lunes, 6 de agosto de 2018


ROSA ESPINOZA





Descansa, papá
Ni siquiera la muerte permanece
J.E. Pacheco


Descansa, papá.
Cierro los ojos y te pienso.
Lo hago para verte sentado a la mesa
frente al vino, en la tarde larga
de música y risas. Cuando tu cuerpo
no era inerme y había danza en tus ojos.
Gritaré tu certeza,
aquella de instantes compartidos
ahora de todos y de nadie,
con su ruido y su silencio.
Con el vacío que abocarda
mis entrañas.
Mantén tu quietud que mi centro
es un relajo, un aquelarre solitario
sin tu voz.
Descansa, papá.
Siempre sabré donde encontrarte.



RUBÉN MÁRQUEZ MÁXIMO





II
                                                                           A Berta Hernández



Besaré la mañana llena de tu aroma
el olor a manzanas que rebosa en tus caderas
el vuelo que recorre camas
la marea de ausencia flotando por los cuadros
y será que el mar los hunde
y la balsa de tu cuerpo los sujeta
evitando la caída a lo profundo del lunar oceánico
donde tenerte se vuelve el sueño lento sin amarras
sueño de peces fugaces
besaré el aire de tus labios
la palabra de tu nombre
el hambre que adivino
y el eterno canto chorreando entre tus piernas
cielo negro lleno de colores
besos caerán hasta la hondura de tu vientre
hasta que poco a poco te hundas
con los cuadros y mi cuerpo.


De: “Poemas de mar y viento”



HERMAN HESSE





Oda a Hölderlin



Amigo de mi juventud, a ti regreso agradecido
ciertos atardeceres, cuando entre los saúcos
en el jardín que duerme suena sólo
la fuente susurrante.
Hoy nadie te conoce, amigo mío; en estos tiempo nuevos
muchos se han apartado del encanto tranquilo de la Hélade,
sin oraciones y sin dioses
prosaicamente el pueblo camina sobre el polvo.

Pero para una secreta multitud de absortos entrañables
a los que el dios llenó el alma de anhelos
aún suenan las canciones
de tu arpa divina.

Cansados del trabajo regresamos ansiosos
a la ambrosiaca noche de tu canto,
cuyas flotantes alas nos protegen
con un sueño dorado.

Y cuando nos encanta tu canción más ardiente se enciende,
más dolorosamente arde hacia el país dichoso del pasado
hacia los templos de los griegos
esta nostalgia que jamás termina.


Versión de Jesús Ruiz



IRENE SÁNCHEZ CARRÓN




  
Mensaje de Robinson a todos los náufragos



No hay certezas detrás de tanta espera.

Náufragos que pobláis cualquiera de las islas
de este mar de silencio, transcurridos los años,
admitid de una vez que habéis sido olvidados.

Quizá pasaron barcos o pudieron ser sueños.
Escuchasteis canciones hechas de blanca espuma
que venían de lejos a embriagar los sentidos.

No miréis más el agua. El mar no es salvación,
sino vuestra locura. Las olas nada ofrecen.
Perdida ya la fe, no miréis más al mar.

Dirigid vuestros pasos sin dudar tierra adentro,
sin añorar más suerte. Dominad vuestras islas,
preparad la cosecha y recibid los frutos.

Levantad vuestra casa sobre firmes cimientos,
como si en ella hubierais de estar hasta la muerte,
esperada visita que arribará a la costa.

Cercioraos de estar completamente solos
y ordenad la soledad sin rabia o desaliento,
como si nadie hubiera de encontraros jamás.


PERE GIMFERRER





Antagonías



I


No es el sonido del agua en los opacos cristales
(la oscuridad de invierno, que ahoga los sonidos)
ni la luz nebulosa de los astros de acero.
Como si hubiera entrado en un espejo,
la violenta refracción del aire
pone mi cuerpo en pie, galvanizado espectro de una rosa.
Tras un telón de sedas amarillas
bultos de luz, figuras con disfraz.
Los bajíos, la espuma, los rubíes que reflejan unos ojos,
las piedras que incitan al sueño -zafiros-, la significación
                                                             del oro y los metales,
el brillo que queda en la mirada después del amor,
la verde oscuridad del mar en sueños,
la simultaneidad de tiempos en el momento de correrse
                                                            unos visillos, con el
    gesto de ayer, un perfil en escorzo, como en un
                                                                  boceto de pintor
las figuras del agua en los nublados cristales,
la lucha de dragones en el cielo borrascoso,
el espacio y el tiempo de un poema, el tono en que se dice,
el ritmo de lectura, las pausas, los silencios, lo que alude
                                                                   entre paréntesis,
(lo que un poema alude entre paréntesis)
la superposición de imágenes que aluden a la muerte, al amor,
                                                          al transcurso del tiempo
(la superposición de imágenes que aluden al poema)
cuando en la noche una voz se detiene, se hace una pausa
                                                 en la lectura, se alza la mirada
para contemplar el fuego reflejado en el espejo,
y todo queda entre paréntesis, como un lugar santo
en levitación o un lugar maligno tras la silenciosa explosión
                                                             de humo de un fakir.


II

Las primeras tentativas daban sólo figuras inciertas,
velado el cliché, todo envuelto en la blancura diabólica
                                                      de una placa en negativo,
los ácidos, las sales, mostraban sólo sombras plateadas,
en la pantalla aparecían reflejos crepusculares,
el crepúsculo invadía la habitación con su llamear de vencejos,
y quizá era éste el sentido de la fotografía.
Una experiencia de la ambigüedad
o una experiencia del silencio:
el jardín puebla el triunfo de los pavos reales
en una silenciosa llamarada creciendo ante los ojos,
luz de colores cálidos, otoño.


III

Tambores, oh tambores oscuros del otoño, cobre, lentas cañadas,
estas calles donde a veces los vidrios de los balcones reverberan
-mucho más que mi imagen y sin embargo menos que una
                                                                                    aparición-
creced en mi corazón y sus lúgubres jardines,
en la vegetación de verdes resplandores que oscurecen latiendo
(en este tiempo estamos obligados a escribir sólo esbozos
                                                                             de poemas)
cuando entre bastidores la oscuridad impide ver los rostros,
pero aún no es de noche: las palabras,
estos bultos de sombra que pronuncian el nombre
                                                                de jardines secretos,
la ráfaga de un viento helado en primavera,
los bosques de la helada primavera que oprime los sentidos.

 

IBN HAZM





Pastor soy de estrellas, como si tuviera a mi cargo
apacentar todos los astros fijos y planetas.
Las estrellas en la noche son el símbolo
de los fuegos de amor encendidos en la tiniebla de mi mente.
Parece que soy el guarda de este jardín verde oscuro del firmamento,
cuyas altas yerbas están bordadas de narcisos.
Si Tolomeo viviera, reconocería que soy
el más docto de los hombres en espiar el curso de los astros.


De: "Sobre las señales del amor"