"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 16 de abril de 2025
JOSÉ LUIS DÍAZ CABALLERO
Frágil
uniforme
Es
el flamante pecado
de
saberse visto así,
rodeado
de rincones con tanta carne.
Intuidas
las dimensiones del placer,
siento
que solo a ti
te
amasan los hirientes uniformes
del
deseo.
De:
“Atlas en rojo”
OLGA AZABAL D
Los
árboles se ajaron
por el peso de la tormenta.
Sentadas observamos
el desfile del frío
y no quedó nadie
que resistiera al invierno.
Abierto el libro de la vida
entonamos un salmo.
Las manos cesaron
de agarrar la existencia.
Sabíamos ya,
Madre,
que también la nieve
quema.
De: “Un
silencio blanco”
SOFÍA GÓMEZ PISA
3.
ahora
que descubrieron
que los ovnis son
y han sido siempre
drones
entendí que
las creencias van cambiando
pero nunca nos dejan del todo
tatuajes de momentos,
capturas de pantalla de
las noches de verano
el ser humano de hoy
vive haciendo archivo
el temor: que todo se pierda
la certeza: que nada se olvida
ALDA MERINI
Huida
de loba
A
quien me pregunta
cuántos amores he tenido
le respondo que mire
en los bosques para ver
en cuántas trampas ha quedado
mi pelo.
ALFONSO REYES
Morir
En
el más cariñoso lecho
me siento morir,
cuando en la naturaleza,
toda mansa como jardín.
Muelle,
el ala del ángel blanco
¡qué piedad, que ternura al fin!—
primera vez roza mis hombros
como el arco roza el violín.
Esta
frescura de saber
que también nos vamos de aquí,
¡qué novedad en la conciencia,
qué persuasión blanda y sutil!
¡Qué
conformidad, que tersura,
qué dejarse ir!
Sus filos y puntas los actos
redondean al llegar a mí.
Ni
la sangría del estoico
que se amenguaba sin sentir,
ni el áspid que penas besaba
el botón de ansioso carmín:
Lento
declive, y tan seguro
—hinchado de sí—
que ni da lugar a lamentos
ni a temores, ni
siquiera
al vago cosquilleo
de ese minuto por venir
en que se ha de abrir a mis ojos
algo que se tiene que abrir.
¡Qué
natural lo que se acaba
cuando ya se acaba por sí!
Voy con la razón satisfecha,
dormido, contento, feliz.
¡Y
yo que viví tantos años,
tantos años como perdí,
sin dar oídos a la esfinge
que susurraba junto a mí!
Yo
no sabía que la vida
se reclina y se tiene así
en esa gula de la nada
que es su diván, es su cojín.
OLALLA CASTRO
I
Era
tan grande aquella sed de blanco.
Ansiábamos el hielo y sus destellos,
el deslumbre punzante de la escarcha.
Bajo su resplandor, fundar el mundo.
Soñábamos con ir siempre más lejos,
con ser los primeros en pisar esa nieve.
Una luz oblicua alargó nuestras sombras
y extraviamos la escala.
Nos creímos gigantes.
Corrimos hacia el brillo
de la única forma en que sabemos
correr hacia las cosas:
con una red pequeña entre las manos
y un arpón escondido en la garganta.
Agarramos el hielo con nuestras manos tibias.
Lo agarramos
hasta que todo lo que brillaba se deshizo.