sábado, 1 de agosto de 2020


OSIP MANDELSTAM





El oído afinado dirige la vela sensitiva...



El oído afinado dirige la vela sensitiva,
La mirada dilatada se despobla
Y un coro enmudecido de pájaros nocturnos
Atraviesa el silencio.

Yo soy tan pobre como la naturaleza
Y tan simple como el firmamento,
Y mi libertad es tan quimérica
Como el canto de los pájaros nocturnos.

Yo veo al mes inanimado
Y al cielo más muerto que el lienzo;
Y acepto del vacío
¡Su mundo enfermo y extraño!

1910

Versión de Jorge Bustamante García


ELIZABETH BARRETT BROWNING





No me acuses, te ruego…



No me acuses, te ruego, por la excesiva calma
o tristeza del rostro, cuando estoy a tu vera,
que hacia opuestos lugares miramos, y dorarnos
no puede un mismo sol la frente y el cabello.

Sin angustia ni duda me miras siempre, como
a una abeja encerrada en urna de cristales,
pues en templo de amor me tiene el sufrimiento
y tender yo mis alas y volar por el aire

sería un imposible fracaso, si probarlo
quisiera. Pero cuando yo te miro, ya veo
el fin de todo amor junto al amor de ahora,

más allá del recuerdo escucho ya el olvido;
como quien, en lo alto reposando, contempla
más allá de los ríos, tenderse el mar amargo.


ROBERT BRIDGES





Mi deleite y tu deleite



Mi deleite y tu deleite
Caminando, como dos ángeles blancos,
En los jardines de la noche.

Mi deseo y tu deseo
Danzando en una lengua de fuego,
Brincando viven y riendo crecen,
A través de la disputa eterna
En el misterio de vida.

El amor, desde el cual surgió el mundo,
Guarda el secreto del Sol.

El amor puede decir y amar exclusivamente
Donde, entre millones de estrellas,
Cada átomo se sabe a sí mismo;
Cómo, a pesar de las penas y la muerte,
La vida es alegre y dulce es la respiración.

Esto que él nos enseñó, esto que nosotros supimos
Cierto, en su ciencia verdadero,
Mano sobre mano, como estábamos
Entre las sombras del bosque,
Corazón con corazón, como nosotros nos poníamos
En el alba del día.


JUAN CARLOS SUÑEN





Cien niños



I

Soñaba entre hojarasca y entre vidrios borrosos hombres acobardados
   envueltos en sus centones, haraposo afilándose bajo el barro. Soñaba
   que la casa se iba de los pequeños, hacia el marrón y el índigo, como una
   mujer enferma cuando el pecho escondido se hace notar de pronto.

Eran las sombras largas, los fantasmas de azolve remisos a deshacerse,
   odiaba cosas para siempre perdidas. Hablaba de ese sueño entre la
   charla atenuada y otras torpezas propias de los proveedores. Y preguntó
   por qué batimos la colada toda la noche, por qué el reloj batiera toda la
   santa noche. No preguntaba por sus padres.

La madre puso un unto privado en las bisagras, pero el chirrido fino se
   escapaba de ellas a lo largo de meses, avisando. Era el lamento de la casa,
   avisando, seguido sólo del sudor, y de ese ahogo que le venía cuando se
   alborotaba la ceniza porque el que bebe ahora en una copa de piedra (y
   aún así no se vuelve más fuerte en su memoria, sino que se hace canto
   en derredor de su raza) se buscaba de nuevo quebrándose en los suyos.

Por fin habló de las casas¹, con la subida, en que todos los muros vacilaron
   a una y las viejas de leche gimieron hasta el alba. Toda la santa noche. Y
   las palabras lo enterraron todo, por segunda vez, bajo el horror de los
   otros.

Estuvo aquí siete años y aprendió a restañar, a tener miedo a lo visible,
   a dar las gracias.


II

El día en que su madre se sacudió la blusa, nos lo trajeron: sucio, descosido    
   y bebiendo sus pensamientos de una larga botella cuyo contenido
   conocíamos apenas por los escasos y mal redactados informes que le
   habían precedido.

Las nubes oscurecían la tarde recién entrada amenazando una lluvia
    última antes del calor, y los pájaros iban y venían los unos agitando a los
    otros sobre el ominoso cemento del patio. Preguntó por qué no había
    barrotes en las ventanas, pero no escuchó la respuesta. Cenó bien,
    y se durmió sin hablar. Pero hubo perros durante semanas, sábanas
    húmedas, insultos. Perros contra la noche del infeliz que no podía hacer
    otra cosa que guardarse su miedo hasta la mañana siguiente.

Luego tomó por otra parte, de repente. Y desaparecieron la enurosis, la
   rabia y el dolor, los perros cuando aún podían ser últiles. Él mostraba su
   mano tras las puertas del barrio y las vecinas le ponían un buñuelo de
   bondad, hermético, rico en óxidos dulces y no en quitar la pena como el
   transparente alcaloide del padre. Quizás llegó a pensar que andar por ahí
   calzado, que jugar en el patio, que apoyar la cabeza en el paño y soñar
   eran buenas andanzas para un niño dejado. Nunca alcanzó a decirnos lo
   que llegó tan pronto, tan de repente armado, hasta el hombre que gana a
   lo vencido y quiere más lo bueno de lo malo.

Se alzó egoísta ante el mundo como un objeto de arte. Faldero en su
   animosa soledad despreciada². Bello siempre en su esquiva
   determinación fotográfica, siempre a punto de ser abatido por un deseo.


¹ En esta última articulación de la imagen antes de despedirla, devolverla material
    al otro lado de una transparencia que la alejará para siempre de la recién adquirida razón.

²Pues si la artesanía es el arte de lo útil, lo fácil o lo obvio, el arte es la artesanía de lo difícil,
lo inesperado y lo inútil. Y ese valor que se sostiene en un trabajo extraordinario de la voluntad
no es ni arbitrario ni perecedero: carecemos de todo derecho a despreciarlo, reclamarlo o usarlo.





LUIS LLORÉNS TORRES





Café prieto



Se le cae el abrigo a la noche,
ya el ártico Carro la cuesta subió.
Río abajo va el último beso
caído del diente del Perro Mayor.

Se desmaya en mis brazos la noche.
Su virgo de oro llorando se fue.
Los errantes luceros empaña
el zarco resuello del amanecer.

Se me muere en los brazos la noche.
La envenena el zumoso azahar.
Y la tórtola azul, en su vuelo,
una azul puñalada le da.

La neblina se arisca en el monte.
Las hojas despierta rocío sutil.
Y en la muda campana del árbol,
el gallo repica su quiquiriquí.

Al reflejo del vaho del alba,
el pez en la onda, la abeja en la flor,
con la fe de su crédulo instinto,
descubren la miga segura de Dios.

De la choza que está en la vereda,
un humito saliendo se ve.
La ventana se abre. Y la doña
me da un trago de prieto café.



MARIANO BRULL





Al caos me asomo…



Al caos me asomo…
El caos y yo
por no ser uno
no somos dos.
Vida de nadie,
de nada… —No:
entre dos vidas
viviendo en dos,
víspera única
de doble hoy.
Muere en la máscara
quien la miró,
yo —por dos vidas—
me muero en dos…