miércoles, 21 de agosto de 2019


DELFINA ACOSTA




Perra sombra



¿Quién soy? Apenas me conozco orando
a un Dios que dicen que creó las olas.
A la mañana me recuerdo ciega
limpiando de arenillas a las rosas.

¿Quién soy? A veces me pretendo amando
a un hombre extraño que en mi perra sombra
avanza cojeando y distraído
y va a toser su mal de amor a solas.

¿Quién soy? Yo soy la bestia perseguida
por asesino lobo que ya ronda
mi casa por el pueblo oscurecida,
mi piso frío en que me duermo loca.

Soy esa eterna arena de los ríos.
Por mi dolor los dioses se apasionan
y brotan de mis ojos flores ciegas.
Y muero sana y perramente a solas.

YANIRA SOUNDY





A ese hombre



Pienso en ese hombre que besa como si el mar fuera a
desbordarse, que siembra su sonrisa en mi piel con la altivez de
la espiga, que dibuja mi soledad sobre la niebla.
Pienso en ese hombre, dócil a mis ojos, fiel, pleno, íntegro.
En su vuelo humedecido sin tiempo y sin espacio.
Como primavera sobre el trigo del otoño.
Pienso en ese hombre que inventa soles, aguas de seda al tacto
y una verdad sencilla para amarme.
Ese hombre cierto, inconstante, mío.
En el callado temblor de sus latidos, en sus ojos de oscuros
desafíos.
Pienso en ese hombre que me espera con dulce arrobamiento.
En su cabello de trigo que me inunda en un pleamar de pétalos y
trinos.
Ese hombre:
Sol salvaje, río de música y silencio, pájaro en el alba.
Pienso en ese hombre y hay aroma en la música y color en el
aroma, claveles recién abiertos y flores niveas en mis sueños.


NORA MÉNDEZ





Nacimientos



Estoy desenterrando
El hueso de mis emociones,
Se me están cayendo
Los versos de leche
Y mi poema anda descalzo
Untándose de verde.

Tengo las raíces
A flor de piel,
Porque es tiempo de palabras
Gracias al buen invierno.

Y voy a hacer con ellas
Una canastada de dulces
De mis sentimientos.

Es que se me anda apiando
La dulzura,
Y mi canto sale por donde puede
 Como fustán buscando novio.

Los días juegan arranca cebolla
Unos con otros,
Y yo me subo a la rueda de caballitos
De tus besos.

Las palabras se me humedecen
Desde el fondo de la vida

Quizás porque El Salvador
Es un Zanate pasándose la calle
O porque las aves amanecen
Recitando entre las yemas de los árboles.

Y que importa si sólo soy
Una niña,
Con un libro de trigonometría entre las piernas.


AÍDA ELENA PÁRRAGA





Amor sintiendo



Dónde están mis ganas de decir tu cuerpo
De hablar de tus olores… de tus fuegos
Dónde la necesidad de decirte amor: «te quiero»
Te quiero amor tan dentro.
Donde el contarte que me siento
hogar
Volcán,
ausol,
fuego de invierno
Con solo imaginar tus labios besándome los dedos
Mal digo imaginar…
si tantas beses…
Si tantas beses me has besado hasta el silencio.
Y callada está la aurora:
callada—
callada amor está sintiendo…


ROSARIO FERRÉ





Has perdido, me dicen, la cordura



Has perdido, me dicen, la cordura
óyeme bien
cuando vas por la calle
todos apuntan con el dedo a tu cabeza ladeada
como si te la quisieran tumbar
solo apretar gatillo y plaf!
la frente se te hunde como una lata de cerveza

no saludes a nadie
no te peines, no brilles tus zapatos
cruza la calle de tu propio brazo
date la mano, ciérrate el cuello
mantente atento

ahí va el loco, dicen

tú pasas bamboleando la cabeza polvorienta
como un santo de madera sacado en procesión
los pies clavados a la tarima carcomida
mirando más allá
no dejes que tu carne florezca
déjate apedrear

has perdido
escucha bien

amárrate fuerte al mástil
átate a la polar
no desgonces ahora los tablones antiguos
no alces los remos de sus pivotes
clava a la estrella tu mejor ojo
mantente fiel
no pestañees sino de hora en hora
duerme tranquilo sobre tus puños
no tengas miedo de recordar
cierra tus dientes cristalcortantes
jaula tu lengua
no tragues más

has perdido la cordura, amigo, ya es ahora
corta la cuerda
súbete al viento
endura tu corazón.


De: “Papeles de Pandora”


HUGO LINDO






Dejad, pues, que sucumba de
Todo el dolor te navegaba por la sangre.
Un río largo descendía por la historia
hasta llegar a tu lugar preciso.

La sombra iba nadando sobre el río.
El aire
le pasaba la mano suavemente.

Y los sauces lloraban siglo a siglo
sus hojas,
su rocío,
su ternura,
para amparar la soledad del hombre.

Pero era menester que te agobiara
la carga de los días.

Que la noche
se te echara en el alma y te mordiera.

Que la razón del mundo y su pregunta
se te enroscaran en la voz.
Que el vino fuera
vinagre ya en las comisuras.

Y era
indispensable el fuego de los ojos
la sal atroz,
madrina de su brillo.

Y la espina del paso.
Y la aterida
mordida del invierno en la piel tensa.

Sin eso
no serías el hallazgo,
la flor abierta al ámbito del día,
la mano recia ni la mano dulce.

Sin eso, simplemente, te hallarías
mineral,
vegetal,
seco,
vacío,
rondando apenas el envés del mundo.

La rosa se te dió,
gloria en la vista,
miel del olfato,
levedad del tacto,
porque lloraste encima de sus brotes.

La luz se te otorgó
porque venías
silencioso y sangrante
por el túnel.

La vida misma circuló en tus venas
porque es rojo el color de los suplicios.

Y el amor llegó a ti,
quedó en tu casa,
echó raíces y engendró milagros,
porque venía ya de otras edades
en tu propio dolor,
tu propio tiempo,
tu propio río,
en fin,
tu propia historia.