jueves, 27 de septiembre de 2018


VICENTE GAOS





No sabe qué es amor quien no te ama...



No sabe qué es amor quien no te ama.
No sabe qué es amor quien no te mira.
Tú arrancaste a su alma y a su lira
el son más dulce, la más fiera llama.

¿Qué fue de tanto amor por tanta dama?
Sólo cenizas de la inmensa pira.
Se nubla la mirada, el cuerpo expira,
y el alma quiere asirse a la alta rama

de Dios, que con sus silbos amorosos
te hechiza en la honda calma del verano.
Madrid, a mil seiscientos treinta y cinco.

Pasaron ya los años venturosos
y los amargos. Todo pasó en vano.
Y a Dios te entregas con mortal ahínco.


OBED GONZÁLEZ MORENO





Canto IX



Del trueno un quejido y en mi respiración la disnea. Contrariada la tarde ¿Son horas de dormir?
Música danza en mi cabeza valsa en mi desvarío.
El calor se aloja en mi tronco, me inflama, algo carcome mis párpados. Las paredes se achican, capullo de imágenes y ruidos.
Las ventanas desaparecen y el techo se pega a mis ojos. Un torbellino aparece, se abre y jala, gancho ardiente de varillas que rasga la siesta.
El cubre-polvo de las casas en mi vista, zapatos desfilan presurosos a la velocidad de la indiferencia, levanto la mirada y veo a las personas de pies a cabeza, al final el cielo gris, mancha de vómito que se estrella en la consistencia de mi nombre.
Una canción con ritmo de trópico se escucha lenta, pesada, lejana, aletargada como mi cuerpo sobre la barda. Mis pasos se escuchan a ritmo de ciudad: perezosos, largos, cansados, aletargados, lejanos, muy lejanos…
                en la lejanía de la disnea y el espejo.


De: “En medio”


JUAN MANUEL ZERMEÑO POSADAS





¿qué tan cierto es que Dios nos machaca con los codos como si fuéramos nueces? ¿quién dijo que en el norte sin tetas no hay paraíso?



pertenezco a una generación de poetas con bigote a medias
y fotos de fellini y gatitos por todo facebook
a blanco y negro y en collage
en donde la vida es una corta carrera de perros pug
-pero de pequeños pony en definitiva no-
y coger un amor con palillos chinos peca de complejo
y anticuado
(publicar poemas sigue siendo un desfile de feas)
andar a ciegas y resolver un cubo de rubik con los dedos de los pies
no es ofrenda: es ayuno
gastar los centavos en luz por no abrir las ventanas
ya sea que pase el sol de largo
o el dolor nos doble las pestañas
en un dos por tres se vacían las esperanzas
y en la nariz nos sube un polvo de hadas
coca con helado vainilla cortesía de la casa
y la casa siempre gana
soy discípulo de un homero norteamericano editado por fox
tengo de tradición a vaqueros italianos disparando
endecasílabos hacia indios que apenas y bailan el trompo
en una revuelta que cabe dentro del tazón de cereal
soy el vecino incómodo de los poetas del vacío que construyen
sus garabatos en el absurdo y son perritos en tutú
a los que les da pena ir a la esquina sin papá de la mano
se creen bukowski a las tres minervas
y no reparan en mover su trasero a otra vanguardia
soy el hospitalario virgilio que devuelve los
poetas al infierno
y me encanta
ver como entran y salen mis palabras de sus bocas



YVES BONNEFOY





Hic est locus patriae



Los árboles llenaban el lugar de tu sangre;
el cielo se rasgaba, demasiado cercano
para ti; otros ejércitos vinieron, oh Casandra,
y nada pudo ya resistir a su abrazo.
Aquel que regresaba se apoyó sonriendo
en la copa de mármol que adornaba el umbral.
Cae la luz en el sitio que llaman La Arboleda.
Era luz de palabra, fue noche de huracán.



BENJAMÍN VALDIVIA





Revelación del verdadero ser de Wanda



1

Wanda está inmóvil como Ofelia flotando por el río.
Sus facciones iluminadas,
sus ojos tranquilos igual que la corteza sobre el árbol.
La interrumpen tan sólo mis latidos
confesados a la fuerza junto a su curvatura ensimismada.
Sólo siente ya a solas la sola soledad que compartimos.
Ondulamos en la húmeda tibieza intacta.
En Wanda está la paz, la calma de todo vuelta nudo.
En Wanda, junto a mí -inmóvil yo también flotando sobre el río-,
todo es un punto de luz y todo el universo
es algo ajeno.


2

Wanda lleva tres días junto a mí,
prisionera de esperarse a sí misma,
excelente como los antiguos jardines del Éufrates,
erguida en un talle tal vez renacentista,
atenta a cualquier signo del agua celeste.
Afuera no llueve:
una palmera solitaria demuestra lo imposible del viento.
Erguido árbol, vigía en el ojo vigilante de Wanda
sin enviar todavía señales de la lluvia.
Es todo irreflexivamente cruel
en la grisácea ciudad con un calor impertinente.
Sigue el árbol en pie. Wanda persiste aquí con esas formas
de la ceiba del Éufrates.
Y mi esperanza sigue siendo, para tenerla junto a mí,
que la lluvia en estos parajes nunca vuelva.


3

Wanda está inmóvil sintiendo en la pupila
la persistencia vertical de la palmera ínsita.
Afuera no llueve pero hay nubes oscuras atisbando el balcón.
Son muchos días en los que ando detenido
y el movimiento cada instante me es más necesario.
Me muevo, un poco un mucho, cuando Wanda
pierde tranquilidad.
Tomo como si fuera mío.
Subo y bajo, la aprieto junto a mí, debajo, arriba,
agitados los dos por la respiración de las nubes.
Tirada en esa espera, su pulsación agita;
la cabeza hacia un lado y hacia otro de otro vértigo:
el pelo revuelto con el aire que remueve al girar.
La beso en todas partes: en Guinea y en Júpiter
(y hasta en Madagascar).
Wanda es el mapa y es el cielo raspado por un día sin afeite.
Wanda no se conoce, nada sabe de sí:
yo la revelo ante sí misma, la educo en su calor, instruyo para ella
el movimiento que ella misma me ha enseñado.
Las nubes se agolpan ávidas en el dintel del balcón.
Una palmera erguida se agita con un viento de tormentas.
Wanda no reconoce un solo punto en su visión y gira
ondulando la cabellera al viento,
arqueando esos huesos y rompiendo los tres días
que pasaron inmóviles ahítos de nosotros.
Tirada Wanda, tendida y extensa como un mapa o como un cielo.
Ya todo es viento, movimiento, movimiento.
Wanda es una nube, el aire es una nube, la palmera es una nube.
Por eso en el siguiente giro, por adentro y por afuera,
en todas partes, todo empieza a llover.


De: “Paseante solitario”


AUGUSTO FERRÁN





Los cantares que yo canto…



Los cantares que yo canto
se los regalo a los vientos,
y uno no más, uno solo,
guardo hace tiempo en secreto.

Y aquí lo guardo en secreto,
para cantárselo a solas
al que me quiera explicar
el por qué de muchas cosas.


De: “La soledad”, LXVI, 1860.