miércoles, 29 de junio de 2016


CÉSAR ANTONIO MOLINA




Aunque las olas del río de los sueños...



Aunque las olas del río de los sueños
crezcan como un maremoto
y la espuma blanquecina
-danzando una infernal zarabanda-
se ilumine con el esperma de una ballena,
remaremos más aprisa antes de que se vaya la noche
hacia los lugares, en los eternos espacios,
donde aparecen por todos los lados
los nombres que tan bien recuerdan nuestros corazones
y la reliquia de la antigua ruina de los varios mundos.




AQUILINO DUQUE



  
El cachorro en el puente



El cachorro en el puente
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente,
tú sobre el río, prometiendo abrazos
que nunca habrás de dar porque no puedes,
porque un madero y unos clavos dicen
que nadie es libre de morir su muerte.
Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Quién te puso corona de saetas,
Cachorro de Sevilla...
Quién pudo hacerte interminable el tránsito...
Hoy no se pasa: aquí muere Sevilla
mientras tu silueta va en el río
caminando otra vez sobre las aguas...
Y ya tu pelo, nebulosa trágica,
río de miel lentísimo,
va velando la muerte que te vela.
Trono moreno de Judea, pasa.
Pasa, Manuel, tuyo es el Viernes Santo,
tuyos son estos ojos que te lloran,
esta voz que te canta,
esta espuma de estrellas andaluzas.
Sigue pasando, alzado y ofrecido.
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente.
Quién te trajo hasta mí, quién levantaba
tu belleza, tu cuerpo como un río,
lanza de luz nocturna en el costado...
Quién pudo hacer que el último suspiro
de tus labios se dé a cada momento,
desde no sé qué siglos hasta ahora,
hasta ahora, para ir diciendo al mundo,
para ir diciendo al tiempo: Así se muere.

Así mueren los Hombres.


(La calle de la luna)



ANTONIO MACHADO




¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces!



¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces!
La vida baja como un ancho río,
y cuando lleva al mar alto navío
va con cieno verdoso y turbias heces.

Y más si hubo tormenta en sus orillas,
y él arrastra el botín de la tormenta,
si en su cielo la nube cenicienta
se incendió de centellas amarillas.

Pero aunque fluya hacia la mar ignota,
es la vida también agua de fuente
que de claro venero, gota a gota,

o ruidoso penacho de torrente,
bajo el azul, sobre la piedra brota.
y allí suena tu nombre ¡eternamente!



FABIÁN RIVERA




(paréntesis)



Pensé
en el juguetero lleno de polvo
que nunca me dio nada
(ni una sonrisa
queriéndome arreglar la cara).
Pensé en el pan,
en la taza,
en el humo que de su calor
se desprendía,
y en la cuenta
tras la cuenta de los días
junto a ella.

Pensé
en los vestidos,
en los chalecos que cosía
entre los gestos
que protegieron su añoranza,
sobre la silla que albergó
sus entrañas miserables e infinitas.

Pensé
en el día de su muerte,
en cómo dijo

sin mover un dedo......... (un adiós)
en cómo dijo aquellos labios
que esbozaron, presurosos,
el asco de la vida
que vio derramarse a nuestro lado
con la belleza
de aquel vaso que se aguarda
y escapa a nuestro tacto
un día de sed
y de rupturas.


Del libro: En aras del silencio



CINTIO VITIER



  
Calendario



entra dice la ene de la nieve
que sólo existe para el calendario
si entre eros y héroe no se atreve
a prescindir del año imaginario

sigue la fe que nos sopló el primero
al segundo del canto gregoriano
miniatura del sol feble y ligero
que todavía el frío hace lejano

las lomas de su M dan a un mar
rizándose con oes jubilosas
anunciando entretiempos de soñar
zigzagueos de amor entre las cosas

abre la i lo que la ele lanza
con lucidez que a la mirada inunda
“oh luna cuánto abril” es su semblanza
la primavera en sí su reino funda

llega la lluvia sacudiendo el rayo
como una forma natural del arte
la tarde azul deja de ser ensayo
la flor toma el poder y lo reparte

ah junio amigo de la poesía
con tus letras no he de jugar ("perdona
llamas al viento, nieve a la memoria")
y si pudiera "clámide" diría

el ser solar avanza a los umbrales
de la maduración de los colores
en las umbrías úes coloniales
como en la plaza de los resplandores

agosto al gusto ya lo agosta intacto
en la encendida miel del fruto abierto
fosco el mirar de tan radiante tacto
dormido el corazón de tan despierto

empieza a dispersarse la dulzura
en las sierpes nubosas del ocaso
secreto tinte vagamente dura
la noche extiende de rocío el brazo

"escalando sereno las ventanas"
octubre encubre del ciclón el rosa
que lo circunda con extrañas ganas
de ser halo fatal o faz furiosa

no vi su nombre no sentí su sombra
sino de vuelo en tránsito en andenes
como aquél de mi infancia que se asombra
porque siguen silbando aquellos trenes

sensación de llegar -honda familia
callada eternidad cada momento
sabores del hogar en la vigilia-–
ya "todo el tiempo" un solo nacimiento.


27 de marzo 1999


JOSÉ ASUNCIÓN SILVA



  
La ventana
  
Oh temps évanouis! O splendeur éclipsées,
Oh soleils descendus derrière l'horizon!
VICTOR HUGO



Al frente de un balcón, blanco y dorado,
obra de nuestro siglo diez y nueve
hay en la estrecha calle una muy vieja
ventana colonial. Bendita rama
adorna la gran reja,
de barrotes de hierro colosales,
que tiene en lo más alto un monograma
hecho de incomprensibles iniciales.

A la lumbre postrera
del sol en occidente, ¿quién no espera,
mirar allí, sombría,
medio perdida en la rizada gola,
la cabeza severa
de algún oidor, o los oscuros ojos
de una dama española
de nacarada tez y labios rojos,
que al venir de la hermosa Andalucía
a la colonia nueva
el germen de letal melancolía
por el recuerdo de la patria lleva?
¡Pero no, ni las sombras le han quedado
de los que vio perderse en el pasado;
loca turba infantil la invade ahora,
uno ríe, otro llora;
a la palma bendita
la niña arranca retejida rama,
y mientras uno al compañero llama
con incansable afán el otro grita.
No guarda su memoria
de la ventana la vetusta historia
y sólo en ella fija
la atención el poeta,
para quien tienen una voz secreta
los líquenes grisosos
que al nacer en la estatua alabastrina,
del beso de los siglos son señales,
y a quien narran poemas misteriosos
las sombras de las viejas catedrales!

Hoy hace más de un siglo, ha muchos años,
ella escuchó la cántiga española
que tristes desengaños,
o desventuras amorosas narra
de la alta noche en la quietud serena,
acompañada en la gentil guitarra,
por noble caballero
a quien tornara con la estrofa grata
el recuerdo de alegre serenata
dada en la aristocrática Sevilla,
cabe el Guadalquivir, do en claras noches
la calada Giralda se retrata
y la luz de la luna limpia brilla.

La brisa, dulce y leve,
como las vagas formas del deseo,
llevó al pasar por los barrotes duros,
aroma de azahares y de lirios,
en las risueñas fiestas de himeneo,
juramentos de amor, santos y puros,
de mortuörios cirios
el triste olor, las plácidas historias,
conque la noble abuela
al rubio nieto adormeció en la cuna
y la oración que hacia los cielos vuela
suave como los rayos de la luna.

Inútil, allí, a solas,
ella miró pasar generaciones,
como pasan, con raudo movimiento,
sobre la playa las marinas olas
en la sombra los coros de visiones
y las aristas leves en el viento;
y ora mira la turba de los niños
de risueñas mejillas sonrosadas,
que al asomar tras de la fuerte reja
sonriente semeja
un ramo de camelias encarnadas!

¡Ay! todo pasará, —niñez risueña,
juventud sonrïente,
edad viril que en el futuro sueña,
vejez llena de afán...
...Tal vez mañana,
cuando de aquellos niños queden sólo
las ignotas y viejas sepulturas
aún tenga el mismo sitio la ventana.