domingo, 25 de junio de 2017


PORFIRIO BARBA JACOB




Momento



 Yo fuerte, yo exaltado, yo anhelante,
opreso en la urna del día,
engreído en mi corazón,
ebrio de mi fantasía,
y la Eternidad adelante...
         adelante...
         adelante...


ANGELA GENTILE




Hablan las sacerdotisas



Nos urge el sol que reposa en los techos
y también el aire que en este lugar es ardiente.

                              Las hijas de los dioses cantan sentadas en la roca
                              la vigilia de las palabras.
                              Descienden las miradas coronada de mirtos, toman al dios
                              en lo bello de su arte y adviene lo divino.
                              Una de ellas, la de áurea melena, no pertenece al linaje,
                              aspira y su lenguaje deudor impulsa las sombras
                              en nombre de madre inmortal y padre comedor de peces.
                              Consagrada a la oscuridad, presiente las aguas
                              y escribe decididamente muda.




BAUDELIO CAMARILLO




Una estrella en el agua



I

Hace ya muchas noches una estrella dormía
en el sagrado lecho de estas aguas.
Lo que yo soy de río, de dulce agua amorosa,
la recuerda desnuda en la noche más negra.
Le di por nombre Esther.
Ignoro su linaje entre los dioses,
pero cuando brillaba
las aguas más profundas reconocían la luz
que lo divino exhala al desnudarse.


De: “La Noche es el mar que nos separa”


VÍCTOR SANDOVAL




El fugitivo y sus presagios



Pasaba las tardes en una vieja plaza.
Tardes y plaza,
árboles quemados,
un roble partido en dos,
la piel arrugada, pero erguido y muy alto,
un oscuro mundo en sus ramas.
Tardes y plaza ardiéndome en la garganta.
Conminatoria y rápida
la revelación apenas me rozó.
Había que escapar o quedarse para siempre.
Como en Fraguas, la ciudad de la que soy un fugitivo
ahí estabas, padre, llamándome,
con tu piel calcinada, el tronco gigantesco,
tu oscuro mundo de yunques, fragores y descensos.

*

Amarás un telón amarillo.
El viejo otoño sobre el bosque
en la estación de los turistas.
Dejarás Fraguas, la nombrada.
Llevarás a tu padre bajo el brazo,
como el de Ilión un día.
Como el de Troya,
fue grande y poderoso.
Alborotó camas de hierro,
usó trajes de alpaca y fístulas rosadas.
Dejarás la ciudad en llamas del otoño.
Otros serán, otros son ya los habitantes.
Ni una piedra perdida recordará a tu padre.
De la ciudad antigua sólo el reloj de sol,
los contrafuertes rojos del poniente.
Tendrá una máscara de hierro la ciudad, una malla
de alambre,
túnica de moscas y ceniza,
rígidas banderas de polyester sobre los edificios
(negocios, habrá negocios para la gente nueva)
un aire de inocencia pervertida en las canteras rosas,
extranjerías innobles sobre los calicantos.
Dejarás Fraguas, la nombrada, un día en gran jolgorio
con tu padre el sarmentoso, el olvidado, bajo el brazo.


*

—Cada día te pareces más a tu padre.
La misma nariz,
la misma nuca, el muro de cemento, la espalda de
la fábrica,
tu padre, el clima,
el mismo rostro de Fraguas.
Los estanquillos, la cerveza los domingos;
por esas fechas
los niños y sus juegos en las calles, bolas de cristal,
trompos claveteados,
áureas monedas altas perdiéndose en los árboles.
Fraguas en las tardes:
—Un bruñido color en las doncellas,
un espejo en el que todos anhelaban repetirse.
—Cada día eres más la imagen de tu padre:
el secreto fulgor que alondra el entrecejo,
los puños sobre las caderas,
las esquirlas de luz abriendo paso.
Su voz entre cadenas
sensible a la garganta; por sus vetaduras
un azaroso agrio licor de espinas,
erguida bayoneta de silbidos.

*


La rebelión contra los candados y los montacargas
contra el orden de los colores,
contra el índice y el pulgar en contubernio,
contra el índice que brilla.
La rebelión oscura, amarga, rabiosamente lúcida
del que alguna vez fue parte en la luz de las naranjas;
el que tocó y gozó la sombra de las piedras
y fue en la fiesta popular, en las canciones,
una línea dorada de sonidos,
el sumo sacerdote del movimiento andante.
El que un día miró bajar nubes y auras
y se encerró en su interno diluvio de luciérnagas.
La lenta rebelión
del que se fue quedando solo,
en su descenso a tientas,
solo, con las voces arriba,
cada vez más lejos,
como el paciente insomne que oye conversar en
la pieza contigua
o el diestro nadador
que a tumbos se despide del eco y sus presagios.

VICTORIA LOVELL




Juego



yo no juego, paso
pero ese camino angostándose
hasta la cintura de lirios
caldo de puerros
yo no juego, paso
el canesú azul o era la muñeca
la poseedora del canto
entre témperas empastadas
un bosquejo avizora un rostro
una pata se quiebra
el lienzo se desliza
yo no juego, paso
bulípica memoria

casi simulacro.

SERGIO BADILLA



  
Al final del laberinto



Quizás el episodio del olvido sea una mala parábola
para espantar las sombras que se ciernen como un
afligido ultimátum..
Ando tras un hijo que se confundió en su nostalgia
y olvidó llamarme padre
con la misma indiferencia como los copos de nieve
se abaten en el pavimento de la calle solitaria
Soy yo quizás que desacierta en esta época de contraseñas
y secretos
con esta angustia que me aniquila tal un voraz incendio .
La ambigüedad desaparece cuando descubre su mesura
al final del laberinto.
Yo retumbo así un trueno en la distancia o en la cercanía
defectuosas mis palabras y mi voz
y me permito ser un roedor desorientado que socava
su guarida en la espesa bruma
con esta ansiedad que me devasta como un severo cataclismo.
Ando tras un hijo que se turbó en su tristeza
y omitió llamarme padre
con la severidad de los zorzales que resbalan en el hielo
y luego emprenden su vuelo
en la calle que continuará desierta.