jueves, 5 de septiembre de 2013

RICARDO PEÑA





Qué sombra invisible es esa...


¿Qué sombra invisible es esa
donde tu rostro aparece,
abierta flor que en el aire
inmóvil está y se mueve?

¿Qué nuevo arroyo de sangre
abre sus márgenes breves,
donde tu pie, lirio grande,
hunde sus alas de nieve?

¿Dónde tu imagen se pierde
-niebla dispersa en mi frente-
y las venas de tus pechos
son más augustas que mieles?

Dónde tú y yo, sal de besos,
sorbemos la misma suerte:
tú, cual la sombra que nace,
yo, aquel arroyo que muere.


GONZALO ROJAS




Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas...


Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta, una ráfaga
de arcángel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.



LUIS ROSALES




CÓMO ES POSIBLE QUE LA PREDESTINACIÓN
A VECES LLEGUE TARDE


Cuando vivimos tanto que hay que pagar exceso
hay algo en el amor como una luz suicida,
tal vez es sólo eso,
y hay amores que duran algo menos que un beso,
y besos que han durado algo más que una vida.

30 de marzo de 1977

De “Diario de una resurrección”


ENRIQUETA OCHOA





Retorno de Electra
para Fernando Medina



De ti lo habría amado todo:
tu cabeza como luz de topacio en el hastío,
el llanto, la caricia, la palabra brutal,
la soga que amansara mis ímpetus cerriles
y, sobre todo, el hijo.
Ese mar
que juntara la turbulencia de nuestras dos
    avideces.

Ese mar donde irían haciéndose profundos
de ternura los ojos.
Pero ni tú ni yo vivimos el momento propicio para
    amarnos.
De paso en paso, un abismo,
en cada oreja, una espina,
en cada latido, un monte de zozobra
quebrantando el resuello.

Y de qué sirve odiar, forzar,
hacerse añicos dentro
si todo es ir buscándonos,
arropándonos para evadir el cierzo
de la muerte que llega.
Lucha por subsistir,
por mirar nuestro polvo crecerse en otro polvo
para encontrar de nuevo la oquedad amorosa
que libre a los sentidos
de la asfixia más pura de la muerte:
la soledad.

Pero hay quienes nacimos para morir en nuestro
    propio cuerpo.
No hay puertas. No hay ventanas.
Las ventanas incitan sin saciarnos.
Las puertas nos liberan.
Mas no hay puertas ni ventanas.
Hay la fiebre en los ojos
que va tras de la luz estremeciéndose.
Hay la sangre a galope.
El desvaído paso recorriendo las calles aturdidas
de sinfonolas, magnavoces, estridencias de claxon.
Y el viento barriendo hojuelas doradas de elote
en el mes de junio.
Y la fresca respiración de un cine
donde ruedan botellas de cocacola
y envolturas de Milky Way,
y la arena caliente del aire sofocado.
Y el amor, ¿dónde?
Y los amantes, ¿dónde?
Y tú, amor, viento, canto... ¿dónde?

De “El retorno de Electra”



ELSA CROSS



  
Hiedra


La tarde se absorbe en tu silencio.

Bandadas de mariposas,
olas que se atropellan:
                                     ¿a qué puedo comparar
esto que aflora al corazón?

El verano lo sepulta todo bajo su aura verde.
Y en la frescura de esta hiedra,
en la pureza de ese olor del agua
                                                     sobre la tierra,
allí te encuentro.
Mis manos no te tocan,
pero te veo en mi pecho.
Como lumbre resplandeces.
Como hiedra te extiendes,
te enredas
                       en cepas invisibles,
te alzas como un zarcillo por los aires.
Tu savia asciende,
                              lo cubre todo,
circula por mis venas,
va por vasos pequeñísimos
                                           de raíces a tallos,
de hojas que se desdoblan
a corolas
                resplandecientes.

Jardines,
                humedad,
familias de caracoles discurren por el cristal
cuando todo se llena
                                  de hiedra verde.
  


RAFAEL CADENAS




Fragmentos


1


Vivos como plumajes quedarán estos espacios.