viernes, 24 de julio de 2020

EDGAR LEE MASTERS

 


Elsa Wertman

 

 

Era yo una campesina alemana

de ojos azules, chapeada, fuerte y feliz,

y el primer lugar donde trabajé

fue en casa de Thomas Greene.

Un día de verano cuando ella no estaba,

entró en la cocina, silenciosamente.

Me tomó en sus brazos y me besó el cuello,

y yo volví la cabeza. Entonces,

ninguno de los dos parecía saber

qué era lo que estaba pasando,

y lloré por lo que sería de mí.

Y lloré y lloré por mi secreto que se hacía

cada vez más evidente.

Un día la señora de Greene me dijo

que entendía

y que no me haría la vida difícil;

ella, sin hijos, adoptaría al niño.

(Él le dio una granja para hacerla callar.)

Se escondió en la casa e hizo correr la voz

como si fuera a pasarle a ella.

Salí con bien, nació el infante; me trataron

con tanto cariño.

Después me casé con Gus Wertman

y pasaron así los años.

Pero en las convenciones políticas

cuando todos pensaban que mi llanto

se debía a la elocuencia de Hamilton Greene,

no era por eso,

¡No! Quería decir:

¡Ése es mi hijo! ¡Ése es mi hijo!

 

 

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