viernes, 12 de febrero de 2021


 

DOLORS ALBEROLA

 


 

El beso de la muerte

 

 

Hemos hecho el amor y a fuerza de cadenas
no hemos vencido nada.
La fiera, resurrecta, se imprime en los tejidos,
elaborada ya en el beso primigenio.
Hemos hecho el amor contra las piedras vanas
pero no profanamos el templo de la muerte.
Nuestros cuerpos sedientos murieron en oasis
y ahora Egipto o la esfinge han borrado las huellas.
Un desierto de nadas hemos alzado juntos.
Los genes, en la lucha,
no supieron romper el mecanismo.
Nos matará París y un día Londres
será un lugar inútil.
Se alzará Notre Dame como un templo vacío
y el Big Ben tocará sus horas funerales.

 

Hemos hecho el amor y nos mató la vida,
la guerra más sangrienta nos la trajo la sangre.

 

GUADALUPE GRANDE

 

 

La huída

 

 

 Vivimos como de prestado
          vivimos como sin querer
          vivimos en vilo y nuestro destino es la espera
          vivimos fatigados de tanto sinvivir


Huí, es cierto.

Huir es un naufragio,
un mar en el que buscas tu rostro, inútilmente,
hasta convertirte en náufrago de sal,
cristal en el que brilla la nostalgia.
Huir tiene el olor de la esperanza,
huele a cierto y a traición,
se siente vigilado, está perdido
y no hay ningún imán que guíe
su insensato paso migratorio.
Huir parece alimentarse de tiempo,
respira distancia y mira, desde muy lejos,
un horizonte de escombros.
Huir tiene frío y en la piel de su vientre
resuenan palabras graves     valor     asombro     lluvia.
Huir quisiera ser un pez abisal que ha llegado a la superficie:
después de tanto oscuro,
de tantos siglos anegado en la profundidad,
brillan las primeras gotas de luz
sobre su lomo albino de criatura castigada.
Pero huir es un naufragio
y tu rostro un puñado de sal
disuelto en el transcurso de las horas.

 

RAMÓN MARTÍNEZ LÓPEZ

 

 

 

Era el tiempo

 

 

Era el tiempo de los sueños y las risas.
El tiempo de las nubes que acarician los rostros
y amortiguan las pisadas, todavía cálidas,
de este inasible septiembre que se escapa.
Era el tiempo de los abrazos infinitos.
El tiempo de los cuerpos sin aliento
y las horas abrasadas por los pechos desnudos
de esos lunes soñolientos con sabor a domingo.
Era el tiempo de los días sin prisa.
El tiempo de los besos redentores
y las formas sin contorno al auspicio
de esas noches de piel y de caricias.
Sí. Era el tiempo de los sueños y las risas.
Y nosotros, cuerpos amarrados al instante.

 


De: “Secuencias de piel sobre el invierno”

 

SANDRA CISNEROS

 


 

Algunos elementos a tener en cuenta

 

 

Hay mucho que aprender.
La gracia del cuello a memorizar.
Heliotropo del sueño.
Jeroglífico de huesos a descifrar
Amor, en todo caso, viene después.

 

Por ahora, las manos llevan su diálogo.
Crédulas como extranjeras.
Un parloteo codicioso, indefinidamente en nada
Nada en absoluto.

 

Te gusta dar y Observarme en mi placer
Podrías descender como la lluvia
destruir como el fuego
si lo decidís.

 

si lo decidís.

 

TED HUGHES

 

 

 

Un gesto




     He aquí este gesto escondido.
Buscaba un hogar. Tanteó rostros
distraídos, por ejemplo, el rostro
de una mujer que se sacaba un niño de entre las piernas
pero en aquel rostro duró poco tiempo el rostro
de un hombre preocupadísimo
con el acero volador en el instante
de un choque de automóviles se fue de su rostro
dejándolo solo eso duró menos tiempo incluso, el rostro
de un soldado disparando ráfagas de ametralladora no mucho tiempo y
el rostro de un jinete en el segundo
en que chocaba contra la tierra, los rostros
de dos amantes en los segundos
en que tanto se penetraban que olvidáronse
completamente uno de otro yeso estuvo bien
pero tampoco duraba.

     Así pues el gesto probó el rostro
de una persona perdida en sus gemidos
un rostro de asesino y el momento áspero
en que el hombre rompe todo
lo que se le pone a tiro y es capaz de romper
luego se fue de aquel cuerpo.

     Probó el rostro
en la silla eléctrica buscando una permanencia
de muerte eterna pero era demasiado plácido aquello.

     El gesto
volvió a hundirse, desconcertado por el momento,
en el cráneo.

 

 

Versión de Jesús Pardo

ÚRSULA CÉSPEDES

 

 

 


 

El tiempo

(Fragmentos)

 

 

 

Vuelas ¡ay!, vuelas incansable y mudo
Como la eternidad que te circunda,
Con los brazos abiertos y extendidos
Para abarcar la inmensidad con ellos.
Minero infatigable,
Cada grano de arena que desprendes
Una sonrisa de placer te arranca,
Porque pasan los siglos y al fin miras
Desmoronados a tus pies los muros
Sobre mudos escombros levantados
De otros muros que fueron
Y vacilaron y a su vez cayeron.

 

Al pasar por su lado, silencioso,
Te saludan los bosques seculares
Inclinando sus copas, agostados
Por el gélido soplo de tu aliento;
Los peñascos vacilan en su base
Y rodando al abismo
En arena y en polvo se convierten,
Las aves descendiendo de las nubes
Desfallecidas sin aliento caen
Y se mezclan al cieno;
Las fieras de las selvas enmudecen
Y sin dientes ni garras
Abandonan las cumbres alterosas
Y se arrastran gimiendo por los valles;
Y a tus torvas miradas
Se derriban las torres desquiciadas.

 

Todo sucumbe; tus pisadas sordas
Marcan del hombre la orgullosa frente,
Que impávido se lanza,
Ya cubierto de gloria en los combates
De sangre y de matanza,
Ya de púrpura y oro en los salones,
De harapos y miseria entre la plebe,
De ignominia y baldón en las mazmorras.
Siempre soberbio y arrogante siempre,
Sigue midiendo su tortuosa vía,
Y aun encorvado por tu enorme peso,
Y la frente marchita y coronada
Por las hebras plateadas de tu manto,
Vuelve el rostro arrugado
Hacia los gustos del amor pasado,
Hasta que siente resbalar su planta
En los húmedos bordes de la tumba
Y ve que el astro de la suerte asoma:
Entonces fatigado
En tu profundo ceno se desploma.

 

Nada en el mundo tu poder resiste,
Impune delincuente,
Tus grandes alas impasibles bates
En la atmósfera helada de tus reinos,
Y en tu inmenso taller forjas los días,
Los años y los siglos
De escombros y de huesos coronados,
Que llegan silenciosos
Los unos tras los otros alineados
Al gran teatro del soberbio mundo
Contemplándole absortos los primeros,
Apagando las luces los segundos
Y los terceros como hambrienta hiena
Tragando espectadores,
Candelabros, actores,
Sangrientos dramas y terrible escena.

 

¡Padrón del infinito!
¿Cuántos crímenes, dime, has presenciado?
¿Cuántos grandes y reyes sepultados
Bajo ruinas de alcázares y tronos
Has visto sucumbir bajo los golpes
De alevoso puñal y del veneno?
Dime ¡cuántas supremas desventuras
Y bárbaros martirios han sufrido
Las míseras criaturas
Desde que el mundo germinó del caos
Y los hombres salvajes se internaron
En las selvas oscuras,
Donde rugiendo de impotente ira
Disputábanle al tigre y al leopardo
Los palpitantes restos del cordero,
Hasta que llenas de esplendor brillaron
Las luces del saber, y los humanos
Difundieron las leyes,
Reyes haciendo y destronando reyes?

 

Y vuelas ¡ay! y aun vuelas
Por los yermos espacios de los cielos,
Y rasga las tinieblas
La segur corruscante de los siglos,
Y con tus alas cobijando el mundo
Vuelas ¡ay! vuelas y mis tristes ojos
Doquier tus huellas sigilosas miran,
Mientras tétrica y muda
Espero que a su vez mi frente caiga
A tu golpe fatal; y cuando ansioso
Hayas sorbido los revueltos mares,
Pulverizado los eternos bronces,
Roído huesos, demolido escombros,
Y en sus ejes, impávido, hayas visto
Vacilar carcomido el Universo,
Desprenderse y rodar a los abismos
Con horrísono estruendo, dime Tiempo,
¿En qué te ocuparás? ¿dónde tu vuelo
Tenderás silencioso y vagabundo
Con doliente gemir? ¿tus mismas armas
Contra ti volverás, y condenado
También a perecer, daráste muerte…?
¡Ah! no ¡tiempo implacable!
Tú, sacudiendo las enormes alas
Llegarás ante Dios, y allí postrado
Con sorda voz le contarás tus triunfos;
Y él, al ver tu misión ya terminada,
Como a nuevo Luzbel hará que gimas
Del ángel vengador bajo las plantas
Sujeto eternamente;
Porque no mine su brillante trono,
Siempre incansable, tu terrible diente.