martes, 21 de abril de 2020


ANA ROMANO





Demencia



Alarido
que amputa
el secreto
Y en la tersura
llaga
¿Qué otra cosa que el semblante
la mueca
agrieta?
El murmullo
acrecienta
las pulsaciones
¿Y quién
-confisca-
los espasmos?
La sábana
invisibiliza
el bisturí.



DULCE MARÍA LOYNAZ





Poema XXXVI



He de amoldarme a ti como el río a su cauce, como el mar a su playa, como la espada a su vaina.
He de correr en ti, he de cantar en ti, he de guardarme en ti ya para siempre.
Fuera de ti ha de sobrarme el mundo como le sobra al río el aire, al mar la tierra, a la espada la mesa del convite.
Dentro de ti no ha de faltarme blandura de limo para mi corriente, perfil de viento para mis olas, ceñidura y reposo para mi acero.
Dentro de ti está todo; fuera de ti no hay nada.
Todo lo que eres tú está en su puesto; todo lo que no seas tú me ha de ser vano.
En ti quepo, estoy hecha a tu medida; pero si fuera en mí donde algo falta, me crezco...
Si fuera en mí donde algo sobra, lo corto.

 
 

CHUYA NAKAHARA





La hora de la muerte



Oscuro es en otoño el color del cielo.
Una luz en los ojos de un caballo negro;
el agua es seca, se marchitan los lirios,
El corazón se vacía.
Sin dioses y sin ayuda.
Junto a su ventana una mujer ha muerto.
El blanco cielo era invisible.
El blanco viento era frío.
Cuando frente a la ventana lavó sus cabellos
Su brazo era como una rama, y suave
Se desvanecía el sol matutino.
Y gota a gota descendía el sonido del agua.
Ningún ruido en las calles.
Se confundían las voces de los niños.
Más, dime, ¿qué sucederá con su alma?
¿Adelgazará hasta tornarse nada?



JULIO HERRERA Y REISSIG





La siesta



No late más que un único reloj: el campanario,
que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
el cual, al sol de enero, agriamente chispea,
con su aspecto remoto de viejo refractario...

A la puerta, sentado, se duerme el boticario...
En la plaza yacente la gallina cloquea
y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
junto a la cual el cura medita su breviario.

Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores
bendice las faenas, reparte los sudores...
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda
las ropas que el domingo sufren los campesinos…
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
huye, soltando coces, de los perros vecinos.


De: “Los extásis de la montaña”


RUBÉN BAREIRO SAGUIER





Infancia



El tren y el viento pasan debajo de tus ojos
El río por dentro.



ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ





Libertad de pensamiento



I

Yo fui durante años, por propia voluntad
y estudios, a los archivos de la Santa Inquisición
de la Nueva España. Me empantané
en herejías y supersticiones,
en oraciones mágicas y bailes deshonestos
en crímenes cortesianos y judaizantes. 
Podría superar fácilmente la bibliografía
especializada. He visto confesiones y delaciones
firmadas con la sangre de los inocentes
he visto marcas de fuego en la abierta
libertad de los libros, el mal amor,
la maldad, la cobardía y el miedo,
el falo ofrecido a la Virgen
y la dogmática embriaguez.
He visto el delirio y la perversión de la fe,
el juramento falso y la crueldad,
el empecinamiento y la fortaleza.
Yo podría contarles muchas historias,
como don Artemio de Valle-Arizpe.
Pero prefiero callar este borrón puerco
de los hombres o sacar una lección de pudor
y respeto para el pensamiento de mis hijos.


II

Y yo que quería escribir lo que me viniera
en gana, como un hombre, y ellos me dijeron
que eso era pura mariconería, que las ideas
debían ser revisadas. Yo les dije que la poesía
se escribía con palabras y que la política,
sin ideas. Y me dijeron (los muy sabidos)
que el tipo ése se pasó la vida abanicándose
con los abanicos de Mme y Mlle Mallarmé, y
que todo eso me iba a pesar, porque instalarían
la dictadura del bien, perfecta e infalible.
Y a mi hermana la monja la dejaron desnuda
en plena calle y a mis niños les dieron un silabario
perfecto, intolerante, sin elogio de la locura.
Yo no tengo nada contra los negros ni contra
la repartición de la tierra; pero no estoy
conforme con la sumisión de las letras negras
de la imprenta ni con el despilfarro de balas
rojas de odio. El capitalismo está sentenciado.
Yo moriré con él, dicen, y muchos más morirán.
¡Pobres de nosotros, y sin haberlo gozado!

De: “Vela de la espada”