viernes, 10 de octubre de 2014

PEDRO SALINAS



¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca...

 

¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca
cuando es jazmín, morada cuando es lirio.
Sabe abrir el capullo
sin reservar dulzuras para ella,
a la mirada o a la abeja.
Permite sonriendo
que con su alma se haga miel.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe dejarse
coger por ti, para que tú la lleves,
ascendida, en tu pecho alguna noche.
Sabe fingir, cuando al siguiente día
la separas de ti, que no es la pena
por tu abandono lo que la marchita.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe el silencio;
y teniendo unos labios tan hermosos
sabe callar el "¡ay!" y el "no", e ignora
la negativa y el sollozo.

¡Cuánto sabe la flor! Sabe entregarse,
dar, dar todo lo suyo al que la quiere,
sin pedir más que eso: que la quiera.
Sabe, sencillamente sabe, amor.

 

 

RUBÉN DARÍO

 

La cabeza del rabí

 
 
¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos de contar:
De una sirena del mar,
De un ruiseñor y una estrella,
De una cándida doncella
Que robó un encantador,
De un gallardo trovador
Y de una odalisca mora,
Con sus perlas de Bassora
Y sus chales de Labor.

Cuentos dulces, cuentos bravos,
De damas y caballeros,
De cantores y guerreros,
De señores y de esclavos;
De bosques escandinavos
Y alcázares de cristal;
Cuentos de dicha inmortal,
Divinos cuentos de amores
Que reviste de colores
La fantasía oriental.

Dime tú ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
Que los cuentos orientales
Les gustan a las mujeres;
Así, pues, si esos prefieres
Verás colmado tu afán,
Pues sé un cuento musulmán
Que sobre un amante versa,
Y me lo ha contado un persa
Que ha venido de Hispahán.

Enfermo del corazón
Un gran monarca de Oriente,
Congregó inmediatamente
Los sabios de su nación;
Cada cual dio su opinión,
Y sin hallar la verdad
En medio de su ansiedad
Acordaron en consejo
Llamar con presura a un viejo
Astrólogo de Bagdad.

Emprendió viaje el anciano;
Llegó, miró las estrellas;
Supo conocer en ellas
La cuita del soberano;
Y adivinando el arcano
Como viejo sabidor,
Entre el inmenso estupor
De la cortesana grey,
Le dijo al monarca: -¡Oh rey!
Te estás muriendo de amor.

Luego, el altivo monarca,
Con órdenes imperiosas
Llama a todas las hermosas
Mujeres de la comarca
Que su poderío abarca;
Y ante el viejo de Bagdad,
Escoge su voluntad
De tanta hermosura en medio,
La que deba ser remedio
Que cure su enfermedad.

Allí ojos negros y vivos;
Bocas de morir al verlas,
Con unos hilos de perlas
En rojo coral cautivos;
Allí como una áurea lluvia
Una cabellera rubia;
Allí el ardor y la gracia,
Y las siervas de Circasia
Con las esclavas de Nubia.

Unas bellas adornadas
Con diademas en las frentes,
Con riquísimos pendientes
Y valiosas arracadas;
Otras con telas preciadas
Cubriendo su morbidez;
Y otras de marmórea tez,
Bajas las frentes, y mudas,
Completamente desnudas
En toda su esplendidez.

En tan preciosa revista,
Ve el rey una linda persa
De ojos bellos y piel tersa,
Que al verle la vista,
El alma del rey conquista
Con su semblante la hermosa
Y agitada y ruborosa
Tiembla llena de temor
Cuando el altivo señor
Le dice: -Será mi esposa.

Así fue. La joven bella
De tez blanca y negros ojos,
Colmó los reales antojos
Y el rey se casó con ella.
¿Feliz dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
No es feliz de reina allí
La linda persa agraciada,
Porque ella está enamorada
De Balzarad el rabí.

Balzarad tiene en verdad,
Una guzla en la garganta,
Guzla dúlcida que encanta
Cuando canta Balzarad;
Viole un día la beldad
Y oyó cantar al rabí;
De sus labios de rubí
Brotó un suspiro temblante...
Y Balzarad fue el amante
De la celestial hurí.

Por eso es que triste se halla
Siendo del monarca esposa
Y el tiempo pasa quejosa
En una interior batalla.
Del rey la cólera estalla
Y así la dice una vez:
Mujer llena de doblez:
Di si amas a otro, falaz.
Y entonces de ella en la faz
Surgió vaga palidez.

-Sí -le dijo-, es la verdad;
De mi destino es la ley:
Yo no puedo amarte, ¡oh rey!,
Porque adoro a Balzarad.
El rey, en la intensidad
De su ira, entonces, calló;
Mudo, la espalda volvió;
Mas se veía en su mirada
Del odio la llamarada,
La venganza en que pensó.

Al otro día la hermosa
De parte de él recibió
Una caja que la envió
De filigrana preciosa;
Abrióla presto curiosa
Y lanzó, fuera de sí,
Un grito; que estaba allí
Entre la caja guardada,
Lívida y ensangrentada
La cabeza del rabí.


En medio de su locura
Y en lo horrible de su suerte,
Avariciosa de muerte
Ponzoñoso filtro apura,
Fue el rey donde la hermosura:
Y estaba allí la beldad
Fría y siniestra, en verdad;
Medio desnuda y ya muerta,
Besando la horrible y yerta
Cabeza de Balzarad.

El rey se puso a pensar
En lo que la pasión es;
Y poco tiempo después
El rey se volvió a enfermar.

 

LEOPOLDO LUGONES


 
El éxtasis

 

Dormía la arboleda; las ventanas
llenábanse de luz como pupilas;
las sendas grises se tornaban lilas;
cuajábanse la luz en densas granas.

La estrella que conoce por hermanas
desde el cielo tus lágrimas tranquilas,
brotó, evocando al son de las esquilas,
el rústico Belén de las aldeanas.

Mientras en las espumas del torrente
deshojaba tu amor sus primaveras
de muselina, relevó el ambiente

la armoniosa amplitud de tus caderas,
y una vaca mugió sonoramente
allá, por las sonámbulas praderas.

 

JORGE GUILLÉN



Cima de la delicia

 
 
¡Cima de la delicia!
Todo en el aire es pájaro.
Se cierne lo inmediato
resuelto en lejanía.

¡Hueste de esbeltas fuerzas!
¡Qué alacridad de mozo
en el espacio airoso,
henchido de presencia!

El mundo tiene cándida
profundidad de espejo.
Las más claras distancias
sueñan lo verdadero.

¡Dulzura de los años
irreparables! ¡Bodas
tardías con la historia
que desamé a diario!

Mas, todavía más.
Hacia el sol, en volandas
la plenitud se escapa.
¡Ya sólo sé cantar!



MIGUEL ARTECHE SALINAS

 

Vagabundos en la noche

 

Te llama el sur esta noche, te llama como nunca
El corazón secreto de la lluvia, te llama un perfume
Dejado en la distancia y que regresa ahora.
¿Hay algo para el cuerpo que espera con nostalgia,
Algo para su sed, para el canto que escapa;
Hay algo, viene algo por el cielo, no oculta la cordillera
Nuestra pregunta insomne, no guarda su pecho oscuro
La respuesta a ese tiempo que desde el mar avanza?

¿Es eso lo que recuerdas, es ese ser oculto que por las calles canta,
Es ese vagabundo que duerme en la basura,
Con los zapatos rotos y la cara hacia el cielo,
En una horrible mueca?
¿Es eso lo que recuerdas, es eso que por las ramas
Insiste en la primavera:
La joven esposa muerta, la huella de los hombres
En el parque mojado? ¿Era eso en la noche,
Eran las luces secas de brillos petrificados
En las calles del lujo?

Para ti, tierra, las vidas de los hombres solitarios,
Los niños harapientos jugando entre la lluvia,
Los nombres, las fechas y las personas muertas;
Para ti las tormentas, las colinas purpúreas,
Las castañas en duros zurrones afilados,
Las lámparas en grandes
Habitaciones, los vientos,
Los vientos sobre plazas desiertas,
Mientras las hojas secas en el sediento asfalto
Acumulan la futura lluvia que aparece.

Es cierto: porque cuando pasas sobre la noche;
Cuando, sigilosamente, aparece la lluvia,
Y recuerdo los seres que pasaron,
El calor de unas sienes doradas por el vino;
Cuando cruza el otoño -rojo de furia triste-
Por semáforos, autobuses, tiernas escalinatas,
¿Hay algo en esa cara que interroga hacia el aire
De un día que soporta otro día lejano?

Para aquellos las luces llenas de terciopelo,
Las sibilinas voces de perfumes, las vagas
Promesas de placer en cálidos recintos;
Para ellos las noches de promesas ocultas,
Las estampas de un invierno pasado,
El entierro lejano, el humo
Sobre el parque. Papeles enloquecidos
Caen hacia un otoño rabioso que se acerca.
Están sobre los puentes acumulando angustia,
El agua tiene secos reflejos afiebrados,
Sus ojos se adormecen, fiebre y frío penetran
Los ansiados retornos que por el río pasan.

¿Qué han perdido en las noches,
En la esquina poblada qué interrogan sus caras?
Hablan del mar cercano (el viento se estremece,
El viento cruza y pasa) y apretados esperan
Un ayer imposible para un futuro incierto.

Tierra, tierra sobre deseos, sobre puentes y ramas,
Sobre arenas desiertas, sobre pasos que mueren,
¿Qué buscas, qué esperas
Para alcanzar un rostro, un harapo, una mano quemada
Por la moneda avara? ¿Es que esperas sus muertes
En la noche, sólo sus vidas hoscas
Consumidas sin haber conocido
El hueco de un calor,
El sueño sin temores, el alba
Por fin mágica y buena?

 

 

 

CHARLES BAUDELAIRE

 

De "Cuadros Parisienses"

 

104. El sol
 

Por la vieja barriada, donde, de las casuchas
Las persianas ocultan las lujurias secretas
Cuando el astro cruel furiosamente hiere
La ciudad y los campos, los techos y sembrados,
Quisiera ejercitarme en mi esgrima fantástica
Husmeando en los rincones azares de la rima,
Tropezando en las sílabas, como en el empedrado,
Acaso hallando versos que hace tiempo soñé.

Ese padre nutricio, que huye de las clorosis,
En los campos despierta los versos y las rosas;
Logra que se evaporen hacia el éter las penas
Saturando de miel cerebros y colmenas.
Es el quien borra años al que lleva muletas
Y le torna festivo como las bellas mozas,
Y a las mieses ordena madurar y crecer
En la inmortal entraña que desea florecer.

Cuando, como un poeta, desciende a las ciudades,
Ennoblece la suerte de las cosas mas viles,
Y penetra cual rey, sin séquito ni pompa,
Tanto en las casas regias como en los hospitales.