La
siesta
No late más que un
único reloj: el campanario,
que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
el cual, al sol de enero, agriamente chispea,
con su aspecto remoto de viejo refractario...
A la puerta, sentado, se duerme el boticario...
En la plaza yacente la gallina cloquea
y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
junto a la cual el cura medita su breviario.
Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores
bendice las faenas, reparte los sudores...
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda
las ropas que el domingo sufren los campesinos…
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
huye, soltando coces, de los perros vecinos.
que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
el cual, al sol de enero, agriamente chispea,
con su aspecto remoto de viejo refractario...
A la puerta, sentado, se duerme el boticario...
En la plaza yacente la gallina cloquea
y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
junto a la cual el cura medita su breviario.
Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores
bendice las faenas, reparte los sudores...
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda
las ropas que el domingo sufren los campesinos…
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
huye, soltando coces, de los perros vecinos.
De:
“Los extásis de la montaña”
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