"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 2 de enero de 2022
ROZZ WILLIAMS
No
puedes entender mi variación
de piel
Los esfuerzos del camaleón para menguar
las puertas del infierno
Satán es por mucho la bestia más gentil
Nota:
Rozz Williams, seudónimo de Roger Alan Painter
ANNE BRONTË
El
penitente
Lloro
contigo, y aún me regocijo
Que te deba doler tanto;
Con un coro de ángeles acompaño mi voz
Para bendecir la aflicción del pecador.
Aunque
te hallas alejado de amigos y familiares,
Y rías con desdén de tu profundo dolor;
Oigo al gran Redentor decir;
“Te bendeciré aunque llores”.
Manten
tu curso, no consideres extraño
Que los hilos terrenales estén divididos:
El hombre puede lamentar el cambio maravilloso,
Pero “¡hay alegría en el cielo!”
GEORGE MEREDITH
El
Ascenso de la Alondra
Se
eleva y empieza a dar vueltas,
Deja caer la cadena plateada del sonido
De muchos eslabones y sin fisuras,
En gorjeos, silbidos, portamentos y trinos,
Que se enredan y se extienden,
Como se riza la mar en la marea baja
Donde rompen las olas
Y los remolinos giran dentro de otros remolinos;
Un chorro de notas que corre
Tan rápido que no se distinguen unas de otras,
Aunque los trinos se repiten cambiantes
Y siguen sonando mientras fluyen,
Se perciben dulces y son encantadores
Al oído de la sirvienta que lo escucha en la lejanía,
Que permanece al lado de nuestros íntimos manantiales,
Secos comparados con los que la alondra nos trae.
Los cuales parecen el mismo surtidor de la tierra
A la vista del sol, regocijo de su música,
Mientras asciende la escalera de caracol.
Canción hecha de luz que corta el aire
Con una fuente de entusiasmo, fuente de composiciones,
Para alcanzar las más brillantes cumbres del día,
Y beber en todo lo que se percibe
El éxtasis en el que se convierte la música
Impelido por lo que su feliz pico
Propaga; bebiendo y aun así empapando,
Sin pensar en guardar aquello que puede ofrecer
Su voz es la desembocadura, un lugar para un vivir
Renovado en un coro de notas sin fin.
Tan sedienta está de su propia voz,
Por oír todo y por conocer todo
Que es la alegría, el despertar, el brillo,
El tumulto del corazón para escuchar
A través de la pureza filtrada en agua cristalina,
Y conocer el placer luminoso rociado
Por un sencillo canto de regocijo
Agudo, irreflexivo, desatado,
Extasiado, resonante, en chorro sostenido
Sin pausa, sin declive,
Dulce y plateado, puramente lírico,
Perenne, temblando en un acorde
Como el rocío en la pradera soleada,
Que temblando brilla en la plenitud,
Y refleja miríadas de gotas plateadas;
Igual que el deleite que el oído recibe
Del céfiro recogido por el coro de las hojas
De los álamos cuando su parloteo
Se apaga en húmedos escalofríos;
Y como el repiqueteo del manantial
En lo alto de la montaña al amanecer,
Demasiado refrescante y dulce para parecer extraordinario,
Demasiado animada para enfatizarla;
Extendiéndose sobre las almas
La voz estrellada se propaga ascendiendo,
Despertando, como afinándose,
Lo mejor de nosotros que se asemeja a ella;
Y cada cara que se alza para contemplarla
Lleva la luz de la alabanza infantil.
Tan intensamente nuestro placer humano madura.
Cuando la dulzura canta sinceramente,
A pesar de que nada han prometido los mares,
Solo es una brisa suave que despeina,
Una pasada brillante en una tranquilidad satisfecha,
Serenidad en el éxtasis.
Ella
colma su paraíso cantando,
Es el amor a la tierra que infunde,
Siempre volando más y más alto,
Nuestro valle es su copa dorada,
Y ella es el vino que rebosa
Elevándonos en su camino:
Ella es los bosques y los arroyos, las ovejas
Y el ganado, las colinas y los senderos,
Los verdes prados y los marrones barbechos,
Los sueños de trabajo en el pueblo;
Canta a la savia, al pulso acelerado;
Ella es la marcha nupcial del sol y las lluvias,
El baile de los niños, las gracias
De los labradores, la llamada de las prímulas,
Y el espectáculo de las violetas fragantes;
Todo ello será coronado por la canción circular,
Y vosotros podréis escuchar a la hierba y al árbol,
Podréis ver lo mejor del corazón de los hombres,
Podréis sentir celestialmente, mientras
Que no anheléis más que la canción.
Podríamos decirnos en lo más íntimo,
De la forma más dulce, que nuestra voz
Nunca fue como esa voz de las alturas
Que une a los que escuchan en la canción que beben:
Nuestra sabiduría habla desde la vejez,
Nuestra pasión está desbordada,
Queremos la llave de su desenfrenada nota
De sinceridad en una garganta melodiosa,
La canción seráfica limpia
De las impurezas de la personalidad,
Tan pura que saluda a los soles
Una voz entre millones,
En la que todas las voces se alegran
Por dar alma a esa voz.
Pues
nosotros tenemos hombres, a los que veneramos,
Que ahora sólo son nombres, y están con nosotros,
Cuyas vidas se perdieron en las batallas,
Y las pétreas ruedas de molino
Proporcionan la dulce esencia para el canto de
Bienvenida a nuestro paraíso, aunque ellos no canten:
Ella nos regala de nuevo un canto celestial,
les hace resplandecer en nuestro azul,
Desde la sólida base hasta la altura más lejana,
Porque el amor de ellos por la Tierra es profundo,
Porque son guerreros en armonía con la vida
Para servir y ganar una recompensa,
Tan conmovedora y pura y tan sentida
en la idea que aquél pájaro expresa;
Por la cual el alma de ellos en mí, o mi alma,
A través del abandono divino,
En ellos, esa canción se mantiene en el aire,
Para llenar el cielo y estremecer las llanuras
Con lluvias dibujadas de caudales humanos,
Así ella remonta el vuelo en el cercano silencio,
Amplía con sus alas la cúpula del mundo,
Haciendo más espacioso nuestro hogar,
Hasta que se pierde en sus anillos aéreos
En la luz, y luego la imaginación canta.
GEORGE ELIOT
Cuenta
ese día perdido
Si
te sientas al atardecer
Y cuenta los actos que has realizado
Y, contando, encuentra
Un acto de abnegación, una palabra
Que alivió el corazón del que escuchó,
Una mirada más amable
Que caía como el sol donde se fue
Entonces puede contar ese día bien aprovechado.
Pero
si, a lo largo de todo el día,
No has animado ningún corazón, por sí o no
Si, a pesar de todo
No has hecho nada que puedas rastrear
Eso trajo la luz del sol a una cara
Ningún acto más pequeño
Eso ayudó a un alma y nada costó
Luego cuente ese día como peor que perdido.
CHARLOTTE MEW
La
casa silenciosa
Cuando
éramos niños, la vieja niñera solía decir
que la casa era como una subasta o una feria
hasta que todos estábamos a salvo en la cama.
Ha estado tan tranquila como el campo
desde que Ted y Janey y luego mamá murieron,
y Tom se enojó con papá y lo enviaron lejos.
Después del juicio, el pobre papá
no podía mantener la cabeza en alto
y no le importa la gente de aquí, tampoco ir a ninguna parte.
Fue
difícil escapar a casa de mi tía
ese fin de semana (desde entonces, hace un año,
apenas me deja escapar de su vista).
Al principio no me gustó el amigo de mi prima,
no pensé que lo recordaría:
su voz se ha apagado, su rostro se está oscureciendo
y si me gusta ahora no lo sé.
Me asustó antes de sonreír
—No me preguntó si podía—,
dijo que un domingo por la noche vendría,
me habló como si fuera una niña.
Ningún
año ha sido como éste que acaba de pasar;
puede que lo que dice Padre sea verdad,
si las cosas son así no importa por qué:
todo se ha quemado aunque no del todo.
Los colores del mundo se han convertido en llamas,
el azul, el oro, han ardido en lo que solía ser un cielo plomizo.
Cuando uno arde por completo, muere.
El
rojo es el dolor más extraño de soportar;
en primavera las hojas de los árboles en ciernes;
en verano las rosas son peores,
más terribles que dulces:
una rosa puede apuñalarte
más hondo que cualquier cuchillo:
y el carmesí te persigue en todas partes.
Delgados rayos de sol, como fantasmas de espadas enrojecidas,
han golpeado nuestra escalera como si,
al bajar, hubieras derramado tu vida.
Pienso
que mi alma es roja
como la de una espada o una flor escarlata:
pero cuando éstas mueren,
tuvieron su hora.
Yo
también habré tenido la mía,
porque desde la cabeza hasta los pies
estoy quemada y apuñalada,
y el dolor es mortalmente dulce.
Las
cosas que nos matan parecen
ciegas a la muerte que nos dan:
sólo en nuestro sueño
viven las cosas que nos matan.
La
habitación donde murió mamá está cerrada,
las otras están como estaban,
afuera, el mundo sigue igual,
los gorriones vuelan por la plaza,
los niños juegan como lo hicimos nosotros,
los árboles crecen verdes y marrones y desnudos,
el sol brilla en la torre de la iglesia muerta,
y nada vive aquí excepto el fuego,
mientras papá observa desde su silla,
día tras día,
igual, o de vez en cuando, de un gris diferente,
hasta que, como su cabello,
que mamá dijo que una vez fue ondulado y brillante,
todos se volverán blancos.
Esta
noche volví a escuchar una campana.
Afuera estaba la misma niebla de delicada lluvia,
las farolas recién encendidas en la calle larga y oscura,
nadie para mí.
Creo que es a mí misma a quien voy a encontrar:
no importa; algún día ya no pensaré; ¡ya no seré!
BASILIO SÁNCHEZ
La
mujer que camina
La
mujer que camina delante de su sombra.
Aquella a quien precede la luz como las aves
a las celebraciones del solsticio.
La
que nada ha guardado para sí
salvo su juventud
y la piedra engarzada de las lágrimas.
Aquella
que ha extendido su pelo sobre el árbol
que florece en otoño, la que es dócil
a las insinuaciones de sus hojas.
