miércoles, 14 de agosto de 2019


MARIA MERCEDES CARRANZA





18 de agosto de 1989


“Vi estallar en los cielos el relámpago, el nombre
que divide la tarde, las frescas airadas,
el alba como un pueblo de palomas borradas
y acaso vi en todo esto lo que cree ver el hombre”.
Arthur Rimbaud



Este hombre va a morir
hoy es el último día de sus años.
Amanece tras los cerros un sol frío:
el amanecer nunca más alumbrará su carne.
Como siempre, entre sus cuatro paredes
desayuna, conversa, viste su traje;
no piensa en el pasado, aún liviano y todo víspera,
en los gestos, hechos y palabras de su vida
que mañana serán distintos en el bronce y en los himnos,
porque este hombre no sabe que hoy va a morir.

En su corazón de piedra
el asesino afila los cuchillos.

Este hombre va a morir,
hoy es la última mañana de sus horas.
Por sus ojos de fría carne azul
solo pasan idiomas y horizontes
para ciertas cosas que los otros sueñan:
la urgencia del pan y de la sal,
la flor abierta del abrazo, la sangre
invisible y contenida en su caracol de venas.
Ahora conversa por teléfono, escribe un discurso.
En el libro de apuntes lo atropellan
con letra afanada y resbalosa
los nombres y las citas de ese día,
porque este hombre no sabe que hoy va a morir.

El asesino esconde la cara siempre
para que el sol no le escupa sus gargajos de fuego.

Este hombre va a morir,
hoy es el último mediodía de sus años.
Con la frente en el abismo sin saberlo
estrecha manos, almuerza, pregunta la hora.
Sus pasos que ha dirigido otras veces al amor
y a asuntos más rutinarios como el olvido
o la toalla azul después del baño,
que lo han llevado a conocer la gloria
en la algarabía elemental de las multitudes,
sus pasos pueden ser contados ya
porque este hombre camina hacia la muerte.

El asesino: humores de momia, hiel de alacrán,
heces de ahorcado, sangre de Satán.

Este hombre va a morir,
hoy es la última tarde de sus días.
Se prepara sin saberlo para el ritual:
con la voz fingida en la memoria,
que casi oye ya entre las caras como olas,
repasa las palabras de la arenga:
pan verde, lagos de luz, verde y labios.
Frente al espejo rehace el nudo de la corbata,
cepilla otra vez sus dientes
y con los dedos recorre las alas amarillas del bigote.
Entonces las banderas y las manos y las voces,
la lluvia roja de papel picado,
la hora y el minuto y el segundo.

El asesino danza la Danza de la Muerte:
un paso adelante, una bala al corazón,
un paso atrás, una bala en el estómago.

Cae el cuerpo, cae la sangre, caen los sueños.
Acaso este hombre entrevé como en duermevela
que se ha desviado el curso de sus días,
los azares, las batallas, las páginas que no fueron,
acaso en un horizonte imposible recuerda
una cara o voz o música.

Todas las lenguas de la tierra maldicen al asesino.
  

CONRADO NALÉ ROXLO





Partida



La partida de mi vida
juego con tanta pereza
que perderé la partida
por no mover una pieza.

¿Que me levante? ¿Que salga
en busca del vellocino?
No hay vellocino que valga
las fatigas del camino.


JORGE EDUARDO EIELSON





Esposa mía sepultada



Encerrado en tu sombra, en tu santa sombra,
Con el agua en las rodillas, te pregunto
¿Es el peso del manzano, claveteado de estrellas,
Sobre mi corazón oscuro, o eres tú, cabeza
Fugitiva de las horas, novia mía enterrada,
La que arrastras tu cabellera incesante
Como una botella rota, por entre mi sangre?
Yo no sé, señora mía, luto de mi amor,
Si eres tú la que reinas sobre tanta ceniza,
O si es sólo tu sombra, tu velo de novia en el aire,
-Poblado de perlas, naves y calaveras-
El que inunda mi alcoba, igual que un océano.


De: "Reinos”


JESÚS DAVID CURBELO





Cirios

(ceniza)



Todos los hombres que te amaron antes
amasaron tus ansias,
maceraron tu espíritu,
tras el ingenuo afán de poseerte.
Sin saberlo, te estaban educando
para llegar a mí. Yo te recibo
con la serenidad del último maestro:
te dejo ser tú misma,
que te aprehendas
en el duro ejercicio
de celebrar tu libertad total.
Si luego decidieras elegirme
como heredero de tus testimonios,
sería el dócil alumno que precisas
para enseñarle dónde empieza el mundo
y cuál es el destino de la especie.





SERGIO BRICEÑO





Homérica



Pido limosna
por las calles de mi ciudad materna.

Me ha ido bien.

Mi aspecto sin embargo es repugnante.

Las damas perfumadas
hacen sonar el níquel
en mi cubo de lata.

Tengo un ojo brotado
erisipelas
la carne desastrada
ronchas
                                   epilepsia.

Sentado me mantengo
para ahorrar energía.

Pronto iré a otra ciudad
y luego a otra.

Hasta caer en trozos
con el bolsillo en plata satisfecho
y un puñado de llagas
o poemas

devorándome.




VÍCTOR MANUEL MENDIOLA





Las 12:00 en Malinalco



Subimos a las 12 a Malinalco.
El sol partía la extensión del cielo
y el aire se estrellaba en los sombreros;
el auto ardía en un calor pesado.
Tomamos la escalera rumbo al centro
de la pálida mole del peñasco…
las chicharras soplaban en los plátanos
inflando con su ruido un agujero.
En la carrera rápida hacia arriba
entre las carcajadas y empujones
vimos de pronto aparecer el túmulo
del blanco templo como una barriga
de piedra en la humedad de los colores.
La sangre nos golpeaba con su impulso.