lunes, 20 de abril de 2015

MIGUEL OTERO SILVA


 

Siembra

 

Cuando de mí no quede sino un árbol,
cuando mis huesos se hayan esparcido
bajo la tierra madre;
cuando de ti no quede sino una rosa blanca
que se nutrió de aquello que tú fuiste
y haya zarpado ya con mil brisas distintas
el aliento del beso que hoy bebemos;
cuando ya nuestros nombres
sean sonidos sin eco
dormidos en la sombra de un olvido insondable;
tú seguirás viviendo en la belleza de la rosa,
como yo en el follaje del árbol
y nuestro amor en el murmullo de la risa.
¡Escúchame!
Yo aspiro a que vivamos
en las vibrantes voces de la mañana.
Yo quiero perdurar junto contigo
en la savia profunda de la humanidad:
en la risa del niño,
en la paz de los hombres,
en el amor sin lágrimas.
Por eso,
como habremos de darnos a la rosa y al árbol,
a la tierra y al viento,
te pido que nos demos al futuro del mundo...

 

 

ANA MERINO


  

El quinto cielo
                                            Para Martín López- Vega

 
Seremos niños
cuando la muerte roce el quinto cielo.
Querremos abrazarnos
a la risa que deja la inocencia
en los tejados.


Maullidos de gato
que planean
tomar el territorio de las sombras.
Y nosotros debatiéndonos
entre un intento por volar
y un anhelo enfermizo
por querer escapar
de nuestro propio cuerpo.

Seremos niños
olvidando el olor que dejan los adultos,
el rastro de sus miedos
atado a las desgracias de las vidas ajenas.

La vejez será el eco
de los acantilados,
murmullo de cisternas
bebiéndose el silencio de la noche.

Seremos niños buenos
en ataúdes blancos
y trenzaremos sueños
humedeciendo el mimbre
en las aguas termales
de los cuentos de hadas.

 

De "Compañera de celda"

 

 

RICARDO PEÑA

 

Máscara-niña, que se anima cuando...

 

Máscara-niña, que se anima cuando
la luz despierta la montaña.

No has muerto todavía.

Brillan tus ojos, tu cadáver arde.
Tu cabellera -espada que traspasa el aire.

No has muerto todavía.

Brillan tus ojos, tu cadáver arde.
Traspasan mi cerebro, fuego, grito, aire.

 

 

 

CARLOS MURCIANO


 

Por estas tierras de mi Andalucía cruza un río
                                                            "…y yo no me conozco
                                      sino en la prisa de tus ciegas aguas…"
                                                                             Octavio Paz

 

 

Por estas tierras de mi Andalucía cruza un río.
No es el Guadalquivir, con mirtos y naranjas,
Ni el Genil hortelano, ni el Darro oscuro, ni el Guadalete olvidadizo y manso,
Ni el Tinto tinto, ni el Guadiaro serrano, ni el Guadalhorce tortolero.

Es un río que arranca de los montes más altos y más hondos,
Borbollea en las covachas, susurra en las raíces de los lentiscos,
Grita al saltar de piedra en piedra, de mirlo en chamariz,
Y cuando se encauza en la ladera, memoria abajo, fiesta en fuga,
Se pone a hablar con una voz que no tenía,
Con un son que no es posible porque se ampara en el silencio,
Pero que resulta verdad y se oye y, si no se acompasa,
Es porque definitivamente va cayendo, creciendo en pena y en caudal,
Llevándose por delante cuanto deja a su espalda, arrastrando solsticios y cadenas,
adelfas y amuletos, chumberas y avefrías,
Pámpanos, ánforas, dorrajos,
Alcornocales y monedas, cintas que ataron trenzas o ataron cartas,
Cualquier cosa, una piedra, dos salamandras, tres
Sueños.

Allá se marcha, con el rebaño de sus aguas ciegas,
Ignorándolo todo, es decir, comprendiéndolo todo desde adentro,
Desde ayer y los siglos soterrados,
Diciendo su canción a quien no va con él porque es él mismo,
Río mordiendo las arenas para más ensancharse,
No aferrándose a los cañaverales y a los tojos en pos de lentitudes,
Sino tomando impulso en ellos para ganar en prisa y en rumor,
Para llegar más pronto a su final inalcanzable,
Porque no existe ese final, ni por supuesto es el mar y sus abismos,
Sino la hoya del corazón, el boquete en la tierra de la esperanza,
Agua -ay, sombra trasteada- que no desemboca.

Allá se marcha, pues, el río éste de mi Andalucía,
Quieto en mitad de las marismas donde Huelva se asoma a su milagro,
Campaneando en una torre de Sevilla con lágrima y paloma,
Subiendo a la alcazaba donde Málaga afila sus fervores,
Bajando a algún jardín de Córdoba morena y combativa,
Amaneciendo en Cádiz -o en Tartessos- de sales y cuchillos,
Despertando la gleba rojeante de la oliva Jaén,
Borrando los añiles con que alumbra sus calles Almería,
Calando más los pozos -las brujas azaleas- de la oculta Granada.

Lleva en sus manos que no tiemblan,
Además de anillo de plata de Argantonio, con un toro encendido,
La luz de una garganta que no ha callado nunca,
Que no va a callar nunca aunque la Tierra deje de girar
Y se recline, pobre peonza, en una esquina de una plaza
Del universo, campo
De la verdad.

La luz ésa que digo
Es la luz que portaba -y vale como ejemplo- el viejo don Luis
De Góngora, para abrirse camino entre sus soledades,
O el pulcro don Fernando
De Herrera, para no tropezar con tantas consonantes y ausencias y agonías,
Y el menudo y celeste Manuel de Fuego, atlante
Lastimado, y Federico por Fuentevaqueros, todavía
Sin luto entre las sienes,
Y los Machado caminando juntos, y Silverio en la mesa de un café
Rompiéndose las cuerdas
Que le ataban, y el Torre y don Antonio
Chacón y Manolo el gitano despidiéndose
-caracol sollozante- de los niños remotos de la Cava,
Y Joselito y Juan, gallo y tormenta,
Y ese lirio espigado de Medina Azahara que se tronchó en Linares,
Y Juan Ramón por su Moguer de lumbre,
Y Velázquez, prestando su paleta conmovida al indomable Pablo,
Y Turina, con la Giralda fiel por pentagrama.

Y esa luz que no cesa, ese vivo relámpago,
Esa palabra o signo irrenunciable, esa brizna de sol,
Es la que entre las manos del río que no nombro
Camina hacia otra luz, lleva a la Andalucía hacia otra luz,
A la que no resulta fácil arribar
Después de tantos lustros de abandono,
Pero que aguarda desde siempre, inamovible, cierta,
Aguarda desde siempre a esta anhelo, a este río,
A esta corriente que la sangre calienta y empuja con su hervor,
Para fundirse, plena, como las bocas en el beso,
Luz sola y una, cándida llama, tronco
Sosteniendo el destino
Común.

Por estas tierras de mi Andalucía cruza un río.
Y a sus orillas se acercan a beber las alondras,
Los caballos de Vico, los ciervos de Doñana,
Los erales de Ronda, los bravíos jilgueros de Abdalajís,
Las águilas de Gádor.
Ese río es tan limpio
Como la libertad
Y yo no me conozco sino en sus aguas rumorosas
En las que las muchachas hunden sus brazos y sus sábanas
Antes de tenderse y tenderlas sobre el romero azul,
Sobre la flor morada del cantueso,
Y ponerse a cantar con voz de trigo,
Con voz de mucho tiempo y soledumbre,
La bienaventuranza de unos campos,
Unos pueblos antiguos y unas gentes tan nobles
Como el pan.
Que llevan una luz sobre sus frentes
Con el mismo donaire y el mismo señorío
Y la misma sencilla prestancia con que llevan
La copla entre los labios.

 

 

 

 

LUIS IZQUIERDO


 

Saludo al padre

 

Vuelves de nuevo a mí,
oh pobre triste cuerpo que olvidé,
ya desde mucho tiempo atrás,
en las selladas riberas del instante.
Descuidado del hombre te emplazaba
como un pesar que el tiempo augura,
cuando el dolor no es carga y se desea
-afán de plenitud- ardientemente.
Te conjuraba entonces.
                                                 No venías.
Cuerpo de soledad, yo te intentaba
sobre mi juventud.
                                        Romántica
mente desde presagios de pena que esculturan
la angustia original de aquellos años.

Hoy, conmigo ya y sin mí,
precipitas serena la existencia.
Sólo en silencio sé lo que me dictas,
te vivo entre recuerdos y conjuros,
te sé junto al mar nuestro y los olivos.
Contra el asfalto esperas, detenido,
suelto tu corazón al que quisiera
guardar a solas junto a mí.
Hacia el ayer te siento, larga sombra
eternamente al paso proyectada.

Jamás la oscura sensación de lo indecible
podrá seguirte el gesto, pero sabes
que voy contigo siempre y te persigo,
muerte tan clara de una voz a solas
por las presencias neutras del olvido.
 

De "Supervivencias"
"Travesías del ausente"

 

 

GILBERTO OWEN

 


Es ya el cielo...

 

Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama
con la voz de mis ríos aún temblando en su trueno,
sus mármoles yacentes hechos carne en la arena,
y el hombre de la luna con la foca del circo,
y vicios de mejillas pintadas en los puertos,
y el horizonte tierno, siempre niño y eterno.
Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio.