viernes, 27 de octubre de 2017


JORGE LARA



  
Por el confino sideral renombre



Por el confino sideral renombre
axólotl salamandra camaleón
florida muerte tigre al victorioso
abrasador despojo en la llanura

Difícil material para constelaciones frígida-s
largo sitio roto los amantes vean
tras vez gris en la máquina del ansia

fórmula rasante venga el viento
por los que viven niebla y sus ramos procure
de ala marmórea febriles ostentando

flamear acre ya en sangre aciaga la jauría
al verter en espectro leve remo
aquí fundante trizador asombra
del triste fango haciendo pura luz



CARILDA OLIVER LABRA




Guárdame el tiempo



Vuelves a renovarme el don perpetuo.
Otra vez eres ése
que me enseñó las señales del alba,
el que salvó una hormiga en el borde del vaso.

Vuelves para pedirme que reúna
la corte de los gatos,
que te ampare de aquel golpe en la nuca,
que te dé mi tristeza como un sorbo,
que te recorte alguna uña,
que me moje de ti,
que te alcance el café,
que no oscurezca,
que me case contigo esta noche otra vez.

Se nos quedaron muchas cosas sin hablar,
Necesitamos una cita,
porque
¿a quién le doy tantas caricias
que sobraron,
aquellas que olvidé ponerte sobre el pecho?
¿A quién le cuento
que he planchado, creyendo que era tela,
tu perfil de muchacho?

¿A quién convido ahora con mis piernas
y le enseño el jazmín que nació anoche,
y le pongo una abeja a que lo pique,
y le saludo la inocencia?

¿A quién le miento y juro,
a quién le tiro un pan contra la oreja,
a quién le digo que lo odio,
y luego, que lo amo?

¿A quién le digo hijo,
y me lo paso por dentro como un trapo?
Sé bien que estás metido en nuestros átomos,
que te mueves en ese aire que espantó estas páginas
que observas desde los retratos,
que te has caído hoy contra mi pecho
y para que seamos uno solo
hasta este propio corazón
me lo has parado;
sé que estoy muerta
soñando que te busco por el cuarto.

Guárdame el tiempo.
Guárdamelo.
Estoy segura de que puedes.
Así no ha de caer la luna
ni tendrás que morirte en la mañana
y el jueves será eterno
y te besaré siempre como el veinticuatro
de septiembre
de mil novecientos ochenta y uno.
Guárdame el tiempo,
guárdamelo.

¡Qué no pase ni un minuto,
que nada ciego nazca,
que no se invente un aparato de tortura
ni estalle otra contienda contra el hombre;
que no cacen más pájaros,
que no se malogre la pureza,
que vuelvas
a ser
y aquel esplendor tuyo se mezcle, poderoso,
a mis harapos!

Guárdame el tiempo,
guárdamelo.

Te lo pido con rabia,
con ternura,
con todo lo que no es palabra.
Para que siempre seamos lo estupendo:
hombre y mujer
girando,
nueva especie del mundo;
ya casi un milagro.
Pues me han salido en la cara tus ojos
y a ti en el rostro mi boca,
y no sé cuando te miro si eres tú quien me mira
ni cuando tú me besas
si soy yo quien te ha besado.
  

AMALIA IGLESIAS





El sueño de los caballos muertos
                                                                     A Sylvia Plath


La noche esconde espuelas, atesora secretos
para el viajero que se aventura a solas hacia rutas insomnes;
cuando el sueño se acuesta a la deriva
y una embriaguez antigua vuelve a cercar los ojos
-caballos que se despeñan cada noche
y luego recobran vida para volver a suicidarse- .

Alta bóveda abierta
sobre la cicatriz que deja el golpear de los cuerpos remotos
y el galopar penúltimo pradera adentro,
semejante al ruido aquel de las puertas abatidas contra el otoño.

Y preguntar a dónde van cada día sus ojos aún calientes,
el alucinado mirar de los adioses
si desde algún lugar
suplicando su gemido inaudible.

Por la grieta del aire
-cerradura del mundo donde la muerte acecha
apostada en el umbral del sueño útil-
el galopar de los caballos que van a despeñarse
y caen desfiladero abajo,
arrastran la impotencia,
la ingravidez de mis muslos apretados.

Por el alma se adensan los recuerdos en ámbar,
la resina que desprenden pesadillas de entonces,
sólidas como la sangre del cristo crucificado
donde se clavaban mis ojos de niña al salir de la siesta;
gigantescos helechos golpeándome el rostro
mientras mis manos temblorosas apartaban las nubes
para encontrar el mundo
que nunca estaba al otro lado de la niebla.

Detrás vendrá el abismo con su imán desatado,
presiento en el galope su voz más poderosa:
la palabra embrujada, las palabras rotundas
y el galopar constante en los cristales,
su galopar constante...

Luego el vacío, el cenit.

Por la órbita de los caballos muertos
un sopor sin escrúpulos me conduce hasta el alba.


De "Memorial de Amauta"



EDGAR VALENCIA




Muchacha inglesa 



He leído a Cyril Conolly
describir a una muchacha inglesa
de los años treinta:
frente alta
nariz en punta
labios llenos
grandes ojos
pelo oscuro
expresión adusta y malhumorada
personificaba a la vez
la inteligencia en zozobra
y la belleza

yo no recuerdo haber visto
a Cyril Conolly
en aquel rave.


SILVIA EUGENIA CASTILLERO




Hendidura



Se rasga una superficie pero nadie sabe,
la cima está en la textura misma y no hay quien lo advierta.
En la alcantarilla hay milímetros expandiéndose
inútilmente, se agitan las formas espaciales en
el reflejo de la hendidura, en su vertedero, en su derramarse todo
en el vacío. Ahí están las huellas buscadas, en esa innecesaria
corriente de miligramos que van incrustándose de migaja en migaja.
Impera el precipicio desde ahí, olvida la barranca, el acantilado;
en las inmundicias está la catástrofe, el derrumbe inicia en su desfase,
en el monstruoso engranaje de la materia. Ahí estás tú.




LEONARDO VARELA




Bucólica
                                          a Leopoldo María Panero



Algún día
nos cansaremos de errar
por estos valles de comedia
Pastores sin rebaño. Ovejas negras
La marea de los pastos
peinados por la sed de los alisios
recorriendo la erguida
estepa de la muerte. Dejaremos entonces
a un lado las zaleas
y vendremos los lobos
de uno en mil, cantando


De: “Palabras para sobrevivir en el desierto”