"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 24 de enero de 2023
CHRISTIAN DÍAZ YEPES
Que vengas a mí por esta
invocación
(rendida, en jirones, la piel hasta el margen del que no está).
Oh nada, engúlleme
de un solo resplandor y guíame
por la intemperie del ser.
Atrás queda la orilla y seguimos siendo orilla,
seguimos.
Padre que irrigas los montes para que destilen
haz lenta mi alborada.
Soy un niño que juega a saber esperar.
Tomemos una pizca de tierra a la vez
como quien reúne los bordes de una casa tan allá.
Lo que existía desde un principio, lo que hemos oído, lo que
hemos visto y palpado
colmará mi odre.
Vencido el miedo a la ilusión, contamos
cantamos.
Lo más duro de la orfandad es esta vigilia tensionada
entre el ayer y el qué será,
la mirada de péndulo entre el anhelo y la nostalgia.
Equilibrarse en los dinteles del recuerdo,
de nuevo esperar que las aves regresen,
bañar esta tierra que destella su extinción.
WHIGMAN MONTOYA DELER
Desollamiento
Lo malo y lo aberrante se
desplaza
la carne desprovista de ropaje
me dicen que por eso soy salvaje
yo soy un ser humano, de mi casa.
No sabe la persona que me abraza
que quita capa a capa con su mimo
que soy como una puerta, me reprimo
y con tiras de pieles me decoro.
De mí mismo las heces como el oro
yo cargo en mi indigesta mi racimo.
PATRICIA GUZMÁN
Estoy segura de mis miserias
(Son mías)
Lo más carne de mi corazón
Por lo bajo de esa carne aprendí a comer
Por lo bajo de esa carne aprendí a cantar
(Mis ojos están acostumbrados a guardar a guardar a guardar)
He jurado no quitarme el collar de perlas
No vaya a ser que me quede quieta cuando se abra el cielo
No vaya a ser que la flor sea perfecta
No vaya a ser que se me cierren los párpados
El corazón mío me devolverá
Estoy segura de mis miserias
(Son mías)
Ave apurada
Ave de mí
KHAI Q. NGUYEN
me odio a mí mismo
me odio a mí mismo
que esté celoso
del whisky que bebes
que te hace un borracho
de la copita que
toca tus labios húmedos
me odio a mí mismo
que esté celoso
de las mancuernas y los cuellos
de tus camisas
que tocan tu piel cada día
me odio a mí mismo
que tu voz leyendo
la poesía de Pessoa
me ponga caliente
aun así susurrando tu nombre
ay dios mío, tu voz tu voz
mi obsesión
estoy celoso del sudor
en tu frente tu espalda tus testículos
del aroma de tu hombría
el poeta mío, quisiera
besar
tus miembros bronceados
quisiera
morir
en tus brazos
y besos
ay el poeta mío
quiero la luz de tus veranos griegos
JUAN JOSÉ CASTRO MARTÍN
Alguien se adentra hasta lo
más lejano
de su cuerpo.
…………………………En sus pasos se aproximan
los extendidos bosques del silencio.
Pierde en el frío su existencia hasta
hacerse transparente en el sonido.
Pero no se detiene.
…………………………………………Busca siempre
vibrar siendo materia más que peso,
la cicatriz sonora de la lluvia
rememorando el barro y los contornos
que impiden disolverse a su precario
estar bajo su piel y en los latidos.
¿Adónde irá descalzo por el
huérfano
desvelo de las cosas?
………………………………………Sigue el rastro
en el impulso al ciervo, descubre el horizonte
que el carbonero crea entrando en el arbusto,
el secreto silbar del despojarse
para que puedan entonar las ramas
el ascendente signo de los troncos.
Todo se acerca y vive en su
extinguirse.
Grava blanca el sendero, las
pisadas
agrandan el fragor donde los árboles
sueñan el nombre de lo ignoto
y es breve el soplo encarcelado bajo
la gravidez del mundo en los pulmones.
¿Adónde irás despierto por
la huérfana
migración a lo ajeno de los nombres,
todo asombro adherido a los zapatos?
Sendero blanco, el mundo es
un silencio
que de tu cuerpo crece,
……………………………………………como intervalo o pausa,
mientras se aleja para existir en tus pasos.
CARLOS CALERO
Lo único que no baja a la
tierra
Cuando a un cazador se le
muere la mujer
entierra con ella sus senderos.
Entierra algo más que su soledad y Los Pirineos.
Bajan a la tierra su noche y las lunas.
Baja su casa de piedras.
Baja el silencio del bosque y los cascarones de la nieve.
Baja la sobrevivencia y la carne sin grasa y macerada.
Bajan el jarro de hierbas y las cabras.
Baja el milenario vértigo del deseo convertido en recuerdo.
Bajan los ojos de esa mujer masticados por los espejos.
Bajan los árboles tejidos por el agua dura
entre los troncos envejecidos.
Bajan las pieles despellejadas.
Bajan el carbón y el fuego
contra el lomo empinado de la nieve.
Bajan las osamentas congeladas de los animales cazados.
Bajan las sombras del frío
por los agujeros de la madrugada.
Cuando a un cazador se le muere la mujer,
lo único que no baja a la tierra
es el amor por ella que mata a los lobos.
