viernes, 24 de julio de 2020


DULCE MARIA LOYNAZ




Deseo



Que la vida no vaya más allá de tus brazos.
Que yo pueda caber con mi verso en tus brazos,
que tus brazos me ciñan entera y temblorosa
sin que afuera se queden ni mi sol ni mi sombra...

Que me sean tus brazos horizonte y camino,
camino breve y único horizonte de carne:
que la vida no vaya más allá... ¡Que la muerte
se parezca a esta muerte caliente de tus brazos!...


De: “Tiempo”


TUDOR ARGHEZI



Salmo del Misterio


¡Oh, tú, aquella de otro tiempo,
perdida en el camino del mundo!
Tú, la que apoyaste la frente sobre mi alma,
tomando así en ella el sitio de la madre;
mujer esparcida dentro de mí
como la fragancia entre la selva,
grabada en mi sueño como una palabra,
clavada en mi tronco: hacha.
Tú, la que me ataste la vida a la canción
con los brazos anudados al cuello,
y me llevaste a buscarla
en tus manos y en tus mejillas.

Tú, llevada como pulsera
en el brazo del pensamiento,
junto a la que aspiré
mecer al hijo de la Humanidad.
Rosa pura, crucificada
sobre mi cruz con clavos de diamante,
que a cada movimiento
pierdes algún pétalo, alguna estrella.
Tú, hogar de mis deseos,
fuente para mi sed encarnizada.
Tierra prometida por los cielos,
con rebaños, sombras y cosechas.

Tú, que has trocado mi camino,
convirtiéndolo en agua de mar,
para llevar mi barca solitaria
desde una vorágine a otra,
mientras las orillas se agrandan,
como la noche alrededor de mí,
tanto como crecen las olas del sufrimiento,
¿dónde están tus manos para trazar otra vez
en el aire los caminos de la luz?
¿Dónde tus dedos para buscar
en mi corona las espinas?
¿Dónde tu cadera tendida en la hierba,
abrazada por los tallos de las flores
que escuchan dentro de tu seno el suspiro
del amor que, vencido, se está muriendo?

Tú, que cuando pasas por las colinas
haces estremecerse a los chopos
en toda su estatura,
y envuelves cuanto encuentras
en una red fresca y ardiente.
Tú, que ofreces tus senos
semidesnudos al beso
de fuego de mi boca
y a la avidez de mis manos,
y contemplas
el vacío del tiempo cruzado
por halcones de ceniza y arena,
a los que el viento presta
una apariencia sin rostro.

Tú te perdiste en el camino del mundo
como una flecha sin blanco,
y acaso tu hermosura fue creada
sólo para engañarme.

Mas, ¿cómo no pudiste domar
al destino que acechó tu vida
y no supiste extraer del camino
el odio para vencerlo?

Apresta tu oído desde la tierra
en esta hora en que te llamo,
para escuchar, ¡oh, jamás olvidada!

mi imperdonable maldición.


SAFO




Himno a Afrodita



Inmortal Afrodita la del trono pintado
la hija de Zeus, tejedora de engaños, te lo ruego:
no a mí, no me sometas a penas ni angustias
el ánimo, diosa.

Pero acude aquí, si alguna vez en otro tiempo,
al escuchar de lejos de mi voz la llamada,
la has atendido y, dejando la áurea morada
paterna, viniste,
tras aprestar tu carro. Te conducían lindos
tus veloces gorriones sobre la tierra oscura.
Batiendo en raudo ritmo sus alas desde el cielo
cruzaron el éter,
y al instante llegaron. Y tú, oh feliz diosa,
mostrando tu sonrisa en el rostro inmortal,
me preguntabas qué de nuevo sufría y a qué
de nuevo te invocaba,
y qué con tanto empeño conseguir deseaba
en mi alocado corazón. ¿A quién, esta vez
voy a atraer, oh querida, a tu amor? ¿Quién ahora,
ay Safo, te agravia?
Pues si ahora te huye, pronto va a perseguirte;
si regalos no aceptaba, ahora va a darlos,
y si no te quería, en seguida va a amarte,
aunque ella resista.

Acúdeme también ahora, y líbrame ya
de mis terribles congojas, cúmpleme que logre
cuanto mi ánimo ansía, y sé en esta guerra
tu misma mi aliada.



RUBÉN BAREIRO SAGUIER

  

Música de la memoria


Hoy hace un mes,
o un año,
tal vez un siglo,
de silencio
entre las mansas cucarachas
del olvido.
Pero anoche
una leve humareda de música,
una ráfaga de notas en el viento
desató el nudo de mis manos,
el hosco garrotillo en mi garganta
y el mundo me cayó
sobre los ojos,
sobre los labios,
goterones de voces,
de lágrima o de plomo
después de la sequía
hasta entonces lo huía.
Por ejemplo, no podía pensar
el otoño rojizo de París,
el París de herrumbrados castaños
y plazas escondidas.
Ni siquiera podía evocar las jacarandás
azuleando el cielo
en las calles de la ciudad prohibida.
Es que el sol es apenas
un recuerdo manchado por las rejas.
Este es el fondo más hondo del pozo
y esta oscuridad se asume en soledad,
con la angustia, las moscas,
los olvidos, las ratas monstruosas.
La memoria es una llamarada
que quema, que lancina.
Y de golpe,
un traguito de música
pueda más que las rejas,
que el dolor de la afrenta,
más que los interrogatorios,
que las garras prensadas de los cuervos.


JUAN CARLOS SUÑEN

 

 

36

 


Pero ocurre
tan pronto el corazón, y tarda tanto
la vida. Ya no quiere
sino una potestad e ir hacia ella,
salir de suyo a la espesura, presto
al mundo levantado,
al pavor de estar vivo
y solo. Tú qué sabes,
qué sabes,
 le solía
decir su padre (como a todos), si eres
demasiado inexperto, demasiado
pequeño aún.
 Ya había decidido
ir tras otro dominio
cuando esa mirada le ha hecho crujir el hueso.


De "La prisa"

 

EDGAR LEE MASTERS

 


Elsa Wertman

 

 

Era yo una campesina alemana

de ojos azules, chapeada, fuerte y feliz,

y el primer lugar donde trabajé

fue en casa de Thomas Greene.

Un día de verano cuando ella no estaba,

entró en la cocina, silenciosamente.

Me tomó en sus brazos y me besó el cuello,

y yo volví la cabeza. Entonces,

ninguno de los dos parecía saber

qué era lo que estaba pasando,

y lloré por lo que sería de mí.

Y lloré y lloré por mi secreto que se hacía

cada vez más evidente.

Un día la señora de Greene me dijo

que entendía

y que no me haría la vida difícil;

ella, sin hijos, adoptaría al niño.

(Él le dio una granja para hacerla callar.)

Se escondió en la casa e hizo correr la voz

como si fuera a pasarle a ella.

Salí con bien, nació el infante; me trataron

con tanto cariño.

Después me casé con Gus Wertman

y pasaron así los años.

Pero en las convenciones políticas

cuando todos pensaban que mi llanto

se debía a la elocuencia de Hamilton Greene,

no era por eso,

¡No! Quería decir:

¡Ése es mi hijo! ¡Ése es mi hijo!