martes, 29 de marzo de 2022


 

ALEJANDRO ROEMMERS

 


 

Dios te salve, poesía

 

 

Dios te salve, poesía,
llena eres de gracia,
de alamedas, caracoles y alboradas.
El Amor está contigo,
y su Verdad, más profunda que el silencio,
y su Misterio, más grande que la vida.
Humilde tú eres entre todas las artes
y bendita es la Palabra de tu vientre.
Salva, poesía, y redime a quien te invoca.
Ven a nosotros, errantes soñadores,
ahora, en la pasión del canto ardiente,
y en la noche de nuestros versos más tristes,
para conducirnos al umbral del Día.

 

 

JORGE LOBILLO

 

  

Flores

 

 

Flores en mi jardín
En mi paraíso terrenal
En el jardín donde falta un profeta de verdad
Y donde nunca habitara Eva
Flores sabias
Por encima del todo Y por debajo del fin
Sabiduría sin palabras
Que viaja por el silencio
Flores que me enseñan mucho:
Que el tiempo no existe
Que nada importa
Y que no son sabias.

 

 

JULES LAFORGUE

 

  

Lamento de esta hermosa luna

  

Se oyen Estrellas:
En el regazo
Del patrón
Todos bailamos en corro
En el regazo
Del patrón,
Bailamos todos en corro.

Vamos, señorita Luna,
Desechemos nuestros rencores;
Entrad en la danza y dispondréis de
Un collar de dorados soles.

Dios mío, es muy honesto por su parte,
para una pobre Cenicienta;
Pero me basta con el medallón
Que me regaló mi hermana planeta.

¡Por Dios! vuestra Tierra es simple secuaz
Del pensamiento! Venid a la fiesta;
Con la seguridad de que volveréis la cabeza
A los más excelsos astros.

Gracias, gracias, sólo tengo a mi amiga del alma,
¡Ahora mismo la oigo gemir!

Os equivocáis, ¡es el suspiro
De las químicas universales!

¡Malas lenguas, callaos!
Debo velar. Hatajo de mujerzuelas,
¡Seguid con vuestros picos pardos!

-¡Dejadnos, pues, virtuosa doncella enharinada!
¡Eh, Nuestra Señora de los ebrios,
De los duendes y rateros!
¡Ponedora en celo de los viejos gatos!
¡Cucú!

Salen las estrellas. Silencio y Luna. Se oye:

Bajo el techo
Sin fondo,
Bailamos y bailamos,
Bajo el techo
Sin fondo,
Todos bailamos en corro.

 

 

MAROSA DI GIORGIO

 

 

Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante…

 

 

Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante.
A veces, al mediodía, cuando el sol embriaga -si no, nunca
nos atreviéramos-, mi madre y yo, tomadas de la mano,
íbamos por los senderos de la huerta, hasta pasar la línea
casi invisible, hasta la vid de los monjes. La uva erguía
bien alto su farol de granos; cada grano era como un rubí
sin facetas con una centella dentro. Ellos estaban aquí y allá
con las sayas negras o rojas, y parecían escudriñar diminutas
estampillas, grandes láminas, o meditar profundamente sobre
el Santo de esos lugares. A nuestro rumor alguno dirigía
hasta nosotras la mirada como una flecha de oro o de plata.
Y nosotras huíamos sin volvernos, temblando bajo
el inmenso sol.

 

 

LALO BARRUBIA

 


 

Amante

 

 

la cara levantada tragándose el reguero de la ducha
donde sacarse las capas de noticias tóxicas
el no lugar
de los maltratos injusticias
metales flotantes en el aire
fragmentos de cuerpos vivos
fotos de vestidos blancos
manchas de sangre azul en los calzones
inesperadas víctimas
cera para coches
arquitectura de la miseria
planes quinquenales para cementar
la venganza
y el destierro
y el olvido

los años pasan y sus manos
escriben siempre el mismo poema del lugar
había un solo lugar para decir
no parecía tan difícil aun
con los brazos doloridos
de abrazar como garrapatas

un lugar que
lleva el nombre de otro ser humano
un lugar donde
dejar resbalar las escamas secas donde
esconderse de la mirada negra del invierno
sin estrellas
de la nieve urbana impertérrita
sucia de chorros negros de caños de escape
de manchas amarillas de meadas de perro
o de borrachos en la madrugada

un lugar que
retumba persistente
en el tambor destemplado de la noche que
nos deja los músculos de las piernas resentidos
por un par de días los pezones hinchados

un lugar que
tiembla y duda y no dice nada
por las dudas
no dice nada

un lugar cuando
en tus ojos no importa si las horas bajan

un lugar donde
sabés que nada puede ser igual
desde los no lugares no volverá
nunca
a ser igual

un lugar porque
todo lo que no es cuerpo
carece de importancia

un lugar abajo y encima
de la idea de patria frontera pasaporte
de cielo tierra mente orillas
trascendencias distancias

un lugar hacia
el que caminás siempre de regreso porque
entonces todo cantaba

un lugar para
hundirse con
el nombre de
otro ser humano que
tiembla y duda
y brilla de sudor
y brilla de todo
y por las dudas
no dice
nada

  

Nota: Lalo Barrubia, seudónimo de María del Rosario González

 

 

BAUDILIO MONTOYA

 

 

Prosapia

 

Tengo una sangre loca de cíngaro trovero
que reta indiferente su cábala fatal,
y el insondable orgullo del viejo romancero
donde exaltó mi raza su pecado mortal.

Tal vez por la elegancia suprema de mi acero
y el gesto de mi empeño romántico y sensual,
fui en épocas remotas un príncipe altanero
que tuvo un sonoroso castillo de cristal.

Lo afirma así la fiebre tenaz de la locura
que eleva la manera gentil de mi apostura,
y tantas cosas bellas que nutren mi emoción;

pues por razones hondas que ante la turba callo,
doscientas odaliscas que tuvo mi serrallo
no fueron suficientes para mi tentación.