jueves, 22 de mayo de 2025


 

PABLO DE ROKHA

 


 

Autorretrato de adolescencia

 


Entre serpientes verdes y verbenas,
mi condición de león domesticado
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrido de océano quemado.

Ceñido de fantasmas y cadenas,
soy religión podrida y rey tronchado,
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan tu nombre como un pan dorado.

Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico ya metralla,
a espada de nación despavorida.

Se escuchan en mi ser lleno de muertos
y heridos, de cenizas y desiertos,
en donde un gran poeta se suicida.

 

 

FADWA TUQAN

 

  

 

¡Ayes!

 

 

De pie, en el puente, pido pasar,
¡ay, pido pasar!
Me asfixio. Mi aliento
roto va en el ardor del mediodía.
Siete horas de espera…
¡Quién le corta las alas, ay, al tiempo!
¡Quién le afloja las piernas al mediodía!
Mi frente es azotada por el estío,
y mi sudor
es sal cayéndome en los párpados.
¡Y miles de ojos, ay,
que cuelgan como espejos doloridos por el ansía caliente,
como signos de espera pacientosa
sobre la ventanilla de visados!
¡Ay, que pido pasar!
Y resuena la voz de un mercenario
como una bofetada sobre todo:
“¡Árabes!… ¡Jaleo!… ¡Perros!
¡Vuelvan!… ¡No se acerquen al río!
¡Vuélvanse!… ¡Perros!…”
Mientras, cierra una mano la ventanilla;
cierra la senda
ante nosotros.
¡Ay, humanidad mía desangrándose,
corazón goteando mirra,
y sangre cual veneno llameante!
“¡Árabes!… ¡Jaleo!… ¡Perros!”
¡Ay, tribu por vengar!
Hoy poseo la espera solamente.
¡Quién le corta las alas, ay, al tiempo!
¡Quién le afloja las piernas al mediodía!
Mi frente es azotada por el estío,
y mi sudor
es sal cayéndome en los párpados.
¡El verdugo la deja hincada sobre el polvo,
úlcera mía,
ignorada del hermano!
Me he hecho acíbar,
en esta humillación de estar cautivo,
y tengo gusto a muerte.
El odio se me arraiga, terrible,
en lo más hondo.
Mi corazón es roca, azufre,
y alfaguara de fuego.
Hay mil “Hindes” debajo de mi piel:
el hambre de mi odio tiene la boca abierta,
y tan solo sus hígados pueden saciar el ansia
que me habita la piel:
¡Odio mío enloquecido que te creces!
Mataron el amor en mis entrañas.
Cambiaron ya la sangre de mis venas
en lava y alquitrán.

 

 

PABLO VERLAINE

 

 

 

Te ofrezco

 

 

Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas,
Mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla;
No quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
Tus ojos regocije mi dádiva sencilla.

En el jardín umbroso mi cuerpo fatigado
Las auras matinales cubrieron de rocío;
Como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
El fugitivo instante que reposar ansío.

Cuando en mis sienes calme la divina tormenta,
Reclinaré, jugando con tus bucles espesos,
Sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
Sonora con el ritmo de tus últimos besos.

 

NOVALIS

 

 

  

Ahora sé cuándo será la última mañana…

 


Ahora sé cuándo será la última mañana
–cuándo la Luz dejará de ahuyentar la Noche y el Amor–
cuándo el sueño será eterno y será solamente Una Visión inagotable,
un Sueño.
Celeste cansancio siento en mí:
larga y fatigosa fue mi peregrinación al Santo Sepulcro, pesada, la cruz.
La ola cristalina,
al sentido ordinario imperceptible,
brota en el obscuro seno de la colina,
a sus pies rompe la corriente terrestre,
quien ha gustado de ella,
quien ha estado en el monte que separa los dos reinos
y ha mirado al otro lado, al mundo nuevo, a la morada de la Noche
–en verdad–, éste ya no regresa a la agitación del mundo,
al país en el que anida la Luz en eterna inquietud.

Arriba se construyen cabañas, cabañas de paz,

anhela y ama, mira al otro lado,
hasta que la más esperada de todas las horas le hace descender
y le lleva al lugar donde mana la fuente,
sobre él flota lo terreno,

las tormentas lo llevan de nuevo a la cumbre,
pero lo que el toque del Amor santificó
fluye disuelto por galerías ocultas,
al reino del más allá,
donde, como perfumes,
se mezcla con los amados que duermen en lo eterno.

Todavía despiertas,
viva Luz,
al cansado y le llamas al trabajo
–me infundes alegre vida–
pero tu seducción no es capaz de sacarme
del musgoso monumento del recuerdo.
Con placer moveré mis manos laboriosas,
miraré a todas partes adonde tú me llames
–glorificaré la gran magnificencia de tu brillo–,
iré en pos, incansable, del hermoso entramado de tus obras de arte
–contemplaré la sabia andadura de tu inmenso y luciente reloj–,
escudriñaré el equilibrio de las fuerzas
que rigen el maravilloso juego de los espacios, innumerables, con sus tiempos.
Pero mi corazón, en secreto,
permanece fiel a la Noche,
y fiel a su hijo, el Amor creador.
¿Puedes tú ofrecerme un corazón eternamente fiel?
¿Tienes tu Sol ojos amorosos que me reconozcan?
¿Puede mi mano ansiosa alcanzar tus estrellas?
¿Me van a devolverlas el nivel presionado y una palabra amable?
¿Eres tu quien la ha adornado con colores y un leve contorno,
o fue Ella la que ha dado a tus galas un sentido más alto y más dulce?
¿Qué deleite, qué placer ofrece tu Vida
que suscita y levanta los éxtasis de la muerte?
¿No lleva todo lo que nos entusiasma el color de la Noche?
Ella te lleva a ti como una madre y tú le debes a ella todo tu esplendor.
Tú te hubieras disuelto en ti misma,
te hubieras evaporado en los espacios infinitos,
si ella no te hubiera sostenido,
no te hubiera ceñido con sus lazos para que naciera en ti el calor
y para que, con tus llamas, engendraras el mundo.
En verdad, yo existía antes de que tú existieras,
la Madre me mandó, con mis hermanos,
a que poblara el mundo,
a que lo santificara por el Amor,
para que el Universo se convirtiera
en un monumento de eterna contemplación
–me mandó a que plantara en él flores inmarcesibles–.
Pero aún no maduraron estos divinos pensamientos.
–Son pocas todavía las huellas de nuestra revelación.–
Un día tu reloj marcará el fin de los tiempos,
cuando tú seas una como nosotros,
y, desbordante de anhelo y de fervor,
te apagues y te mueras.
En mí siento llegar el fin de tu agitación
–celeste libertad, bienaventurado regreso–.
Mis terribles dolores me hacen ver que estás lejos todavía de nuestra patria;
Veo que te resistes al Cielo, magnífico y antiguo.
Pero es inútil tu furia y tu delirio.
He aquí, levantada, la Cruz, la Cruz que jamás arderá
–victorioso estandarte nuestro de linaje–.

Camino al otro lado,
y sé que cada pena
va a ser el aguijón
de un placer infinito.
Todavía algún tiempo,
y será liberado,
yaceré embriagado
en brazos del Amor.
La vida infinita
bulle dentro de mí:
de lo alto yo miro,
me asomo hacia ti.
En aquella colina
tu brillo palidece,
y una sombra te ofrece
una fresca corona.
¡Oh, Bienamada, aspira
mi ser todo hacia ti;
Así podré amar,
así podré morir.
Ya siento de la muerte
olas de juventud:
en bálsamo y en éter
mi sangre se convierte.
Vivo durante el día
lleno de fe y de valor,
y por la Noche muerto
presa de un santo ardor.

 

 

DESANKA MAKSIMOVIĆ

 

 

 

Inquietud


 

¡No, no te acerques! Quiero desde lejos
quererte y desear tus dos ojos.
Porque la felicidad es bella sólo mientras se espera,
mientras aún queda un atisbo de esperanza.

¡No, no te acerques! Más cariñosos resultan
la dulce inquietud, la espera y el miedo.
Todo es más lindo en la medida que se busca
y es anticipado por la intuición.

¡No, no te acerques! ¿A qué viene eso y para qué?
Tan sólo de lejos todo brilla con el fulgor de la estrella,
la admiración sólo tiene sentido en la distancia.
¡No, que no se me acerquen tus dos ojos!

 

 

DIEGO DE TORRES VILLARROEL

 


 

El amor perdido 

 

 

Salió el niño de Venus más querido
a su blanda conquista acostumbrada
y tardando en volver a su morada
diole la bella madre por perdido.

Sale, corre, pregunta por Cupido
impaciente solicita asustada
mustio el color, el pelo desgreñado,
en Chipre le buscó Pafos y Gnido.

Búscale entre las ninfas que venera
más hermosas, la selva, el río, el prado,
búscale entre las ninfas que el mar cría

Toco del padre Tormes la ribera
y hállole aquí pendiente del nevado
cuello de la hermosísima María.