domingo, 12 de enero de 2014

MÓNICA LANERI


  
Vía amnesia


Perdida
en el espacio
de tu cuerpo
olvidaré
las horas
el amanecer
los versos.



NILA LÓPEZ



Nacer
Sin ningún dato




IX

Tantos soles entreveo, lejanos,
y los ojos detenidos no los alcanzan
ni hay lámparas que los reemplacen
para mi caricia, mi brazo, mi espera.
 



ELVIO ROMERO




Así nos completamos


Al comienzo el amor, buena muchacha,
al comienzo el amor, las soledades
y las noches doradas. 

Al comienzo el amor. Y adivinabas
que el pecho que nutría tus anhelos
te invitaba a su marcha. 

Te trajo aquí el amor. Y nuestras ramas
buscaron conseguir pronto la altura,
pronto una tierra honrada. 

Bastó mirar alrededor. Y el alba
entró resuelta a gobernar el fuego
tibio de nuestras ansias.

Te trajo aquí el amor. Y ya la casa
del amor se inundaba con los sueños
de libertad, amada. 

Levantaste los tajos. Te surcaba
la misma chispa con que yo encendía
la mecha de mis lámparas. 

Ya no hubo entonces soledad; ya nada
pudo turbar esa quietud profunda
que vive en tus palabras. 

Y hallaste lo que es hoy tu nueva patria:
el sueño justo, el pretender sin tregua
una firme esperanza. 

Así emprendemos ya, juntos, la marcha.
Y nada es duro entre los dos, por dura
que sea la batalla. 

Por triste y dura, pues la vida traza
para los dos una fragante ruta
radiante y fecundada. 

Así nos completamos. Somos altas
simientes injertando otras simientes,
otro sol, otras caras. 

Al comienzo el amor, buena muchacha,
para lograr después, palpando el día,
la libertad mañana!

De "De cara al corazón"



EDUARDO QUINTANA




Entre la Tierra y tú, inerte



Te vi por la mañana, y estabas calma.
Más, cuando hablé contigo sentí que
no sentías nada, ¿he perdido tiempo
con un cuerpo inerte que habla, pero
que no piensa ni siente?

Me asusté al oírte porque creí que
no estabas, pensé por un momento
que no aguardabas nada, sentí de cerca
el rubor y la misma historia de hablar
con una silla.
Sólo, que a diferencia de la madera trabajada,
tú ni siquiera me escuchabas.

Te encontré nuevamente por la tarde,
te noté un poco preocupada,
¿molesta por qué? Pensé desde mis entrañas,
¿será que siente algo realmente en la casa abandona
de las luchas diarias con la vida cotidiana?

Me dijiste que una vez alguien te partió
el corazón y por ese supuesto amor
que no duró, ya no tendrías compasión.
Más, te advertí que no dijeras ya nada, para
que continuemos viendo el atardecer
que tímidamente se apagaba.

Me preguntaste ¿qué me pasaba?
Yo te dije te quiero, sin saber por qué
ni cómo, ni cuándo.

Te reíste de mis sentimientos
y yo, lloré sin consuelo.
El mundo es basura desde su nacimiento,
me afirmaste, cuando ya otros amigos,
a lo lejos, traían algo grande, de madera,
como la silla también, era una escoba larga
que me decía: vámonos, que la suciedad
es tanta, que la Tierra pide a gritos,
hoy y siempre, ser limpiada.





HERIB CAMPOS CERVERA




Hombre secreto



Hay un grito de muros hostiles y sin término;

hay un lamento ciego de músicas perdidas;
hay un cansado abismo de ventanas abiertas
hacia un cielo de pájaros;
hay un reloj sonámbulo
que desteje sin pausa sus horas amarillas,
llamando a penitencia y confesión.

Todo cae a lo largo de la sangre y el duelo:
mueren las mariposas y los gritos se van.

¡Y yo, de pie y mirando la mañana de abril!
¡Mirando cómo crece la construcción del tiempo:
sintiendo que a empujones
me voy hacía el cariño de la sal marinera,
donde en los doce tímpanos del caracol celeste
gotean eternamente los caldos de la sed!

¡Dios mío! -Si no quiero otra cosa
que aquello que ya tuve y he dejado,
esas cuatro paredes desnudas y absolutas;
esa manera inmensa de estar solo, royendo
la madera de mi propio silencio
o labrando los clavos de mi cruz.

¡Ay, Dios mío!

Estoy caído en álgidos agujeros de brumas.
Estoy como un ladrón que se roba a sí mismo;
sin lágrimas; sin nada que signifique nada;
muriendo de la muerte que no tengo;
desenterrando larvas, maderas y palabras
y papeles vencidos;
cayendo de la altura de mi nombre,
como una destrozada bandera que no tiene soldados;
muerto de estar viviendo de día y en otoño,
esta desmemoriada cosecha de naufragios.

Y sé que al fin de cuentas se me trasluce el pecho,
hasta verse el jadeo de los huesos, mordidos
por los agrios metales de frías herramientas.
Sé que toda la arena que levanta mi mano
se vuelve, de puntillas, irremisiblemente,
a las bodegas últimas
donde yacen los vinos inservibles
y se engendran las heces del vinagre final.

¡Cuánto mejor sería no haber llegado a tanto!
No haber subido nunca por el aire de Abril,
o haber adivinado que este llevar los ojos
como una piedra helada fuera lo irremediable
para un hombre tan triste como yo!

Dios mío: ¡si creyeras que blasfemo,
ponme una mano tuya sobre un hombro
y déjame que caiga de este amor sin sosiego,
hacia el aire de pájaros y la pared desnuda
de mi desamparada soledad!



DELFINA ACOSTA



Niño bello


En tu día de bodas, niño mío,
arrancaré las flores de tu herida.
Tu cutis sobre el mío hará caer
del cielo en esa noche lozanía.
Te limpiaré a la aurora con mi lengua
y me odiarás fielmente cada día.
Mi nombre harás rodar del río al mar.
No le amarás aunque su amor le pidas
a la mujer que dejará alargar
por ti su cabellera de llovizna,
y a la otra también, que trenzará
sus bucles con malezas y gramillas.
Deja niño que sea yo quien cause
el mal irreparable en ti. Que digas
que te he querido y que te quise más
de lo que por quererte me querías.