viernes, 17 de febrero de 2017


CÉSAR ANTONIO MOLINA




Las ruinas del mundo



Las ruinas del mundo no mueren,
van apareciendo nuevas, vírgenes,
cada ciertos diluvios.
Escondidas en los grandes cenotes
como luna en noche nublada apareciendo.

Las ruinas del mundo no mueren,
van desenterrándose distintas cada ciertos incendios.
Un día el rayo toca con sus cuchillos
los cuerpos del génesis:
Escarba y surgen
sexos fósiles en lechos de lava.

Las ruinas del mundo no mueren,
van apilándose como trastos de un viejo attrezzo.

Ahora es tu propia tumba
candente figura del olvido.
Allí,
en un valle cualquiera,
frente a los ojos absortos
y museos y fotógrafos y flashes,
que intentan despertarse del sueño
con voces implacables.
Al final se hace el silencio.
La sábana se alza como tapete de ilusionista.
Y ya debajo del doble fondo
sólo nada.


ANIBAL NÚÑEZ




Epitafio para la foto del baile:



Un fotógrafo fue quien cogió, al vuelo
de los pasos del rock, como un espía
de convenios de amor, la simetría
reciente de tú y yo: baile en un cielo.

Ya frente a la inminencia del pañuelo
del adiós prometimos: sólo había
que esperar que picase en el anzuelo
la hora de recobrar la compañía.

Mas todo se ha quedado en el tintero:
nuestro común proyecto de alegría
y el concertado rumbo compañero.

Hoy yace nuestra fiel fotografía
en un cajón -yo fui el sepulturero-:
6 x 9 de muerte de aquel día.


Mayo, 1963



ELENA SOTO


  

Eufemismo



Es tan terrible decir que te he olvidado
que digo que tengo algodón en la memoria,
para que creas al menos que tu recuerdo me es grato.
Pero nada hay que me lleve a evocarte,
ni el dolor, ni la dicha,
nada.
Rectifico,
me mueve el afán por encontrar un pretexto,
el afán por escribir sobre la palabra eufemismo.
Terrible paradoja
tener que recordarte
para decir amable
que sólo eres algodón en mi memoria.



ARMANDO ROA VIAL





Escala al infinito, relectura de Leopardi



Entre hontanares y marjales
el tenue clamor del viento
despeina estas orillas
dispersando las gaviotas.

El horizonte se agolpa indeciso
sobre la quilla impaciente del atardecer:
olas remolcadas bajo la estela del sol
en los arrecifes de un litoral adormecido.

El flujo y reflujo de la marea:
sargazos, tumultos de espuma,
la sal silenciosa de los días
en los archipiélagos de la soledad.

Y todo para que mares de otros tiempos
bañen mi silueta
con el dulce naufragio de un hombre.

Cuando las riberas del lenguaje han dejado de abrevar.



ELSA LÓPEZ




Tú tienes la costumbre de los ríos:
pasar por las riberas sin mojarte,

formar algún remanso en el camino
y luego hacerte bulla, catarata,
arrasar con las plantas de la orilla
y arrojarte de golpe en los océanos.

Tú tienes la costumbre de los peces:
deslizarte muy suave entre mis muslos
y quedarte parásito en mi origen
cubriéndome de escamas la cintura
para luego afiliarte a la albacora
y tomar otro rumbo sobre el agua.

Tú tienes la costumbre de las aves:
volar por los aleros de mi casa,
desmigajar el pan que me alimenta
y hacer nidos de caña en mi regazo
para luego alejarte en desbandada
dejándome la miel entre los dientes.


1995


CARLOS BARRAL




Y tú amor mío...



Y tú amor mío, ¿agradeces conmigo
las generosas ocasiones que la mar
nos deparaba de estar juntos? ¿Tú te acuerdas,
casi en el tacto, como yo,
de la caricia intranquila entre dos maniobras,
del temblor de tus pechos
en la camisa abierta cara al viento?

Y de las tardes sosegadas,
cuando la vela débil como un moribundo
nos devolvía a casa muy despacio...
Éramos como huéspedes de la libertad,
tal vez demasiado hermosa.

El azul de la tarde,
las húmedas violetas que oscurecían el aire
se abrían
y volvían a cerrarse tras nosotros
como la puerta de una habitación
por la que no nos hubiéramos
atrevido a preguntar.
                                      Y casi
nos bastaba un ligero contacto,
un distraído cogerte por los hombros
y sentir tu cabeza abandonada,
mientras alrededor se hacía triste
y allá en tierra, en la penumbra
parpadeaban las primeras luces.