Entre
la Tierra y tú, inerte
Te
vi por la mañana, y estabas calma.
Más,
cuando hablé contigo sentí que
no
sentías nada, ¿he perdido tiempo
con
un cuerpo inerte que habla, pero
que
no piensa ni siente?
Me
asusté al oírte porque creí que
no
estabas, pensé por un momento
que
no aguardabas nada, sentí de cerca
el
rubor y la misma historia de hablar
con
una silla.
Sólo,
que a diferencia de la madera trabajada,
tú
ni siquiera me escuchabas.
Te
encontré nuevamente por la tarde,
te
noté un poco preocupada,
¿molesta
por qué? Pensé desde mis entrañas,
¿será
que siente algo realmente en la casa abandona
de
las luchas diarias con la vida cotidiana?
Me
dijiste que una vez alguien te partió
el
corazón y por ese supuesto amor
que
no duró, ya no tendrías compasión.
Más,
te advertí que no dijeras ya nada, para
que
continuemos viendo el atardecer
que
tímidamente se apagaba.
Me
preguntaste ¿qué me pasaba?
Yo
te dije te quiero, sin saber por qué
ni
cómo, ni cuándo.
Te
reíste de mis sentimientos
y
yo, lloré sin consuelo.
El
mundo es basura desde su nacimiento,
me
afirmaste, cuando ya otros amigos,
a
lo lejos, traían algo grande, de madera,
como
la silla también, era una escoba larga
que
me decía: vámonos, que la suciedad
es
tanta, que la Tierra pide a gritos,
hoy
y siempre, ser limpiada.