lunes, 20 de abril de 2020


MASAOKA SHIKI






Una azada abandonada,
No se ve a nadie, -
¡El calor!


De: “Verano”




SANTIAGO KOVADLOFF





En la cresta



Basta de gemir, rompan la ventana;
sepulten de una vez lo imponderable.

Al pobre de mí lo quiero
todo de blanco,
quiero luz
en toda la jaula.


De: “Ciertos hechos”


KENNETH PATCHEN





El lobo del invierno



El lobo del invierno
Devora caminos y pueblos
En su hambre de hielo.

El lobo del invierno
Mete la pata en la olla rancia de la ciudad
Agitando la sopa de putas y suicidas.

Oh el lobo del invierno
Rompe los huesos del pobre
En su caverna congelada.

El lobo del invierno…
El torvo, el frío, el blanco
El bello lobo del invierno
Que se alimenta de nuestro mundo.


CARMEN NOZAL





Tengo una voz



Tengo una voz oscura y triste
por la ausencia del mar.

La palabra llega y sucede otra palabra
que nombra las cosas tangibles de este mundo.

Las deshace al pronunciarlas
y el agua se vuelve gota.

Una lágrima surca el rostro de la roca
y esa piedra adentro de mi pecho se conmueve.

Algo de humanidad habita en lo que nombro.
Y me llaman las cosas ajenas a este mundo.

Aquéllas que parecen no estar nunca
cuando todo se derrumba.

Un susurro palpita en mi pecho,
se desvanece y surge.

Es una estancia breve
esa vibración en este cuerpo.

La voz viene de la profundidad
desplegándose como las alas de un ave desconocida.

Alguien se aproxima a ella:
no existiría la voz sin un oído.

Algunas letras cortan flores, las desangran.
La lengua es un látigo para domar la lengua.


SEVERO SARDUY





No porfíes. No rememores...



No porfíes. No rememores
que no se olvida el olvido
ni su embriaguez: lo que ha sido,
es y será. Sinsabores,
dramas discretos y amores
sin nombre, van a la quema
final, como un torpe emblema
de eternidad. No perdura
más que el goce y la textura
de un instante: ése es mi lema.


NOÉ JITRIK





Hora de comer



Formando un ala
o un cuerpo
de cuervo
los pájaros
cortan el aire
como una quilla de barco
corta las aguas
devoran el cielo
y el mar
amanecen
seguros de su destino
adustos
sobre la tierra
y el mar.


De: “Las cartas que no se mandan”