martes, 1 de abril de 2014

ENQUILLO SÁNCHEZ

 

A buen tiempo

 

Está servida la comida
El potaje está servido
Están servidos el tomate                       las frituras
el pastel de queso y el bistecito con cebollas rojas
están servidos en mi mesa de pobre
o en mi mesa de rico
o en mi mesa de triste
La nostalgia está servida
El mar
con sus víboras de nieve
está servido ante mis ojos y calla
Todo el pasado está servido
Amor                       tus ojos y la lluvia
y mi pudor también está servido
La infancia está servida
(La infancia
Con sus traganíqueles la infancia
con sus indios y sus chirimoyas)
La infancia está servida
Bilita y Mamama                       estáis servidas
Pero el olvido asimismo está servido
y está servido el armario en que me entierro
Los parques
aquella bicicleta que corre en otra sangre
en otra herida
los libros
el mucílago infinito del Instituto Escuela
las primeras camisas con botones en el cuello
el muñeco de nieve que me saqué en el Jaragua
una prima noche de Navidad ante el espanto
                     de mis primos
las guaguas de dos pisos que mi padre nunca asaltó
porque era niño
el boulevard de París en que pude perder la inocencia
la esquina donde llueven todavía nuestras manos
está servido tu sí
está servido el azul
los años
está servido el amor
la brisa está servida

FABIO FIALLO


  

Quién fuera tu espejo

 

         ¿Cuán feliz es el sol! En las mañanas
por verte su carrera precipita,
a tus balcones llega, y en cada alcoba
penetra por la abierta celosía.


         Al blanco lecho en que reposas, sube,
a tu hermosura da calor y vida,
tornase ritmo en tus azules venas,
y epigrama de luz en tus pupilas.


         Mas, yo, no envidio al sol, sino al espejo
en donde ufana tu beldad se mira,
que te ama, alegre, cuando estás delante,
y al punto que te vas de ti se olvida.


 

 

SOLEDAD ÁLVAREZ


 

Momento

 


Duele el gozo que propones
de quedarme quieta
sin respiros ni suspiros
sin delicias de desnudo
sufrirte llama cuando me quemas
pero qué alivio cuando me haces
agüita de yerbabuena
en el justo momento que tus manos
caen sobre mis senos
y se escapan buganvillas
y flamboyanes
relojes de mares y no de arena
turbados camafeos familiares
augurios y ceremonias
los mil y un nombres ilustres
que le han dado a esta franca unión
de cuerpo a cuerpo
de alma a cuerpo
de labio
que dolería más si resistiera
el dócil camino que le señalas.
Quedarme presa en esta furia
quiebra de todos los rompientes
presos en este prendiapaga
en el compás de la danza antiquísima
que seguimos
hasta la redondez de su misterio.

MANUEL DEL CABRAL


 

Aire durando

 

¿Quién ha matado este hombre
que su voz no está enterrada?

Hay muertos que van subiendo
cuanto su ataúd más baja...
 

Este sudor... ¿por quién muere?
¿Por qué cosa muere un pobre?
 

¿Quién ha matado estas manos?
¡No cabe en la muerte un hombre!
 

Hay muertos que van subiendo
cuanto su ataúd más baja...
 

¿Quién acostó su estatura
que su voz está parada?
 

Hay muertos como raíces
que hundidas... dan fruto al ala.
 

¿Quién ha matado estas manos,
este sudor, esta cara?
 

Hay muertos que van subiendo
cuanto más su ataúd baja.

 

FEDERICO BERMÚDEZ Y ORTEGA


 
 

Melodía breve
(En la alta noche)

 

Aura suave y manso río,
la onda breve besa esquiva
la ribera pensativa
con un beso breve y frío.
 

Es la noche; reina Estío;
desde el cielo, sensitiva
flor de luz, la Luna Estiva
se retrata pensativa
en los cristales del río.
 

Besando el silencio grave,
rima el aura en vago giro,
el romántico suspiro
de un rumor dormido y suave.
 

Y cual eco peregrino
al rumor de brisa y ola
llega en ritmo suave y fino
a la orilla quieta y sola la
doliente Barcarola
de un noctivago marino....

 

 

 

FRANKLIN MIESES BURGOS




Desvelado Caín


A la orilla del aire yo destruyo la sombra
delgada de los pájaros
solitarios que habitan caídos en el cielo
pequeño del rocío,
de ese húmedo espejo donde todas las cosas
del alba se derrumban,
se hunden en el frío metal en donde el trino
sonámbulo se hermana con la niñez del agua.
 

A la orilla del aire yo destruyo la rosa
del rosal, la azucena,
la nube y la guitarra que también es alondra
nacida en una nueva
presencia quejumbrosa de metales heridos.
 

A la orilla del aire yo destruyo el aliento
del ángel, la paloma.
 

Nada queda en mis manos que no rompa
en procura de mí mismo en el fondo,
en la íntima entraña sepulta de las cosas
donde lo eterno esculpe su máscara de siempre,
su soledad más honda.

¡Oh Padre imaginado
tras el terrible cielo por donde pasa el viento
del misterio soplando la voz de sus campanas!
 

-¿Qué cosa es que supongo hallar
tras de tu niebla?
¿Cuál enigma vislumbro oculto tras la negra
semilla de tu árbol?
 

La noche milenaria
que enroscada descansa sin rostro entre mis huesos,
la noche que me oprime por dentro y me devora,
¿no es la misma que cava con sus dedos de sombra
su abismo en los objetos?
 

Por aquí desemboco rodando hasta la gota
donde la más antigua de mis voces descansa.
 

Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste,
para forjar del barro miserable la estatua
preciosa de la vida.
 

Yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro,
para inventar la humana presencia de la Muerte.
 

Desde entonces yo he sido también un dios creador,
arquitecto único de ese orbe distingo
donde el fecundo cielo no hizo del verbo luz,
sorda parte de un mundo donde la intacta sombra
es virgen todavía.
 

No es Abel el que muere herido por el golpe
salido de mi mano, no es Abel el que muere.
 

Con él sólo destruyo las formas permanentes
del símbolo primero:
igual me hubiera sido la presencia de alba,
lo inmutable del cielo.