Betania
Homme infesté du
songe, homme gagné par l'infection divine.
Saint-John Perse
He
tocado esta carne y no he hallado otra resurrección que
el olvido
ni otra vehemencia que aquella de los labios pegados a la
noche,
a la oscuridad besada de los cuerpos,
a las palabras dichas para que las bocas resistan el
hierro nocturno.
La sangre también recuerda sus hechos de tierra
como un navío que cabecea en los muelles.
El cielo de este día es otra vaga historia,
el anochecer va posando sus alas sobre los nombres
escritos.
¿Dónde está lo que resplandece cuando el fuego
retrocede?
¿Dónde está aquello que no es vencido por el poderío de lo
que duerme?
el olvido
ni otra vehemencia que aquella de los labios pegados a la
noche,
a la oscuridad besada de los cuerpos,
a las palabras dichas para que las bocas resistan el
hierro nocturno.
La sangre también recuerda sus hechos de tierra
como un navío que cabecea en los muelles.
El cielo de este día es otra vaga historia,
el anochecer va posando sus alas sobre los nombres
escritos.
¿Dónde está lo que resplandece cuando el fuego
retrocede?
¿Dónde está aquello que no es vencido por el poderío de lo
que duerme?
Llovizna
sobre la tierra como un arrepentimiento tardío,
como una voluntad de lavar en voz baja.
como una voluntad de lavar en voz baja.
La
magia ha arrojado sus armas en el centro de la
habitación,
la historia de Lázaro se ha convertido en pasto de
charlatanes de buena y mala voluntad,
y la consecuencia es este legado de carne envanecida de
su morir,
aquello a lo que llaman primer paso hacia la inmortalidad.
Todos los ríos levantan su copa hacia las nubes
pidiendo que se las llenen de infinito para beber
lentamente otra sombra,
todos los ríos esperan la alfombra de la luna, el cuarto
cerrado
donde al amanecer se desvisten los que se ahogaron
de niños.
Pero no es en la fruta acostada en su madurez
ni bajo el árbol donde el cielo detiene sus dioses ausentes,
donde los ojos se abren de nuevo.
Es en la impiedad de las estatuas, en las sordas
lecturas del azufre,
en la verdad del salitre, en el herbazal de la sangre.
La mirada entonces no yerra como no yerra el amor,
las mujeres danzan alrededor de su propio desnudo
y nos invitan a llorar por la muerte de sus astros.
Estos ojos de amor que me llevan se han abierto también
en los ríos,
en las arenas lavadas como alguien que pone en orden
sus recuerdos y luego se marcha.
Ríos que se levantan en silencio para abrirle la puerta al
océano,
al océano que entra sacudiendo los retratos y las
apariciones,
los lechos y sus consecuencias de sangre o de nieve.
Creo en lo oscuro de la materia pero su renombre no es
oscuro;
Dios ha entrado en su tumba tranquilamente
porque cree en el poder de los hombres para despertarlo,
porque los hombres se anuncian los unos a los otros
con una luz escarlata y colérica.
He respirado la indiferencia que me atañe,
el olvido que alguna vez tenemos en las manos como una
bella flor de papel.
Le he dado un nombre amoroso a mis culpas
y he temblado al creer en lo que me vencía.
He pasado tardes en silencio, mirando mi fraudulenta
resurrección
esperando un gesto revelador
para tomar la noche como un incendio.
La primavera ha pasado con sus voces de fruta,
con su tropel de sol en las mejillas,
el sudor ha sido hermoso como la espuma en las
adolescentes
el corazón ha dejado en la playa otra carta sin firma.
También la rabia espera ahora su reinado,
el sol camina sobre los ataúdes abiertos,
pero los muertos no han podido siquiera ofrecernos una
disculpa
por su ausencia, por eso la melancolía es más hermosa
que una columna griega.
He aquí esta mirada,
esta mirada nuevamente en las postrimerías de sí misma,
desplegada como un pabellón de guerra, como una lúcida
avanzada invernal.
He aquí que mi mano no tiembla al levantar la lámpara.
Hay espejos rotos semienterrados en la arena de la playa,
están las escamas de los días de verano;
y en la tarde plomiza el mar golpea con todo su cuerpo
como si quisiera despertar a la tierra hacia una luz más
honda...
Y hemos llorado, nos hemos visto correr en nuestras
lágrimas,
hemos alabado nuestras mejillas, hemos palpado a ciegas
otro cuerpo
que no venía en las lágrimas; entonces la tarde
parecía esperar en nuestros ojos.
Pero yo quiero ahora la otra mejilla del amor,
el lado no abofeteado aún por su propio silencio;
porque me he convencido de la soledad sin tregua del mar
y lo señalo
y me agobia ese resplandor de la luna en los cabellos de
los muertos.
Ahora veo lo que tarda en llegar y escucho el sonido de los
cuernos
anunciando la partida de caza.
habitación,
la historia de Lázaro se ha convertido en pasto de
charlatanes de buena y mala voluntad,
y la consecuencia es este legado de carne envanecida de
su morir,
aquello a lo que llaman primer paso hacia la inmortalidad.
Todos los ríos levantan su copa hacia las nubes
pidiendo que se las llenen de infinito para beber
lentamente otra sombra,
todos los ríos esperan la alfombra de la luna, el cuarto
cerrado
donde al amanecer se desvisten los que se ahogaron
de niños.
Pero no es en la fruta acostada en su madurez
ni bajo el árbol donde el cielo detiene sus dioses ausentes,
donde los ojos se abren de nuevo.
Es en la impiedad de las estatuas, en las sordas
lecturas del azufre,
en la verdad del salitre, en el herbazal de la sangre.
La mirada entonces no yerra como no yerra el amor,
las mujeres danzan alrededor de su propio desnudo
y nos invitan a llorar por la muerte de sus astros.
Estos ojos de amor que me llevan se han abierto también
en los ríos,
en las arenas lavadas como alguien que pone en orden
sus recuerdos y luego se marcha.
Ríos que se levantan en silencio para abrirle la puerta al
océano,
al océano que entra sacudiendo los retratos y las
apariciones,
los lechos y sus consecuencias de sangre o de nieve.
Creo en lo oscuro de la materia pero su renombre no es
oscuro;
Dios ha entrado en su tumba tranquilamente
porque cree en el poder de los hombres para despertarlo,
porque los hombres se anuncian los unos a los otros
con una luz escarlata y colérica.
He respirado la indiferencia que me atañe,
el olvido que alguna vez tenemos en las manos como una
bella flor de papel.
Le he dado un nombre amoroso a mis culpas
y he temblado al creer en lo que me vencía.
He pasado tardes en silencio, mirando mi fraudulenta
resurrección
esperando un gesto revelador
para tomar la noche como un incendio.
La primavera ha pasado con sus voces de fruta,
con su tropel de sol en las mejillas,
el sudor ha sido hermoso como la espuma en las
adolescentes
el corazón ha dejado en la playa otra carta sin firma.
También la rabia espera ahora su reinado,
el sol camina sobre los ataúdes abiertos,
pero los muertos no han podido siquiera ofrecernos una
disculpa
por su ausencia, por eso la melancolía es más hermosa
que una columna griega.
He aquí esta mirada,
esta mirada nuevamente en las postrimerías de sí misma,
desplegada como un pabellón de guerra, como una lúcida
avanzada invernal.
He aquí que mi mano no tiembla al levantar la lámpara.
Hay espejos rotos semienterrados en la arena de la playa,
están las escamas de los días de verano;
y en la tarde plomiza el mar golpea con todo su cuerpo
como si quisiera despertar a la tierra hacia una luz más
honda...
Y hemos llorado, nos hemos visto correr en nuestras
lágrimas,
hemos alabado nuestras mejillas, hemos palpado a ciegas
otro cuerpo
que no venía en las lágrimas; entonces la tarde
parecía esperar en nuestros ojos.
Pero yo quiero ahora la otra mejilla del amor,
el lado no abofeteado aún por su propio silencio;
porque me he convencido de la soledad sin tregua del mar
y lo señalo
y me agobia ese resplandor de la luna en los cabellos de
los muertos.
Ahora veo lo que tarda en llegar y escucho el sonido de los
cuernos
anunciando la partida de caza.
De: Relación de los hechos
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