viernes, 21 de febrero de 2020


ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ





Las fieras
(Jardin des plantes)



Estamos echados sobre el césped
y no tienen piedad de nuestra dicha.
Nos espiaron ensañados. En sus ojos
no había curiosidad ni complacencia.
Envidia, sólo envidia con ira.

Nadie quiso cubrirnos ni con una
mirada de pudor. Pero
¿qué saben ellos de esto?

Querían, lo supongo, avergonzar mi amor,
el tuyo, el poco amor del mundo.
Y no pudieron con nosotros.

Jadeantes, al fin de nuestra lucha,
ahí estaban, representando el odio
que con tanto trabajo habíamos
logrado arrancar de nuestro pecho.
(Estamos solos contra ellos
pero ellos están más solos
que nosotros. A ellos no los
une ni el odio, a nosotros
hasta su odio nos reúne.)

Quizá llegaron cuando yo era tu yo
y yo era tuyo. Nunca lo sabremos.
Jadeantes, saboreando, lamiendo
nuestra dicha nos encontraron. Echados
sobre el césped nos acorralaron
como fieras. Y, ahí, a sus ojos furiosos,
aterrorizados, hicimos de nuevo
nuestro fuego ya sin recato
pero imperturbable –y ellos viéndonos,
viéndonos, ignorantes y viéndonos.


De: “Contemplaciones europeas”


SANTIAGO KOVADLOFF





Los seres periféricos



No los habituales,
tus prójimos frecuentes,
                                  madre,
                                          mujer,
                                               vecinos,
                                                           hijo,
sino los otros,
los de un instante apenas,
fortuitos, esporádicos mozos de café,
                                                    cajeros, seres
                                                    de una vez al mes
                                                    de un día al mes,
brotando dócilmente del olvido,
sin emoción, puntuales,
sosteniéndose un minuto,
                                     dos,
ante tus ojos,
canjeándote cheques por recibos,
quesos por monedas,
plazos, fechas,
bastándose con monosílabos, partiendo, perdiendo
tu figura, anulándola;

diligentes protagonistas del ciclo, de lo cíclico,
prácticos,
yéndose, dejándote,
ellos a ti,
tú a ellos,
para seguir,
                siguiendo,
                                prosiguiendo.


De: “Zonas e indagaciones”


MARIO LUZI





Cruz de senderos



Agua impetuosa esfuma los declives,
los sotos ya no zumban y las moras
se cubren con la bruma. Te apartas
de tu sombra, poco a poco atardece.

Vagas, siempre más vagas yerran tras un velo
de polvo las avispas, los perros jadeantes
y las sendas: se enturbia el aire en torno
del manzano, trascurre un leve espíritu.

Los arroyos embalsaman con miel
y leve hierbabuena bajo los pequeños
puentes que cruzas bajo el sol
y los lentos colores de la vida.

Tras de tus quedos pasos que me dejan
sentado acá en el dique, en el blanco
resplandor del sol, ¿qué es lo que huye,
que se desprende de mi lado para siempre?

La voz de los pastores se congela
en la garganta de los montes; brota
el humo en el bosque y se tiñe de violeta,
la escarcha va cubriendo mis ropajes.


MASAOKA SHIKI






Olas de calor;
Los pétalos del ciruelo flotan
Hasta las piedras.


De: “Primavera”


JULIO HERRERA Y REISSIG





Esplín



Todas las cosas se visten de una vaguedad profunda;
pálidas nieblas evocan la nostalgia de París;
hay en el aire perezas de “cocotte” meditabunda.
Llenos están cielo y tierra de un aburrimiento gris.

Otoño el príncipe vela tras una tenue vitrina,
medio envuelto en la caricia de su pálido jubón.
Flora, enferma, se desmaya mientras el Hada neblina
abre a los silfos del sueño su palacio de algodón.

Pulsa el arpa somnolienta; y haz que tus dedos armónicos
salten como plumas de ópalo de un verderol del Edén
y que finjan en tus manos los insectos filarmónicos,
dos arañas venturosas de un ensueño de Chopin.

Yo quiero ver en tus ojos una tiniebla azulina
de la clorótica noche de tu faz plenilunial;
crucifícame en tus brazos, mientras el Hada neblina
fuma el opio neurasténice de su cigarro glacial.


De: "Los maitines de la noche"


TAHAR BEN JELUN





Septiembre 1970



Me duele nuestra soledad
desde que mueren los pequeños soles
trozos de cielo sin importancia
allá en la cima de la colina
las mañanas han olvidado el silencio
caen cual sílabas
como el rocío
para no significar nada

Me duele el día que se levanta
dique o vela de arena
entre nosotros que nos llamamos "hermanos" pero no
camaradas
mientras que lanzan aparatos perfeccionados
para sancionar las manos abiertas a la vida
los puños que exigen la tierra el árbol la identidad

Me duele la indiferencia distribuida por no sé
qué estrella
en los cuerpos grasos de las ciudades desnudas y sin
[ternura
los veo
muy ocupados en sus cálculos
con el rostro embarrado de margarina
para ocultar un cierto horror que sonroja su frente
los veo
impasibles tras el vidrio
igual número de fracturas en el tiempo
que decide por sus sueños
y les predice el sismo
los veo
secretar la injusticia para el equilibrio de la historia
todo se justifica
con tal de que un niño no venga a perturbar la calma

Pero existen cosas peores...
existen los "hermanos"
los sepultureros de nuestra esperanza
que duermen en un lecho de nostalgia
mientras que hormigas y moscas
vienen a posarse en su memoria
mientras que el poema natal
lanza órdenes
a los niños que caminan sobre la espuma
para detener el contrabando entre las estrellas y la
[vergüenza

Cuánta ceniza en mi cráneo
que todavía cree posible el sueño
cuánta sangre bajo esta tierra gris
cuántos olivos que mueren en el alba coagulada
cuántos poemas amordazados en la muerte blanca
Dejad que me revuelque en las arenas
para perder la memoria
para no hablar más de los hombres
para ya no huir de la muerte

Los "hermanos" los sepultureros, con las lágrimas en
[los ojos masacran a los camaradas
limpian la capital y se lavan el sexo
presiden la oración
y olvidan

Después de todo para qué decirlo
no me lamento
todos los días mueren
en los campos,
en las arenas
el olivo y el sol lo saben
más bien hablo por la tierra lastimada
hablo para que el cielo me abra una puerta
[al azul y al verde
hablo para que el océano sea el único
[testigo de nuestra herida
hablo para que los niños
un día puedan ver nacer el alba de sus sueños
hablo para que se sepa
que se falsificó la historia
hablo
mas ¿qué vale la palabra de un camello?
hablo para el desierto
pero la arena toma ya el color de mi soledad
el desierto avanza hacia Amán
la compasión la tempestad estrangulan
[a las almas degeneradas
sorprendidas por su hedionda desnudez

Hablo
y mi discurso se pierde en las dunas
acaso alguien me escucha

Mi prójimo está lejos
apenas cree en la fatalidad
lo mismo que el pájaro que tiene miedo
se posa en una rama incierta
mi prójimo es un camarada
que sorprendió mi delirio
y perdonó mi locura
abandonó la tienda

Mi canto es indigno de quienes mueren por la noche
y renacen con el alba
mi canto es pobre
sólo soy un camello
un destino que se acaba
estoy triste pero no desesperado
aun cuando los "hermanos" y los demás
decidieron que mis camaradas serán los
[olvidados de la historia
no saben que el desierto va a parir

Un sueño es arrojado al espacio
un sueño que tiene razón
una estrella audaz ilumina ese sueño
en el combate
en el amor
en los encuentros del árbol y del bosque
en la vida que marchita las coronas
ese sueño sin palabras
estalla en las calles árabes
canta y llama

la muerte desprendida del cielo

El hombre con la memoria marchita
monta sobre el lomo de un viejo esclavo
y hace un discurso para retener el sueño
[estallado
olvida sus palabras
babea
se descompone


De: “El discurso del camello”