martes, 8 de enero de 2013

MINERVA MARGARITA VILLARREAL





Sobre la silla…



Sobre la silla
el vestido con el que me desposo
esta mañana
El tálamo
humedecido
bajo las sábanas
La certeza en el vientre
Te has ido
y tu ausencia crece
como la niña que viene
a habitar esta casa

de “Tálamo”

LETICIA HERRERA





Maleable




de vocación insular a remolino
me bastan tus ojos rasgando
mi corazón papel de china

atracadero de tus brazos
madero oliendo a su árbol
me apoltronaré en la tierra
hasta que vengas

hay rutas de estrellas que nadie sigue
por tres monedas te diré la suerte
Roma esperó y hago lo mismo

en el tiempo de las nueces la sed
pero si llama tu voz entibiezco
gacela desprevenida se me doblan las piernas

en el azul imposible armo el olvido
cebra indistinta entre la fronda
rota amaneceré cuando tus brazos



FERNANDO MARIN





Perdon



Cuando sentir pretendo
tu rabia contenida.
La misma que no olvida.
La misma que te anida,
con su sed de venganza...
brota en mi una ilusión
de alcanzar tu perdón
y un halo de esperanza.

Porque en el arrebato
de tu sed vengadora
hay una parte en ti
que me extraña y me llora.
Una parte que ahora,
arrogante, pasea
mientras que en mi dolor
silente se recrea.
Y yo, en la dignidad
de un mendigo que implora
tan solo caridad,
buscándote en mi paz
susuraré: perdona.


MARCO FONZ DE TANYA




  
Momentos



Vuela y pregunta a San Francisco de Asís
si su amor perdona
las ansias de la sangre
los desvelos de la carne
la premura de su instinto.



DAVID N. CAMPOS






El árbol y las horas


  
Las nubes donde
amaneces
escondida del árbol
tienes la dureza de
la lluvia que revienta
en la hoja, la calle y el mismo árbol
que en estos días de nube
entregas sus raíces al desierto.
Luego viene el mediodía
y los granos de arena
suben densos
-a este reloj vivo de las horas-
por las venas donde antes tu nube
volaba.
Las horas perdidas
de tus ojos y los míos
se cuelan al interior de los días
que tienen otros nombres
otra historia
que tiene como primer
asunto en la agenda
hacer más desierto la arena
abrasar más calor en los
                                               espejismos
y no saber si es el sol, la nube
o tus días deshidratan
las horas sin horizonte.
Son los días, son los días,
cuerpos inertes cuyo vacío
nos detiene.
Son las vidas,
eso que se intenta vida
pero vaga entre los eventos
sin sentido,
quedar bien con un reino
que no es el nuestro,
respetar las leyes erradas
erróneas de los ojos
que rigen con miedo
y del miedo nace la
luz desviada de las plazas.
Pero hay que salir,
hacer ceremonias con libretos.
tener el vestuario adecuado
para seguir con esos juegos.
Del horizonte el mismo sol saldrá
la misma nube esconderá
tu rostro
la misma espera
                               (árbol-reloj de arena)
del árbol y las horas se detienen en tus ojos.

FERNANDO VALVERDE



  

La apariencia



Una ciudad enferma es un invierno frío,
un invierno tan frío como el dolor sin viento,
un rincón es un verso,
un huracán un águila,
agosto una mentira.

Las cosas nunca son lo que parecen.

Lorca es la luna quieta
sobre el estanque rojo,
Neruda un animal
que se retuerce y llora.

Tampoco los poetas.

Borges cogió del tiempo su descaro,
Vallejo jamás leyó a Cernuda,
Cernuda nunca quiso una mirada
que pudiera salvarle,
Miguel Hernández tuvo
en su mano un fusil,
y Alberti que fue un pájaro
azul como las olas...

Los poemas que duelen son de todos,
la razón de los días está en ti,
el tiempo no comprende la existencia,
y la ciudad aún duerme,
todos duermen...
La noche es un lugar para el olvido.

La niebla nunca suele acomodarse,
los barcos que se hunden son ciudades
en el fondo del mar,
la música es el eco de un lugar muy profundo,
las palabras son cofres que contienen
una parte de ti que pretende ser pájaro.

Y hay un lugar que tiembla,
los lugares que tiemblan son paisajes,
paisajes parecidos a septiembre,
cartas que son espera,
direcciones de viento que procuran
recibir un adiós cuando es octubre
y nada se parece al equilibrio
de aquello que has amado.

La muerte es un instante que ya es nuestro,
el frío una razón para sentir
el calor de los otros.

Nada aquí se parece a su contrario,
este dolor tan simple es un desierto.

(De Razones para huir de una ciudad con frío)