domingo, 1 de noviembre de 2015

HUGO GUTIÉRREZ VEGA




La estación destructora

¿Dónde te esconden,
                           oh consuelo del mundo?
                                                        Novalis



Agitando las manos hasta llegar
a la agonía perfecta.
Con los ojos abiertos
a las pequeñas cosas,
presintiendo la llegada
de la estación destructora.

El miedo en el jardín
acongoja
al frío de la estatua.

Tendidos en la hierba
esperamos el momento
de la siega.

No hay más realidad
que esta pálida espera
no hay más voces
que las del miedo oculto
tras la sombra
de esta noche interminable
que se desploma
sobre el jardín.


BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO




Contemplación del beso



Debe el beso venir desde la hondura
de una cabeza baja y atraída
en la penumbra gris desvanecida
mientras un viento vuele de frescura.

Boca entreabierta, elástica, madura,
que en el atardecer se haga una herida.
Toda ella roja de profunda vida
con un signo mortal: la dentadura.

Verlo avanzar después muy lentamente
como un ascua encendida o roja estrella
y detenerlo, ay, súbitamente.

Contemplarlo en deliquio y miel de abella,
huir la boca por rozar la frente
y a ella volver para morir en ella.




ALBERTO ÁNGEL MONTOYA




Souvenir



Este amor que ha llegado entre la niebla,
igual que en otro invierno, sigiloso,
todo un ayer con su presencia puebla.
No turbarán el don de su reposo
crueles palabras ni celosos daños.
Sólo la facha en la oquedad del foso.
Así vuelve el amor con sus engaños
a ser fiel esta tarde en que el invierno
le augura nieve a los perdidos años.
Vuelve otra vez amor con ese tierno
acento de ilusión en que creímos
hallar la clave de un amor eterno.
Y otra vez a la carne le pedimos,
por hallar otra vez lo que encontramos,
rosas negras y cándidos racimos.
Pero el amor de ayer no lo olvidamos



EFRAÍN HUERTA



  
Para gozar tu paz



Como el viento agita las altas hierbas
así mis dedos vuelan sobre tu cabellera de diamantes,
y la noche de alcohol y los árboles de oro
encierran para siempre un sollozo de triunfo,
el ay de la alegría, el ah definitivo.
Como el aire de junio en la colina
mueve la dulce sombra de la nube,
así mi corazón se sacrifica
en el húmedo templo de tu pelo.

Nave sin dueño, sombra de ardorosa
violencia, esta mi mano canta
bajo el murmullo alado de tu gloria.
Porque tienes la luz y la belleza
en el sereno estanque de tu rostro,
así el negro laurel es tu corona
y es mi fatiga y es
la sangre del insomnio.

Sólo cuando el pecado es la guirnalda
y la atadura, la cadena infinita
y el profundo latido; sólo cuando
la hora ha llegado, y tú,
joven de rosas y jazmines,
miras al horizonte del deseo
y dejas que el tesoro de seda y maravilla
sea la noche en mis manos,
sólo entonces, dorada,
todo me pertenece:
las hierbas agitadas y el viento
corriendo como el agua entre mis dedos:
agua de mi delirio, eterna fiebre,
espejismo y violencia, dura espina
pedernal de la muerte, lento mármol,
millón de espigas negras.

Donde nace la idea,
donde tus pensamientos
-aves en dulce selva sometidas-,
donde mis labios buscan el milagro,
ahí estará mi fuerza.
Ahí estará el dolor de mi presencia:
al pie de tu dominio y tu pureza,
sin más aroma que el júbilo
y una medalla de aire,
palpitante, como el fuego
de una lágrima viva.

Crece la hierba, el río,
y el ala de la garza
es la mano de Dios que se despide.
Crece el amor en invisible grito
(quemante, activa espada),
y el corazón despierta
como herido de muerte.
Doblo la lenta hoja del silencio
y te apareces tú, página y perla,
con el cabello al viento
y una cierta sonrisa de alta luna.

Suave y veloz, como el aire de junio,
beso tu cabellera de diamantes,
el tesoro escondido de tu sueño,
y digo adiós a la violencia
para gozar tu paz,
tu dulce, tu gloriosa geografía,
por siempre detenido,
por siempre enamorado.



FRANCISCO BRINES



  
El porqué de las palabras



No tuve amor a las palabras;
si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,
fue por necesidad de no perder la vida,
y envejecer con algo de memoria
y alguna claridad.

Así uní las palabras para quemar la noche,
hacer un falso día hermoso,
y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.
Y sólo atesoré miseria,
suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,
besé en todos los labios posada la ceniza,
y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna
                                                                           del hombre.

Hay en mi tosca taza un divino licor
que apuro y que renuevo;
desasosiega, y es
                          remordimiento;
tengo por concubina a la virtud.
No tuve amor a las palabras,
¿cómo tener amor a vagos signos
cuyo desvelamiento era tan sólo
despertar la piedad del hombre para consigo mismo?

En el aprendizaje del oficio se logran resultados:
llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de
                                                       lenta reflexión y el gratuito,
y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,
pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.

Debí amar las palabras;
por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:
el mar, el firmamento,
un goce o un dolor que al instante morían;
y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.
Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:
ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,
pues todo lo contiene su deseo.

Las palabras separan de las cosas
la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,
y recogen los velos de la sombra
en la noche y los huecos;
mas no supieron separar la lágrima y la risa,
pues eran una sola verdad,
y valieron igual sonrisa, indiferencia.
Todo son gestos, muertes, son residuos.

Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,
repta en la noche fosca,
abre su boca seca, y está mudo.



FERNANDO PESSOA



  
Suave, como tener madre y hermanas...



Suave, como tener madre y hermanas,
la tarde rica desciende...
No llueve ya, y el vasto cielo
es una gran sonrisa imperfecta...
Mi conciencia de tener conciencia de ti
es una prez,
y mi saberte sonriendo
es una flor mustia en mi pecho...

¡Ah, si fuésemos dos figuras
en una lejana vidriera!...
¡Ah, si fuésemos los dos colores
de una bandera de gloria!...
Estatua acéfala retirada a un lado,
polvorienta pila bautismal,
pendón de vencidos que tuviese escrito
en el centro este lema:
¡Victoria!"


Versión de Rafael Díaz Borbón