miércoles, 19 de febrero de 2025


 

FRANK O’HARA

 


Autobiografía literaria

 

 

Cuando era un niño
jugaba conmigo mismo en un
rincón del patio escolar,
completamente solo.

Odiaba las muñecas y
odiaba los juegos, los animales
no eran amistosos y los pájaros
volaban lejos.

Si alguien me buscaba,
me escondía detrás de un
árbol y gritaba “Soy
un huérfano.”

Y aquí estoy, ¡el
centro de toda belleza!
¡escribiendo estos poemas!
¡Imagina!

 

ROBERT BURNS

 


 

A un ratón, al deshacerle el nido con un arado

 

 

Tierno animal, inerme y despavorido
¡cuan gran susto en exiguo ser metido!
No es menester que huyas tan aturdido
con carrera alocada.
¡No pienso perseguirte enfurecido
con letal aguijada!

Siento que el poder del hombre, fatal,
haya roto el vínculo natural,
haciendo que me culpes de tu mal,
y mires con recelo
a un compañero ¡como tú mortal
e hijo de un mismo cielo!

Sin duda, alguna vez sueles robar,
¡acaso el sustento no has de buscar!
Y una mísera espiga entre un millar
¡poco pedir sería!
El resto bien me podría bastar:
¡cuentas no pediría!

¡Tu frágil casa, rota en un momento,
sus paredes dispersadas por el viento!
Para otra ya no hay nada, y ya siento
¡cercanos y dañinos!
de diciembre los crueles elementos
¡cortantes, asesinos!

Viendo que el campo quedaba desnudo,
que veloz llegaba el invierno crudo,
pensaste al abrigo del viento rudo,
fijar tu habitación;
mas ¡zas! el cruel arado agudo
trajo esta aflicción.

¡Las hojas y el rastrojo amontonado
laboriosos mordisqueos te han costado!
y pese a tus esfuerzos te has quedado
sin casa ni morada,
¡en el aguanieve del invierno bañado
bajo la escarcha helada!

Uno más eres de los desdichados
que ven todos sus planes anulados:
del hombre y del ratón quedan truncados,
los proyectos mejores,
¡y en vez de los éxitos anhelados,
nos quedan sinsabores!

Mas ¡bien estás comparado conmigo!
Es el presente tu único enemigo:
pero ¡ay! ¡yo miro hacia atrás y veo, amigo,
un sombrío camino!
Y, si miro adelante a oscuras sigo,
porque miedo me da cuanto adivino.

 

REINALDO ARENAS

 

 

 

Voluntad de vivir manifestándose

 

 

Ahora me comen.
Ahora siento cómo suben y me tiran de las uñas.
Oigo su roer llegarme hasta los testículos.
Tierra, me echan tierra.
Bailan, bailan sobre este montón de tierra
y piedra
que me cubre.
Me aplastan y vituperan
repitiendo no sé qué aberrante resolución que me atañe.
Me han sepultado.
Han danzado sobre mí.
Han apisonado bien el suelo.
Se han ido, se han ido dejándome bien muerto y enterrado.
Este es mi momento.

 

 

JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ

 

 


 

Blanco de cinc

 

 

Ve lo poco que somos,
una impaciencia habitada por los símbolos.
Pero te roba marzo y te confunde
con el vigía impúdico de un sueño.

 

 

De: “Llamarse nadie”

 

RAFAEL GARCIASOL

 

 

 

Nadie me cantará como te canto

 

 

Nadie me cantará como te canto,
madre, con una llama que se enciende
en ti y en mi termina. Nadie entiende
la sangre de su fin y de mi llanto.

Yo no tengo semilla que me cante
en hijos de consuelo, salvadores,
por el tiempo y los hombres, labradores
que vuelvan a sembrar para adelante

la vida en criatura, y aún en pena,
pasajera, que luego se enardece
en la flor sin memoria ni condena

de la santa alegría. Aquí se apaga
el agua que se agota en sí, perece
sin salir a la mar que la propaga.

 

GIOSUÈ CARDUCCI



 

Mors

 

 

Cuando a nuestros hogares la diosa severa desciende,
se oye de lejos el rumor de sus alas.

La sombra que proyecta cuando gélida, avanza,
difunde en torno lúgubres silencios.

Su cabeza los hombres inclinan cuando ella ha llegado;
los femeninos pechos tiemblan de anhelo.

Así en los altos bosques, cuando julio condensa huracanes,
ni un soplo corre por las verdosas cumbres;

como inmóviles, yertos, deja el escalofrío a los bosques;
sólo se escucha al río que gime ronco.

Entra ella, y pasa, y toca; sin volverse siquiera, derriba
los arbolitos, de su frescor gozosos;

siega la rubia espiga, y arranca también los agraces;
llévase esposas, llévase las doncellas

galanas y los niños; éstos tienden sus brazos de rosa
hacia el sol, bajo el ala negra, y sonríen.

¡Triste el hogar en donde, frente a rostros de padres dolientes,
pálida diosa, vidas nuevas apagas!

Dentro de sus paredes, risas y voces festivas no se oyen,
ni bisbiseos, como en nidos de mayo.

No se oyen los rumores de los años que crecen alegres,
ni de amor cuitas, ni las danzas de boda.

Allí los que perviven, en la sombra envejecen, atentos
siempre a tus pasos; siempre, ¡oh diosa!, esperándote.

 

  

Versión de Amando Lázaro