"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 16 de diciembre de 2019
VIRGILIO DÁVILA
El jíbaro
En
la montaña, junto al río,
y
bajo el techo de un bohío
que
el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué
a la vida en esa hora
en
que la tierra se colora,
porque
recibe apasionada el primer ósculo solar.
Tuve
el trabajo por escuela;
tostó
mi cuerpo la candela
del
astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí
del campo la alegría,
y
soy alegre como el día,
como
la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.
Surge
la aurora,, y de la cama,
oigo
el pitirre que me llama
con
sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el
lecho dejo con premura;
llevo
mi daga a la cintura,
y
con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.
Si
el caminante se extravía,
se
abre una puerta, que es la mía;
para
las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para
el que ofende a mi terruño
tengo
el perrillo y tengo el puño,
y
mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.
Es
mi delirio mi caballo;
en
las contiendas de mi gallo,
es
la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no
hay, como yo, quien salve un risco,
ni
quien domine un potro arisco,
ni
quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.
Yo
bailo el seis y la cadena
con
en la tierra macarena
puede
bailar un zapateado el más donoso bailarín;
tengo
ribetes de coplero,
y
al son del tiple vocinglero,
décimas
bellas da ni numen, como da flores el jardín.
Yo
sé del libro de un Cervantes
que,
con sus prosas elegantes,
en
un hidalgo -Don Quijote- a todo un pueblo retrató;
sé
del hidalgo alguna hazaña;
y
si ese hidalgo era de España,
poner
en duda no es posible que de españoles vengo yo.
Desde
la hora placentera
en
que se anima la pradera,
hasta
que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en
los rastreron batatales,
en
los hojosos platanales,
doy
a la tierra donde aliento las energías de mi ser.
Si
entre las hojas de esmeralda
de
la riquísima guirnalda
en
que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen
cual pálidas estrellas
las
olorosas flores bellas
que
son más tarde granos verdes y luego granos de carmín.
Si
por diciembre cubre al llano
el
aterciopelado soberano
con
que a Borinquen da prestigio el ondulante tabacal;
si
espigas dan los arrozales,
y
dan mazorcas los maizales,
y
brinda glóbulos de fuego el rumoroso naranjal.
Si
de la caña los flautines
llevan
a todos los confines
el
nombre augusto de la patria como el de un nuevo Potosí,
esta
magnífica riqueza,
esta
aureola de grandeza
con
que se nimba mi terruño, ¿a quién la debe, sino a mí?
¡Ved
la campiña de mi tierra!
¡Cuanto
ella vale, cuanto encierra,
es
el producto generoso de mi fructífera labor!
Ved
la campiña… ¡y ved si miente
el
que me tacha de indolente,
y
con el jugo de mi vida pasa la vida a su sabor!
HANS MAGNUS ENZENSBERGER
Casa aislada
a Günter Eich
cuando
me despierto
la casa está en silencio.
sólo se oyen los pájaros.
por la ventana no veo
a nadie. ningún
camino pasa por aquí.
ningún hilo en el cielo
ningún cable por tierra.
todo cuanto está vivo
reposa bajo el hacha.
pongo agua al fuego.
corto mi pan.
hago girar inquieto
el botón rojo
de mi pequeño transistor.
crisis del caribe... lava blanco
más blanco que el blanco...
listos a responder a la agresión...
that' s the way i love you...
fuerte alza de valores metalúrgicos...»
no cojo el hacha
no rompo el aparato.
y es la voz del terror que me serena,
que me dice:
aún estamos con vida.
la casa está en silencio.
sólo se oyen los pájaros.
por la ventana no veo
a nadie. ningún
camino pasa por aquí.
ningún hilo en el cielo
ningún cable por tierra.
todo cuanto está vivo
reposa bajo el hacha.
pongo agua al fuego.
corto mi pan.
hago girar inquieto
el botón rojo
de mi pequeño transistor.
crisis del caribe... lava blanco
más blanco que el blanco...
listos a responder a la agresión...
that' s the way i love you...
fuerte alza de valores metalúrgicos...»
no cojo el hacha
no rompo el aparato.
y es la voz del terror que me serena,
que me dice:
aún estamos con vida.
la
casa está en silencio.
yo ni siquiera sé cómo tender las trampas
o hacerme un hacha de pedernal
cuando la última cuchilla
se habrá enmohecido.
yo ni siquiera sé cómo tender las trampas
o hacerme un hacha de pedernal
cuando la última cuchilla
se habrá enmohecido.
1962
De: "Poesías para los
que no leen poesías"
Versión de Heberto Padilla
Versión de Heberto Padilla
JORGE ROBLEDO ORTIZ
Es
tan humano este dolor que siento.
Esta raíz sin tallo florecido.
Este recuerdo anclado al pensamiento
y por toda la sangre repetido,
que ya ni me fatiga el vencimiento
ni me sangra el orgullo escarnecido,
mi corazón se acostumbró al tormento
de perder la mitad de su latido.
Ya mi rencor no exige la venganza,
aprendí a perdonar toda esperanza
como un bello pecado original.
Llevo en las manos tantas despedidas,
y en lo que fue el amor tantas heridas,
que me he tornado un hombre elemental.
Esta raíz sin tallo florecido.
Este recuerdo anclado al pensamiento
y por toda la sangre repetido,
que ya ni me fatiga el vencimiento
ni me sangra el orgullo escarnecido,
mi corazón se acostumbró al tormento
de perder la mitad de su latido.
Ya mi rencor no exige la venganza,
aprendí a perdonar toda esperanza
como un bello pecado original.
Llevo en las manos tantas despedidas,
y en lo que fue el amor tantas heridas,
que me he tornado un hombre elemental.
GEORG TRAKL
Una tarde otoñal
a
Karl Rock
La
aldea color castaño. Algo oscuro se muestra
Paso
a paso en los muros que se alzan en otoño,
Figuras:
lo mismo el hombre que la mujer, muertos van
Por
habitaciones frescas a preparar su lecho.
Aquí
juegan los niños. Sombras pesadas se ensanchan
Encima
del estiércol. Las niñas van
Por
un húmedo azul y a veces los miran
Con
ojos llenos del repiqueteo de la noche.
Hay
una taberna para los solitarios
Y
un demorarse con paciencia bajo oscuros arcos,
Bajo
nubes doradas de tabaco.
Y
sin embargo, he aquí al ser negro y cercano.
Bajo
las sombras de viejos arcos,
El
ebrio medita sobre las aves salvajes a lo lejos.
JOSÉ MANUEL CABALLERO
Mimetismo
de la experiencia
Cuando leía porfiadamente y no
sin desazón a Henry Miller, iba
acordándome a trechos
de muchas horas canceladas, rostros
desdibujados en algún rincón, lugares
de inquietante vivir. Era penosa
la experiencia y más
que nada turbadora
por simple: asistía
como mi propio espectador
al paso de emociones, cuerpos, actos
sexuales que yo mismo veía ejecutados
por otro en mi memoria y que se restauraban
con un nuevo contexto
en el presente.
La práctica
de ciertos mimetismos del recuerdo
puede llegar a subvertir el orden
de esa usura de amor que el tiempo
salda. Y Henry Miller, transgresor
de leyes, irritante
por próximo, furiosamente
obseso de su intimidad,
no suponía para mí
más que un tenaz motivo de recuento
de situaciones olvidadas: cuartos
de hotel, burdeles, laberintos
de citas donde un cuerpo
siempre se hacía vagamente
clandestino, imágenes
ajadas como evanescentes
fotografías, hábitos
de una noche. Pero un hostil
y subrepticiamente enajenado
reencuentro conmigo, sostenía
el agobiante afán de cotejar
datos que sólo en parte me importaban.
Equívoca constancia de unos hechos
reconstruidos con retazos
de otros: no en el amor
sino en su deterioro se reagrupan
los fragmentos vividos.
Como ciertas
alucinantes fábulas de Lawrence Durrel
o de Sade (las que coinciden tal vez
en descifrar los infortunios de Justine),
la intervención de Miller agotaba
en mi memoria toda posibilidad
de ir acotando la experiencia
sin conjurar su lastre: nombres
aletargados, episodios
de efímero futuro, leves
fraudes de amor
que el aluvión del tiempo confundía
con las suplantaciones del orgasmo.
Espejo de violencia
de tanto azar de juventud, híbrida
educación, solitario o múltiple
terraplén de erotismo, no podía
atestiguarme sino con mi propia
represión inicial, abierta luego
a otras coherentes formas del amor.
Cuando leía porfiadamente y no
sin desazón a Henry Miller, iba
acordándome a trechos
de muchas horas canceladas, rostros
desdibujados en algún rincón, lugares
de inquietante vivir. Era penosa
la experiencia y más
que nada turbadora
por simple: asistía
como mi propio espectador
al paso de emociones, cuerpos, actos
sexuales que yo mismo veía ejecutados
por otro en mi memoria y que se restauraban
con un nuevo contexto
en el presente.
La práctica
de ciertos mimetismos del recuerdo
puede llegar a subvertir el orden
de esa usura de amor que el tiempo
salda. Y Henry Miller, transgresor
de leyes, irritante
por próximo, furiosamente
obseso de su intimidad,
no suponía para mí
más que un tenaz motivo de recuento
de situaciones olvidadas: cuartos
de hotel, burdeles, laberintos
de citas donde un cuerpo
siempre se hacía vagamente
clandestino, imágenes
ajadas como evanescentes
fotografías, hábitos
de una noche. Pero un hostil
y subrepticiamente enajenado
reencuentro conmigo, sostenía
el agobiante afán de cotejar
datos que sólo en parte me importaban.
Equívoca constancia de unos hechos
reconstruidos con retazos
de otros: no en el amor
sino en su deterioro se reagrupan
los fragmentos vividos.
Como ciertas
alucinantes fábulas de Lawrence Durrel
o de Sade (las que coinciden tal vez
en descifrar los infortunios de Justine),
la intervención de Miller agotaba
en mi memoria toda posibilidad
de ir acotando la experiencia
sin conjurar su lastre: nombres
aletargados, episodios
de efímero futuro, leves
fraudes de amor
que el aluvión del tiempo confundía
con las suplantaciones del orgasmo.
Espejo de violencia
de tanto azar de juventud, híbrida
educación, solitario o múltiple
terraplén de erotismo, no podía
atestiguarme sino con mi propia
represión inicial, abierta luego
a otras coherentes formas del amor.
CARLES RIBA
25
Toda la vida
veré cómo te alzaste
desde ti misma,
nuda y nueva como el alba
y veraz como un sueño.
De: "Tankas de las cuatro
estaciones"
Versión de José Agustín
Goytisolo
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