sábado, 29 de noviembre de 2014

LUIS HERNÁNDEZ


 
Fragmento

 

Yo conozco
De ti
Lo mejor
Tú conoces
De mí
He aquí que te he amado
A través
Del bello tiempo.
Y a través
Del peor.
Y jamás
Con el sueño
Sino con el amor

 
De "La imagen"

 

 

JORGE EDUARDO EIELSON


 

Ceremonia solitaria en compañía de mí mismo

 

Si entre esferas me acuesto
                                Si entre esferas me despierto
Es porque tu sexo
                                Es porque mi sexo
Se parece tanto al mío
                                Se parece tanto al tuyo
Que no conozco nada
                                Que no conozco nada
Más oscuro ni más tibio
                                Más oscuro ni más tibio
Más redondo ni más puro
                                Más redondo ni más puro
Un obelisco de dulzura
                                Un abismo de ternura
Un animal escamoso en la mañana
                                Otro suavísimo en la noche
Un corazón en cambio
                                Un corazón
Significa sólo fuego
                                Significa sólo fuego
Una pared de ceniza
                                Entre tu cuerpo y el mío
Un fragmento de mejilla
                                La redondez de tu ombligo
Una calavera que me espera
                                Una calavera que te espera
Y yo que te pienso diverso
                                Yo que te pienso diverso
Cada día me parezco más a ti
                                 Cada día me parezco más a ti
Que no te pareces a mí.

 
De "Ceremonia solitaria"

 

 

MARIANO MELGAR

 

Yariví Vii

 

¿Con que al fin tirano dueño,
Tanto amor, amores tantos,
Tantas fatigas,
No han conseguido en tu pecho
Más premio que un duro golpe
De tiranía?

Tú me intimas que no te ame
Diciendo que no me quieres
Ay, vida mía,
Y que una ley tan tirana
Tenga de observar, perdiendo,
Mi triste vida!

Yo procuraré olvidarte
Y moriré bajo el peso
De mis desdichas.
Pero no pienses que el Cielo
Deje de hacerte sentir
Sus justas iras

Muerto yo tu llorarás
El error de haber perdido
una alma fina.
Y aún muerto sabrá vengarse
Este mísero viviente
Que hoy tiranizas.

A todas horas mi sombra
Llenará de mil horrores
Tu fantasía
Y acabará con tus gustos
El melancólico espectro
De mis cenizas

 

ANTONIO CISNEROS


 

I- Hampton Court

Y en este patio, solo como un hongo, adónde he de
mirar.
Los animales de piedra tienen los ojos abiertos
sobre la presa enemiga ciudades puntiagudas y
católicas ya hundidas en el río hace cien lustros
se aprestan a ese ataque. Ni me ven ni me
sienten. A mediados del siglo diecinueve los
últimos veleros descargaron el grano. Ebrios
están los marinos y no pueden orime las quillas
de los barcos se pudren en la arena.
Nada se agita. Ni siquiera las almas de los
muertos número considerable bajo el hacha, el
dolor de costado, la diarrea. Enrique El Ocho,
Tomás Moro, sus siervos y mujeres son el aire
quieto entre las arcadas y las torres, en el
fondo de un pozo sellado. Y todo es testimonio de
inocencia. Por las 10,000 ventanas de los muros
se escapan el león y el unicornio. El Támesis
cambia su viaje del Oeste al Oriente. Y anochece.

 

II. Paris 5e

“Amigo, estoy leyendo sus antiguos versos en la
terraza del Norte.
El candil parpadea. Qué triste es ser letrado y
funcionario. Leo sobre los libres y flexibles
campos de arroz: Alzo los ojos y sólo puedo ver
los libros oficiales, los gastos de la provincia,
las cuentas amarillas del Imperio”.
Fue en el último verano y esa noche llegó a mi
hotel de la calle Sommerard.
Desde hacia dos años lo esperaba. De nuestras
conversaciones apenas si recuerdo alguna cosa.
Estaba enamorado de una muchacha árabe y esa
guerra la del zorro Dayán le fue más dolorosa
todavía. “Sastre está viejo y no sabe lo que
hace” me dijo y me dijo también que Italia lo
alegró con una playa sin turistas y erizos y
aguas verdes llenas de cuerpos gordos,
brillantes, laboriosos, “Como en los baños de
Barranco”. Y una glorieta de palos construida
en el 1900 y un plato de cangrejos. Había dejado
de fumar. Y la literatura ya no era más sus
oficio.
El candil parpadeó cuatro veces. El silencio
crecía robusto como un buey. Y yo por salvar algo
le hablé sobre mi cuarto y mis vecinos de
Londres. de la escocesa que fue espía en las dos
guerras, del portero, un pop singer, y no
teniendo ya nada que contarle, maldije a los
ingleses y callé. El candil parpadeó una vez más.
Y entonces sus palabras brillaron más que el lomo
de algún escarabajo. Y habló de la Gran Marcha
sobre el río Azul de las aguas revueltas, sobre
el río Amarillo de las corrientes frías. Y nos
vimos fortaleciendo nuestros cuerpos con saltos y
carreras a la orilla del mar, sin música de
flautas o de vinos, y sin tener otra sabiduría
que no fuesen los ojos. Y nada tuvo la apariencia
engañosa de un lago en el desierto. Mas mis
diosos son flacos y dudé. Y los caballos jóvenes
se perdieron atrás de la muralla, y él no volvió
esa noche al hotel de la calle Sommerard. Así
fueron las cosas Dioses lentos y difíciles,
entrenados para morderme el higado todas las
mañanas. Sus rostros son oscuros, ignorantes de
la revelación. “Amigos, estoy en la Isla que
naufraga al norte del Canal y leo sus versos, los
campos del arroz se han llenado de muertos. Y el
candil parpadea”.

 

NICOMEDES SANTA CRUZ


 

La Noche

 

En esas doce horas que somos la espalda del mundo
en aquel diario eclipse
eclipse de pueblos
ecllipse de montes y páramos
eclipse de humanos
eclipse de mar
el negro le tiñe a la Tierra mitad de la cara
por más que se ponga luz artificial
negrura de sombra
sombra de negrura
que a nadie le asombra
y a todo perdura
obscura la España
y claro Japón
obscura Caracas
y claro Cantón
y siempre girando hacia el Este
aquí está tiznando
allá está celeste
esa sombra inmensa
esa sombra eterna
que tuvo comienzo al comienzo del comienzo
rotativo eclipse
eclipse total
pide a los humanos un solemne rito
que es horizontal
y cada doce horas que llega me alegro
porque medio mundo se tiñe de negro
y en ello no cabe distingo racial

 

CELIA FLORES

 

Rojo radiante

 

Sumergido en la profundidad del beso
el deseo parece que flotase, en el vaho
azul, celeste y rojo: arde
el fuego de la carne.

El viento se detiene en las esquinas
y juega acariciando al tiempo en su huida
mientras la noche se alborota herida
al saber que las horas se disipan.

Todo duerme a las caricias del amado,
todo sueño es un mundo ya sin sombras,
ha cerrado las alas el olvido
para acunar solitario una lumbre.

Un fuego nació en las entrañas
y el beso que es estrella y es latido
rompió sus fulgores más serenos
en las humedecidas fauces del deseo.