domingo, 12 de marzo de 2017


ANTONIO PORCHIA




Quien me tiene de un hilo no es fuerte; lo fuerte es el hilo.


De: Voces





JORGE GAITÁN DURÁN

  


El infierno



Los hombres ya no viven: como enterradas serpientes
En el otoño, como lunas perezosas en invierno,
En el estío son águilas o tigres, soles sanguinarios
Que arden en el opaco mundo de las cosas,
Guerreros en vigilia como los astros
Para que en inmortales los convierta el cielo mentido.
Nobles o perversos, mas efímeros porque es su obra
Única arrancar un instante al infierno
La misma carne que los delata a los dioses,
Los amantes están solos en la tierra.
Feroces porque el que siempre da recibe injusticia,
Quieren ser como uñas o dientes en el otro,
Como la selva tras la tormenta de verano, quieren
Que nadie vea su debilidad, sino sufra violencia,
Ayuntados como hermosas bestias o en fuga como criminales
La luz los ciega: el hombre no tiene tiempo para reconocerse.
Se abrazan en su miseria hasta encontrar un cuerpo
Impenetrable donde sólo la muerte toca fondo:
Sus bocas están juntas, mas separadas siguen las almas.




RAMÓN LÓPEZ VELARDE




Ser una casta pequeñez...
  
A Alfonso Cravioto



Fuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la fuente limpia y bárbara del niño...

Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño por secarse al sol...

Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo, para
interrogarme, Amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y frágil
de tu naranjo en flor.

Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.

Dejarías entonces en la bárbara
novedad de mi frente
el beso inaccesible
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.

¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez
en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?


JOSÉ CARLOS BECERRA




Betania

Homme infesté du songe, homme gagné par l'infection divine.
Saint-John Perse



He tocado esta carne y no he hallado otra resurrección que
el olvido
ni otra vehemencia que aquella de los labios pegados a la
noche,
a la oscuridad besada de los cuerpos,
a las palabras dichas para que las bocas resistan el
hierro nocturno.
La sangre también recuerda sus hechos de tierra
como un navío que cabecea en los muelles.
El cielo de este día es otra vaga historia,
el anochecer va posando sus alas sobre los nombres
escritos.

¿Dónde está lo que resplandece cuando el fuego
retrocede?
¿Dónde está aquello que no es vencido por el poderío de lo
que duerme?
Llovizna sobre la tierra como un arrepentimiento tardío,
como una voluntad de lavar en voz baja.
La magia ha arrojado sus armas en el centro de la
habitación,
la historia de Lázaro se ha convertido en pasto de
charlatanes de buena y mala voluntad,
y la consecuencia es este legado de carne envanecida de
su morir,
aquello a lo que llaman primer paso hacia la inmortalidad.
Todos los ríos levantan su copa hacia las nubes
pidiendo que se las llenen de infinito para beber
lentamente otra sombra,
todos los ríos esperan la alfombra de la luna, el cuarto
cerrado
donde al amanecer se desvisten los que se ahogaron
de niños.

Pero no es en la fruta acostada en su madurez
ni bajo el árbol donde el cielo detiene sus dioses ausentes,
donde los ojos se abren de nuevo.
Es en la impiedad de las estatuas, en las sordas
lecturas del azufre,
en la verdad del salitre, en el herbazal de la sangre.

La mirada entonces no yerra como no yerra el amor,
las mujeres danzan alrededor de su propio desnudo
y nos invitan a llorar por la muerte de sus astros.

Estos ojos de amor que me llevan se han abierto también
en los ríos,
en las arenas lavadas como alguien que pone en orden
sus recuerdos y luego se marcha.
Ríos que se levantan en silencio para abrirle la puerta al
océano,
al océano que entra sacudiendo los retratos y las
apariciones,
los lechos y sus consecuencias de sangre o de nieve.

Creo en lo oscuro de la materia pero su renombre no es
oscuro;
Dios ha entrado en su tumba tranquilamente
porque cree en el poder de los hombres para despertarlo,
porque los hombres se anuncian los unos a los otros
con una luz escarlata y colérica.

He respirado la indiferencia que me atañe,
el olvido que alguna vez tenemos en las manos como una
bella flor de papel.
Le he dado un nombre amoroso a mis culpas
y he temblado al creer en lo que me vencía.
He pasado tardes en silencio, mirando mi fraudulenta
resurrección
esperando un gesto revelador
para tomar la noche como un incendio.

La primavera ha pasado con sus voces de fruta,
con su tropel de sol en las mejillas,
el sudor ha sido hermoso como la espuma en las
adolescentes
el corazón ha dejado en la playa otra carta sin firma.

También la rabia espera ahora su reinado,
el sol camina sobre los ataúdes abiertos,
pero los muertos no han podido siquiera ofrecernos una
disculpa
por su ausencia, por eso la melancolía es más hermosa
que una columna griega.

He aquí esta mirada,
esta mirada nuevamente en las postrimerías de sí misma,
desplegada como un pabellón de guerra, como una lúcida
avanzada invernal.
He aquí que mi mano no tiembla al levantar la lámpara.
Hay espejos rotos semienterrados en la arena de la playa,
están las escamas de los días de verano;
y en la tarde plomiza el mar golpea con todo su cuerpo
como si quisiera despertar a la tierra hacia una luz más
honda...

Y hemos llorado, nos hemos visto correr en nuestras
lágrimas,
hemos alabado nuestras mejillas, hemos palpado a ciegas
otro cuerpo
que no venía en las lágrimas; entonces la tarde
parecía esperar en nuestros ojos.

Pero yo quiero ahora la otra mejilla del amor,
el lado no abofeteado aún por su propio silencio;
porque me he convencido de la soledad sin tregua del mar
y lo señalo
y me agobia ese resplandor de la luna en los cabellos de
los muertos.
Ahora veo lo que tarda en llegar y escucho el sonido de los
cuernos
anunciando la partida de caza.


De: Relación de los hechos




AURELIO ARTURO




Palabra



nos rodea la palabra
la oímos
la tocamos
su aroma nos circunda
palabra que decimos
y modelamos con la mano
fina o tosca
y que
forjamos
con el fuego de la sangre
y la suavidad de la piel de nuestras amadas
palabra omnipresente
con nosotros desde el alba
o aun antes
en el agua oscura del sueño
o en la edad de la que apenas salvamos
retazos de recuerdos
de espantos
de terribles ternuras
que va con nosotros
monólogo mudo
diálogo
la que ofrecemos a nuestros amigos
la que acuñamos
para el amor la queja
la lisonja
moneda de sol
o de plata
o moneda falsa
en ella nos miramos
para saber quiénes somos
nuestro oficio
y raza
refleja
nuestro yo
nuestra tribu
profundo espejo
y cuando es alegría y angustia
y los vastos cielos y el verde follaje
y la tierra que canta
entonces ese vuelo de palabras
es la poesía
puede ser la poesía.



CÉSAR RODRÍGUEZ CHICHARRO




Serás



Serás como el dado
que se agita mil veces,
que tiembla en la mano
o en el cubilete,
que señala la dicha
o el número helado de la muerte.

Serás como el dado:
torpe, callada, indiferente.