sábado, 23 de febrero de 2013

RAFAEL ALBERTI




  
¡Qué altos!



¡Qué altos
los balcones de mi casa!
Pero no se ve la mar.
¡Qué bajos!
Sube, sube, balcón mío,
Trepa el aire, sin parar:
Sé terraza de la mar,
Sé torreón de navío.
-¿De quién será la bandera
de esa torre de vigía?
-¡Marineros, es la mía


PEDRO GARFIAS



  

Acordes

A Wladyslaw Jahl



I

Cómo os habrán punzado
miradas mías los ojos esquivos
que tornáis
sangrantes las alas
a vuestro nido

Miradas que tembláis
como dos surtidores,
cómo os habrán herido


VICENTE ALEIXANDRE




  
Vida



Un pájaro de papel en el pecho
dice que el tiempo de los besos no ha llegado;
vivir, vivir, el sol cruje invisible,
besos o pájaros, tarde o pronto o nunca.

Para morir basta un ruidillo,
el de otro corazón al callarse,
o ese regazo ajeno que en la tierra
es un navío dorado para los pelos rubios.
Cabeza dolorida, sienes de oro, sol que va a ponerse;
aquí en la sombra sueño con un río,
juncos de verde sangre que ahora nace,
sueño apoyado en ti calor o vida.


GERARDO DIEGO





Ahogo



Déjame hacer un árbol con tus trenzas.
Mañana me hallarán ahorcado
en el nudo celeste de tus venas.
Se va a casar la novia
del marinerito.
Haré una gran pajarita
con sus cartas cruzadas.
Y luego romperé
la luna de una pedrada.
Neurastenia, dice el doctor.
Gulliver
ha hundido todos sus navíos.
Codicilo: dejo a mi novia
un puñal y una carcajada.


De “Versos humanos”

DÁMASO ALONSO





Gota pequeña, mi dolor



Gota pequeña, mi dolor.
La tiré al mar.
Al hondo mar.
Luego me dije: ¡A tu sabor
ya puedes navegar!
Más me perdió la poca fe...
La poca fe
de mi cantar.
Entre onda y cielo naufragué.
Y era un dolor inmenso el mar.


JORGE LUIS BORGES





1972



Temí que el porvenir (que ya declina)
sería un profundo corredor de espejos
indistintos, ociosos y menguantes,
una repetición de vanidades,
y en la penumbra que precede al sueño
rogué a mis dioses, cuyo nombre ignoro,
que enviaran algo o alguien a mis días.
Lo hicieron. Es la Patria. Mis mayores
la sirvieron con largas proscripciones,
con penurias, con hambre, con batallas,
aquí de nuevo está el hermoso riesgo.
No soy aquellas sombras tutelares
que honré con versos que no olvida el tiempo.
Estoy ciego. He cumplido los setenta;
no soy el oriental Francisco Borges
que murió con dos balas en el pecho,
entre las agonías de los hombres,
en el hedor de un hospital de sangre,
pero la Patria, hoy profanada quiere
que con mi oscura pluma de gramático,
docta en las nimiedades académicas
y ajena a los trabajos de la espada,
congregue el gran rumor de la epopeya
y exija mi lugar. Lo estoy haciendo.


De “La Rosa profunda”