viernes, 22 de diciembre de 2017


JOSÉ KOZER




Principio último de realidad



Un bombardino, chistosísimo, la escalera de caracol
            que conduce al camaranchón,
            en el altillo futón, luz estival
            (perpetua) un corno inglés,
            unos someros apuntes de
            última hora en un cuaderno
            de tapas negras, briagos
            (viernes noche) en la sala
            de casa bailamos un danzón,
            mis muertos lo tarareaban,
            son triple de cornetas, una
            de las llaves se atascó: no
            pasa nada, descuida, el hecho
            no implica mal agüero,
            subamos, tálamo a la espera,
            la iré empujando por la grupa,
            vuelta y revuelta caracol hasta
            llegar (briagos) a la penetración:
            estoy chalado a fondo (una
            perpetuación) por sus
            membranas, recodos (peldaño
            a peldaño penetrarla) jaranero
            me desvío quién sabe qué
            (¿adónde?): entresijos, ruecas,
           un arcaduz largo (estrechísimo)
           parece interminable (se desea
           interminable) ya voy: ya vamos,
           unísono, de consuno darle otra
           vuelta a la escalera caracol,
           allá adentro.

En el trigésimo quinto año de nuestra coyunda nos sentamos
            a almorzar en otro lugar (final)
            mal digerimos, poca luz entra
            por la ventana en altos (allá)
            el aire fresco se vicia en los
            pulmones, miramos y miramos
            la comida, bebemos agua seca
            de manantial, una flor ocupa
            el centro de la mesa (¿nombre,
            constitución, sentido, destino,
            se precisa explicación?): la
            papa asada se enfría, a mi modo
            de ver está sucia, ¿por qué no
            empezamos por el postre?, una
            pieza de casco de naranja en
            almíbar gruesa, la pastilla para
            la presión: atrás quedaron las
            agudezas de la conversación,
            la risa inopinada, el sopetón
            de una carcajada, a bote pronto
            la coneja anhela al cabro, y qué
            decir del cabro siempre dispuesto
            a sus cuarenta años, del cabro
            edad provecta. Recogemos la
            mesa. El almuerzo, deshidratado
            y muerto, al latón de basura.
            Guardamos en su perpetua
            gaveta el mantel de hule a
            cuadros blancos y negros,
            una ficha por mi mujer
            (jaque) una ficha por mí
            (nada y anuencia) nos
            separamos: el agua corrió,
            nos cepillamos la dentadura
            otrora castiza, otrora aguas
            floridas que circunvalaban
            una ciudad ideal: se sienta,
            queda, en la butaca de
            la sala, coloca los pies
            (morados) en un escabel,
            amago acercarme (percatarme)
            reconozco el ruido del orín
            en las fauces de la carcoma,
            carcoma y orín una considerable
            (abrupta) compenetración.



AGUSTÍN MAZZINI


  

Sombras (dialogo con lo creado en el bar de los estudiantes)
  
Porque estamos en la calle
de la sensación
Serú Girán


Era jueves en la sombra de mi mano
apoyada sobre las mesas de la universidad.
Jueves en un cuaderno con sabor a junio,
y el pasado se me venía al hoy
diciendo mi casa ya no es mi casa.

Entre cicatrices que no terminan de cerrar
volaba ruido a platos sucios,
el viento jugaba con las puertas,
los televisores estaban prendidos para nadie.

Una lágrima bajó por la metáfora que se tocó frente a mí
como si recién hubiera encontrado su cuerpo
y los ángeles suspiraron: esto es lo que hay.
Las manos tiradas adentro de los poemas
necesitan a la ceniza para recordar cómo es el fuego.


De: “El cielo no termina de quemarse”


GERARDO FLORES




II



Qué.
Oscuro.
Camino.
Es el amor.


De: “Passionaria”



ANDRÉS TRAPIELLO




Mecina Fondales



En esta inmensidad
la voz oscura y misteriosa
de las aves nocturnas
tiene un temblor de sombras
y su cantar se funde
con el profundo discurrir del río.
En el silencio verdeoscuro y fresco,
el agua de una fuente, los rumores y el eco,
el calor de una noche de verano.

Europa queda lejos
de estas blancas adelfas, de esta luna,
de la radio que oímos no sé dónde,
de la lejana música que mueve,
como visillo, el viento.
Una turbia falena se quema en la bombilla
y su chinesca sombra anima la terraza
y una estrella fugaz
cruza después el cielo y un deseo:
-Quédate entre nosotros y no vuelvas.


De: "Junto al agua"



MARGARITO CUÉLLAR



  
Ama el suicida

El más bello regalo de la vida
es la libertad que nos permite abandonarla a nuestra hora…
Andrè Breton



Hermanos míos, yo celebro el disparo porque es la condición de volver a la tierra
como pájaro al que se le termina el horizonte.
¡Cuánta tristeza ondula
la soga sobre el cuello del ahorcado!
Qué le importa al suicida despedirse;
no le acerquen pluma y papel ni la voz de una lámpara:
ama el suicida la hoja de afeitar en el paso civil de las venas cortadas;
ha elegido el abismo para su salvación,
su faro es altamar y la imagen del muerto,
su barca es impulsada por diez guerreros mancos.
Suicidarse es practicar el rito más hermoso del mundo:
adiós vena astillada, cabellera en reposo,
frasco de pastillas, adiós, adiós. Primera plana del diario de la tarde,
jauría de curiosos en los apartamentos,
antiguas ganas de bailar sin otra compañía que el roce de la noche, adiós, adiós.



MAYRA OYUELA




Tranviaria



Llevo al mundo como pendientes en mis orejas,
rozo con mis pestañas a los desconocidos,
beso manos de transeúntes
(hormigueo en los labios).
Que alguien me aborde,
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
atrevidos en mí todos los años,
en mí el transcurrir,
en mí la palabra ventrílocua de cada estación,
en mí la espina y el diente que muerde la rosa de lo oculto.
Mis muertos no son sombras raídas en la luz.  

Que alguien me aborde,
sé cuál es el principio y el final de este cuento.
Que alguien suba y se detenga en mí,
mis ojos son túneles que dan a cualquier lugar,
mis manos paredes para reposar en lo oscuro,
mis brazos sillones para que vengan a hacer el amor.
Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar, mundo,
con los puños cerrados en señal de auxilio y no de defensa
cerrados para llevar en ellos el resto de aire
que no supo caber en mis pulmones.
En la imperfección esta lo bello.
No necesito ser el poeta sino el poema,
la belleza esta por encima de la lógica de cualquier poeta.
Necesito andarte despacio, camino,
no me detengo en el asombro de saber llegar mundo:
En tus barrios, tatuadas están las paredes de calcárea sumisión,
en tus barrios fue donde aprendí a defender el descenso.
Soy el metro que esta ciudad jamás conoció;
en mí las volantes con fotos de desaparecidos,
en mí túmulos de palabras que alguien no supo barrer bajo la alfombra,
en mí el transcurrir.
Que nadie venga a preguntar porque no te describo, esperanza,
yo hablo de eso otro bello, que no está en lo bello.
Abórdenme predicadores de la tarde,
zanates, pirueteros, estudiantes: no olviden el punzón
y escriban en la oquedad de mis vagones
teléfonos para citas de amor,
DJ, bartenders y todos con título de extranjerismo en su profesión,
suban carniceros del San Isidro, conserjes y putas,
albañiles vengan a devolver la sonrisa
a las princesas de los domingos.
Mujeres: describan con su carmín la caricia que no les tocó,
suban, fresitas de las High school, madres solteras, suicidas,
docentes, vengan a traficar perfumes traídos del Canal de Panamá.

Vengan a abordarme, en mí el transcurrir, todos los años,
el suspenso del que anda a tu lado, a pesar de su humanidad.

Sé quien soy,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mis pies nauseabundos de sueños,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mí

al anonimato,
a la flatulencia, a la humana que soy. 
¡Abórdenme!!!!!!
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
vengan y calcen mis pies
ya que nunca podrán calzar mis zapatos.