-
y la lluviabajando por los ojos.
Nunca la calle dijo mi presencia
ni recuerdan ausencia las mañanas.
¿Qué nombre tuvo el viento
que me supo repitiendo otro nombre?
¿Qué otra cosa habré sido
sino esta sombra
ebria
torpe
trashumante?
Tiempo:
materia en que me voy -y desvanezco-
Vas tiznando la noche y sólo queda
¡el sitio de mi sombra!

LAUREN MENDINUETA




A la doble que soy


Hay fotografías en las que no me reconozco.
Mi yo cobarde al mirarlas
me obliga a pensar que existo en una sola
y no en la suma de quien soy
con esa otra que me suplanta en la imagen.
Cuesta creer que la desconocida también soy yo
esa mujer suspendida y fea
con un rostro que sin ser mío no es ajeno.
Entender el mundo bien puede ser eso:
aceptar que soy esa a quien desconozco.

RAFAEL DEL CASTILLO MATAMOROS



Vuelo de palabras


Qué dirán los pájaros de los cantos de los hombres
No del terrible ruido que hacen los motores de sus máquinas
Ni de los gritos de quienes han sido atacados por una 
voraz enfermedad y no se resignan a abandonar un
mundo que ayer no más maldecían una y otra vez:



Qué dirán los pájaros
Cuando parados sobre las ramas de los árboles
O sobre los cables del alumbrado
Se nos quedan mirando
De repente absolutamente silenciosos...
Cuando se agitan inquietos
En sus palcos
Mientras afinamos acuciosos las palabras:
Qué dirán los pájaros del canto de los hombres

JUAN FELIPE ROBLEDO




Pequeña alegría



Cabeza de buey que se asoma por la ventana es la alegría,
una imaginada desde antes de nacer,
tierna y un poco díscola,
ramita ofrendando al tiempo la luz.
Un aleteo sumergido en días de calor la atraviesa y la hace llegar, falta 
de aire,
al umbral de la casa donde nos recibirán con agua que no da sed después.



domingo, 29 de diciembre de 2013

MARÍA MERCEDES CARRANZA




Cuando escribo sentada en el sofá

A la memoria de mi padre, quien
me enseñó las primeras palabras
y también las últimas.
(Arte poética)


Igual que la imagen de mi cara en el espejo
me recuerda cómo me ve la luz,
en mis palabras busco oír el sonido
de las aguas estancadas, turbias
de raíces y fango, que llevo dentro.
No eso, sino quizás un recuerdo:
¿volver a estar en uno de aquellos días
en los que todo brillaba, las frutas en el frutero,
las tardes de domingo y todavía el sol?
El golpe en la escalera de los pasos
que llegaban hasta mi cama en la pieza oscura
como disco rayado quiero oír en mis palabras.
O tal vez no sea eso tampoco:
solo el ruido de nuestros dos cuerpos
girando a tientas para sobrevivir apenas
el instante.
Yo escribo sentada en el sofá
de una casa que ya no existe, veo
por la ventana un paisaje destruido también;
converso con voces
que tienen ahora su boca bajo tierra
y lo hago en compañía
de alguien que se fue para siempre.
Escribo en la oscuridad,
entre cosas sin forma, como el humo que no
vuelve,
como el deseo que comienza apenas,
como un objeto que cae: visiones de vacío.
Palabras que no tienen destino
y que es muy probable que nadie lea
igual que una carta devuelta. Así escribo.



RAFAEL DEL CASTILLO MATAMOROS




Un signo



Camino por el campo de la batalla
buscando entre los escombros
un indicio de vida
una palabra extraviada en el aire
el zumbido de una mosca…
Tal un animal hambriento 

Escarbo la tierra ansiosamente
en pos de un trozo de vida que llevarme a la boca
de un signo que saborear acuclillado
entre las piedras


ÁLVARO MUTIS





Diez Lieder


VI. En alguna corte perdida...

En alguna corte perdida,
tu nombre,
tu cuerpo vasto y blanco
entre dormidos guerreros.
En alguna corte perdida,
la red de tus sueños
meciendo palmeras,
barriendo terrazas,
limpiando el cielo.
En alguna corte perdida,
el silencio
de tu rostro antiguo.
¡Ay, dónde la corte!
En cuál de las esquinas del tiempo,
del precario tiempo
que se me va dando
inútil y ajeno.
En alguna corte perdida
tus palabras
decidiendo,
asombrando,
cerniendo
el destino de los mejores.
En la noche de los bosques
los zorros buscan
tu rostro. En el cristal
de las ventanas
el vaho de su anhelo.
Así mis sueños
contra un presente
más que imposible
innecesario.


JUAN FELIPE ROBLEDO


  

Muchacha del baño público



Seguramente no veré con estos ojos mortales
la historia de esta muchacha que imagino clara y afectuosa.

Seguramente sonreirá con descaro
y tocará las espaldas de los que esperan frente a la estación. 

Habría deseado contemplar
su lento detenerse en callejuelas
y la forma como se prende de la solapa de un marino. 

Nada de esto conoceré, no podré disfrutar un estofado de pescado
junto a ella contemplando el undoso río. 

Sin embargo, parece que la conozco de siempre
cuando imagino esta tarde el regreso a casa
(deteniéndome por dulces y pan y miel)
para intentar convocar su cuerpo, su presencia
de bailarina a destiempo,
de amiga entre abrojos.


HÉCTOR ROJAS HERAZO



El amigo


De pronto me miró,
solitario el que más como ninguno.
Me miró con sus ojos y sus huesos
y sus desnudos pies entre zapatos.
No pude resistirlo (el hombre no soporta
lo que mira hasta el fondo).
A espaldas de él estaba el paraíso
con todos sus demonios y pucheros
y papá Dios haciendo sus globitos.
Y de este lado estaba la consola,
los muebles, los testigos de la sala.
Y el amigo sentado en su silleta.
Mirándome, sentado, respirando.


GONZALO MÁRQUEZ CRISTO




Oficio de olvido



Una mujer se besa en el espejo, se oculta con su alma, el agua es su soledad.

Un niño escondido en un armario intenta morir.

Las lágrimas de un hombre caen en su taza de café.

Una adolescente con el índice detiene la manecilla del reloj y se estremece.

En el viento hay un mensaje que no comprenderemos.

Tu sombra se rebela.

Nos preparamos para huir de todo lo que amamos.

Quien no parta será olvidado.

El viento dialoga con el fuego.

Espero mi voz.

Viajar también es lo contrario a la muerte.

Mientras la semilla engañe al pájaro no estaremos perdidos.

Nos amaremos en otros rostros.

Nadie se oculta en la memoria.

¿Vendrá alguien a enterrar nuestros nombres?

sábado, 28 de diciembre de 2013

HÉCTOR ROJAS HERAZO


El deseo


El deseo es vegetal
pide caminos
aire
quiere temblar en fruto
suspenderse
pide un cuerpo abonable
pide un labio
pide comer y ser comido
quiere
entrabarse y gemir con ramas duras.
Gime por ser
quiere temblar
sentirse
palparse desde dentro
saberse entre las cosas respirando.
Quiere el viento y el ala
quiere el día
quiere el follaje de su fuerza obscura
brillando entre la luz hoja por hoja.
Es vegetal por eso:
por su destino de tiniebla y cielo
porque rompe y emerge
porque sube
porque la muerte sufre con su anhelo.


MARÍA MERCEDES CARRANZA




Tengo miedo


“…Todo desaparece ante el miedo.
El miedo, Cesonia; ese bello
sentimiento, sin aleación, puro y
desinteresado; uno de los pocos
que saca su nobleza del vientre”.
Albert Camus (“Calígula”)


Miradme: en mí habita el miedo.
Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que
ama: el miedo.
El miedo al amanecer porque inevitable el
sol saldrá y he de verlo,
cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que
se derrumba,
ya los fantasmas, las sombras me cercan y
tengo miedo.
Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.
Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel
para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.
Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,
ni el espejo donde se ve ya mi rostro muerto.
Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.



ÁLVARO MUTIS




Diez Lieder


VII. Giran, giran...

Giran, giran,
los halcones
y en el vasto cielo
al aire de sus alas dan altura.
Alzas el rostro,
sigues su vuelo
y en tu cuello
nace un azul delta sin salida.
¡Ay, lejana!
Ausente siempre.
Gira, halcón, gira;
lo que dure tu vuelo
durará este sueño en otra vida.


CARMIÑA NAVIA VELASCO




Esta orilla



Serás nuevamente una sonrisa:
escribiré sobre otras cordilleras
tu nombre
y beberé en mis ríos cotidianos
tu piel morena y dura,
tu mirar almendrado...
para recuperar otros espacios.

Una lluvia quebró tu cercanía
y un futuro de luchas se perfiló en dos mapas
diferentes.

En cada nuevo atardecer tu vienes
y eres cada deseo.


HUGO CHAPARRO VALDERRAMA



Los ojos o el espejo del alma


Aun si fueras un vampiro
y jamás viera mi rostro
por toda la eternidad
siempre tendría tus ojos
para contemplarme en ellos.


CELEDONIO ORJUELA




La casa

Mi casa está en el patio de los otros,
En el sigilo de la huida,
en el agua que se oye en los grifos del vecino.
Al borde de la acera
Muy cerca de la risa.

Mi casa no está en la infancia
Y la infancia está llena de temblores
En una casa de icopor que se lleva el viento.

Mi casa la pueblan voces sin lenguaje,
Voces que silencia el abandono.

Mi casa una mujer agrietada por el tiempo.


viernes, 27 de diciembre de 2013

JUAN MANUEL ROCA




Alexander Platz y otras vetustas melancolías


Aún hay un muro invisible,
Heridas en el aire,
Esquirlas de una feroz melancolía.
Cruzamos un parque. El viento nocturno
Mece un columpio
Donde Nadie se balancea.
El balanceo de un columpio vacío
Puede ser la evocación del niño que fuimos
Visitado a deshoras.
Tres bellas muchachas berlinesas,
Gretel, Else, Nelly,
Se sientan en un banco a la espera del tren
Y ríen tras grandes botellas de cerveza.
A Alexander Platz,
Desangelada planicie, fría como bayoneta,
Se desemboca desde la mesa de Döblin
Y su retícula secreta.
Vamos de Alexander Platz al silencio,
De los rieles de la Estación del Zoo
A un café del pasado. Evocamos,
Dos viejos amigos que hace 20 años no se ven,
La ciudad de piedra esmeril
Que se acurruca en una meseta de los Andes.
Para entonces, ruidosos y feroces,
Hablábamos y discutíamos hasta las cenizas de la noche.
Éramos un grupo de impacientes
Que pensaba posible lo imposible
Hasta convertir en brasas la palabra
Mientras el cielo de Bogotá preparaba
Con sigilo de gato la alborada.
Ir por Alexander Platz
Y a la vez recordar una ciudad
Que devoró todas las noches nuestros pasos,
Es como cambiar de página o de libro,
De calendario o ventana. Arriba,
El cielo de Berlín parece condecorado de estrellas
Como las migas de país natal que llevo,
Sin saberlo, en los bolsillos del abrigo.

A Jorge Ávila, en Berlín,
tras 20 años del último encuentro.
Septiembre 10 de 2007.



GUILLERMO VALENCIA





Cigüeñas blancas



De cigüeñas la tímida bandada
recogiendo las alas blandamente
paró sobre la torre abandonada
a la luz del crepúsculo muriente;

hora en que el mago de feliz paleta
vierte bajo la cúpula radiante
pálidos tintes de fugaz violeta
que risa con su soplo el aura errante.

Esas aves me inquietan: en el alma
reconstruyen mis rotas alegrías;
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de mejores días.

Afrenta la negrura de sus ojos
el abenuz de tonos encendidos,
y van los picos de matices rojos
a sus gargantas de alabastro unidos.

Vago signo de mística tristeza
es el perfil de su sedoso flanco
que evoca, cuando el sol se despereza,
las lentas agonías de lo blanco.

Con la testa de mágica blancura
con el talle de lánguido diseño,
semeja en el espacio su figura
el pálido estandarte del ensueño

Y si huyendo la garra que le acecha,
el ala encoge, la cabeza extiende,
parece un arco de rojiza flecha
que oculta mano en el espacio tiende.

A los fulgores de sidérea lumbre,
en el vaivén de su cansado vuelo,
fingen bajo cóncava techumbre,
bacantes del azul ebrias de cielo...



MARÍA MERCEDES CARRANZA





Aquí entre nos



Un día escribiré mis memorias, ¿quién
que se irrespete no lo hace? Y
allí estará todo. Estará el esmalte
de las uñas revuelto
con Pavese y Pavese con las agujas y
una que otra cuenta de mercado. Donde
debieran estar los pensamientos
sublimes pintaré
tus labios a punto de decirme
buenos días todos los días. Donde
haya que anotar lo más importante
recordaré un almuerzo
cualquiera llegando al corazón
de una alcachofa, hoja a hoja.
Y de resto,
llenaré las páginas que me falten
con esa memoria que me espera entre cirios,
muchas flores y descanse en paz.


ÁLVARO MUTIS



  
Batallas hubo


I

Casi al amanecer, el mar morado,
llanto de las adormideras, roca viva,
pasto a las luces del alba,
triste sábana que recoge entre asombros
la mugre del mundo.
Casi al amanecer, en playas pizarra
y agudos caracoles y cortantes corolas,
batallas hubo, grandes guerras mudas
dejaron sus huellas.
Se trataba, por fin,
del amor y sus hirientes hojas,
nada nuevo.
Batallas hubo a orillas del mar
que rebota ciego y desordenado,
como un reptil preso en los cristales del alba.
Cenizas del amor en los altares del mundo,
nada nuevo.


II

De nada vale esforzarse en tan viejas hazañas,
ni alzar el gozo hasta las más altas cimas de la ola,
ni vigilar los signos que anuncian la muda invasión
nocturna y sideral que reina sobre las extensiones.
De nada vale.
Todo torna a su sitio usado y pobre
y un silencio juicioso se extiende, polvoso y denso,
sobre cada cosa, sobre cada impulso
que viene a morir contra la cerrada coraza de los días.
Las tempestades vencidas, los agitados viajes,
sólo al olvido acuden, en su hastiado dominio
se precipitan y preparan nuevas incursiones
contra la vieja piel del hombre
que espera a su fin
como pastor de piedra ingenua y a ciegas.


III

Y hay también el tiempo que rueda interminable,
persistente, usando y cambiando,
como piedra que cae o carreta que se desboca.
El tiempo, muchacha, que te esconde en su pecho
con tus manos seguras y tu melena de legionaria
y algo de tu piel que permanece;
el tiempo, en fin, con sus armas ocultas.
Nada nuevo.


HUGO CHAPARRO VALDERRAMA



Sobre el insomnio y sus fantasmas


Imagino
que en cualquier momento
cuando abra los ojos
tras el sueño
te veré allí.

Aunque no sea cierto.

EUGENIA SÁNCHEZ NIETO




Espacio habitado


Alguien se mueve discreto en la noche
fuma largamente mientras el sonido de una armónica
penetra cuerpos y paredes
la vecindad de un ser desconocido que observa los cerros
espantaría en las noches cualquier alma sosegada.
Movimientos imprevistos sobresaltan mi descanso
el corazón a galope me arroja
una mujer torpe sale al pasillo
seres de la noche pueblan mi espacio
absoluta quietud, brillantes ojos persiguen la sombra
avanzo, avanzo
tropiezo con rojas manzanas que ruedan a mi paso.
Alguien en el fondo de la habitación
bajo la luz de la luna escribe:
Entrégate al hombre apostado en tu estancia
yo soy la noche tu eres la soledad
el deseo es un árbol donde la luz se ahoga
todo lo que poseemos está en este fuego.



jueves, 26 de diciembre de 2013

JUAN MANUEL ROCA




El hombre del proyector
(un réquiem por el cine)


En los barrios
El cine nunca fue mudo. En corrillo,
El hombre del proyector
Contaba películas de Chaplin,
Le daba a sus gestos una voz.
Afirmaba que los soldados nunca vencieron
A Jerónimo
Y que tras la función de matinée
Se levantaban los apaches heridos,
Se sacudían el polvo,
Montaban sus caballos de viento
Y se iban a galopar por la llanura
En la función de vespertina.
No así los blancos, que caían flechados para siempre
Cuando quería meter
Su mano vengadora en el guión.
El hombre del proyector
Juraba que al cerrar el telón
Billy the Kid seguía entrando y saliendo
En los salones de Texas
Hasta hacerse un viejo bonachón
Y todos los alguaciles morían abatidos
En un río de hiel.
En la pequeña pantalla de la almohada
Ava Gardner entraba al mar de sus sueños,
La más bella habitante de su piel.
El hombre del proyector
Tuvo las manos de Orlac en su bolsillo,
Guardó en un desván
El coche que rodó a sobresaltos los peldaños
De una trágica Rusia. Afirmaba que el niño
Que iba en ese coche se hizo mayor
Y que pudo huir del escorbuto, de la peste y de Stalin.
Hoy fuimos a su funeral.
Enterramos el cine de barrio
Y apagamos para siempre el proyector.


MARÍA MERCEDES CARRANZA




Kavafiana



El deseo aparece de repente,
en cualquier parte, a propósito de nada.
En la cocina, caminando por la calle.
Basta una mirada, un ademán, un roce.
Pero dos cuerpos
tienen también su amanecer y su ocaso,
su rutina de amor y de sueños,
de gestos sabidos hasta el cansancio.
Se dispersan las risas, se deforman.
Hay cenizas en las bocas
y el íntimo desdén.
Dos cuerpos tienen su vida
y su muerte el uno frente al otro.
Basta el silencio.


ÁLVARO MUTIS




Cada poema


Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mátiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.




GIOVANNI GUESSEP




Canto del extranjero



Penumbra de castillo por el sueño
Torre de Claudia aléjame la ausencia
Penumbra del amor en sombra de agua
Blancura lenta

Dime el secreto de tu voz oculta
La fábula que tejes y destejes
Dormida apenas por la voz del hada
Blanca Penélope

Cómo entrar a tu reino si has cerrado
La puerta del jardín y te vigilas
En tu noche se pierde el extranjero
Blancura de isla

Pero hay alguien que viene por el bosque
De alados ciervos y extranjera luna
Isla de Claudia para tanta pena
Viene en tu busca

Cuento de lo real donde las manos
Abren el fruto que olvidó la muerte
Si un hilo de leyenda es el recuerdo
Bella durmiente

La víspera del tiempo a tus orillas
Tiempo de Claudia aléjame la noche
Cómo entrar a tu reino si clausuras
La blanca torre

Pero hay un caminante en la palabra
Ciega canción que vuela hacia el encanto
Dónde ocultar su voz para tu cuerpo
Nave volando

Nave y castillo es él en tu memoria
El mar de vino príncipe abolido
Cuerpo de Claudia pero al fin ventana
Del paraíso

Si pronuncia tu nombre ante las piedras
Te mueve el esplendor y en él derivas
Hacia otro reino y un país te envuelve
La maravilla

¿Qué es esta voz despierta por tu sueño?
¿La historia del jardín que se repite?
¿Dónde tu cuerpo junto a qué penumbra
Vas en declive?

Ya te olvidas Penélope del agua
Bella durmiente de tu luna antigua
Y hacia otra forma vas en el espejo
Perfil de Alicia

Dime el secreto de esta rosa o nunca
Que guardan el león y el unicornio
El extranjero asciende a tu colina
Siempre más solo

Maravilloso cuerpo te deshaces
Y el cielo es tu fluir en lo contado
Sombra de algún azul de quien te sigue
Manos y labios

Los pasos en el alba se repiten
Vuelves a la canción tú misma cantas
Penumbra de castillo en el comienzo
Cuando las hadas

A través de mi mano por tu cauce
Discurre un desolado laberinto
Perdida fábula de amor te llama
Desde el olvido

Y el poeta te nombra sí la múltiple
Penélope o Alicia para siempre
El jardín o el espejo el mar de vino
Claudia que vuelve

Escucha al que desciende por el bosque
De alados ciervos y extranjera luna
Toca tus manos y a tu cuerpo eleva
La rosa púrpura

¿De qué país de dónde de qué tiempo
Viene su voz la historia que te canta?
Nave de Claudia acércame a tu orilla
Dile que lo amas

Torre de Claudia aléjale el olvido
Blancura azul la hora de la muerte
Jardín de Claudia como por el cielo
Claudia celeste

Nave y castillo es él en tu memoria
El mar de nuevo príncipe abolido
Cuerpo de Claudia pero al fin ventana
Del paraíso