El jíbaro
En
la montaña, junto al río,
y
bajo el techo de un bohío
que
el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué
a la vida en esa hora
en
que la tierra se colora,
porque
recibe apasionada el primer ósculo solar.
Tuve
el trabajo por escuela;
tostó
mi cuerpo la candela
del
astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí
del campo la alegría,
y
soy alegre como el día,
como
la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.
Surge
la aurora,, y de la cama,
oigo
el pitirre que me llama
con
sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el
lecho dejo con premura;
llevo
mi daga a la cintura,
y
con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.
Si
el caminante se extravía,
se
abre una puerta, que es la mía;
para
las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para
el que ofende a mi terruño
tengo
el perrillo y tengo el puño,
y
mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.
Es
mi delirio mi caballo;
en
las contiendas de mi gallo,
es
la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no
hay, como yo, quien salve un risco,
ni
quien domine un potro arisco,
ni
quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.
Yo
bailo el seis y la cadena
con
en la tierra macarena
puede
bailar un zapateado el más donoso bailarín;
tengo
ribetes de coplero,
y
al son del tiple vocinglero,
décimas
bellas da ni numen, como da flores el jardín.
Yo
sé del libro de un Cervantes
que,
con sus prosas elegantes,
en
un hidalgo -Don Quijote- a todo un pueblo retrató;
sé
del hidalgo alguna hazaña;
y
si ese hidalgo era de España,
poner
en duda no es posible que de españoles vengo yo.
Desde
la hora placentera
en
que se anima la pradera,
hasta
que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en
los rastreron batatales,
en
los hojosos platanales,
doy
a la tierra donde aliento las energías de mi ser.
Si
entre las hojas de esmeralda
de
la riquísima guirnalda
en
que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen
cual pálidas estrellas
las
olorosas flores bellas
que
son más tarde granos verdes y luego granos de carmín.
Si
por diciembre cubre al llano
el
aterciopelado soberano
con
que a Borinquen da prestigio el ondulante tabacal;
si
espigas dan los arrozales,
y
dan mazorcas los maizales,
y
brinda glóbulos de fuego el rumoroso naranjal.
Si
de la caña los flautines
llevan
a todos los confines
el
nombre augusto de la patria como el de un nuevo Potosí,
esta
magnífica riqueza,
esta
aureola de grandeza
con
que se nimba mi terruño, ¿a quién la debe, sino a mí?
¡Ved
la campiña de mi tierra!
¡Cuanto
ella vale, cuanto encierra,
es
el producto generoso de mi fructífera labor!
Ved
la campiña… ¡y ved si miente
el
que me tacha de indolente,
y
con el jugo de mi vida pasa la vida a su sabor!
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