sábado, 4 de octubre de 2025


 

JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS

 


 

Placeres prohibidos

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
como nace un deseo sobre torres de espanto.

Luis Cernuda, “La Realidad y el Deseo”

 

 

Mientras leo

una vez más

versos entre la realidad y el deseo,

dos jóvenes

se besan

sobre la arena de la playa.

Sus cuerpos,

de una juventud no agotada,

habían sido horizonte,

olas y

risas durante la tarde.

 

Y ahora son

un beso,

un prolongado beso

sobre la arena de una playa aún no contaminada.

 

Sus manos acarician las espaldas bronceadas

y los límites intuidos en la frontera de los bañadores.

 

Y los labios

se vuelven medusas de un mar transparente.

 

Y se besan

sin cerrar los ojos.

Mirándose

y sintiendo cómo se vuelven

uno

entre tanta lengua.

Y,

a lo lejos,

un niño no deja de golpear

la misma arena de esta misma playa

a la espera de un beso que nunca llega.

 

Y dos mujeres

pasean su edad por la orilla

y vuelven la cara al pasar delante de aquel beso:

 

espejo de los besos que

nunca

se atrevieron a darse,

de los besos

que permanecen vírgenes en sus labios,

sobre la arena remota de sus playas infantiles

y en las camas

ancianas

de sus dormitorios mudos.

 

Y mientras,

los jóvenes,

bronceados y tersos,

devoran su juventud con aquel beso sobre la playa.

 

Como si fuera el último.

 

Cuando,

en realidad,

es solo el primero.

 

De: “El hombre que yo amo”

 

JUAN JOSÉ CEREZO MANCHADO

 

 

Mi póstumo regalo

 

 

¿Y si este libro –el póstumo mensaje
grabado a fuego lento
en la carne sumisa del papel–
fuera el camino que conduce
de forma más segura hasta su dicha?
Los versos que hoy escribo
no solo son capaces de advertir su presencia
y señalar el rumbo hacia su encuentro,
sino que son estelas encendidas
que demuestran su paso entre nosotros
y conceden la luz que le descubre.
La prueba que mañana nos indique
que podemos llegar a conocerle
con tan solo decir estas palabras
que él no ha de pronunciar,
pero que han de posarse en vuestros labios
–como un ave que viene del origen–
a leer con vosotros mis poemas.

  

De: “El canto del Ney”

 

DARÍO RUIZ GÓMEZ

 

  

A veces vuelves

 

 

A veces vuelves, en los entreactos de
una frase, en la vacilación de un verbo
que desconfía de toda calificación, vuelves
con un ritmo oscuro y tenue del agua
de un pozo ciego. Y es como si una puerta
se abriera hacia un afuera que carece
de entorno, que no tiene perfiles de
montaña, atardeceres: blanco sobre blanco
que se agita como una piel sobre sí
misma, golpeada por la fuerza impredecible
de un recuerdo: la sin nombre, la sin rostro,
la sin habitación:
Y cuyo cuerpo es un estremecimiento
ante el misterio, peso del aire,
sabor eterno de la espuma,
morbidez de la luz,
contundencia de un ala sobre la
quieta superficie de la sombra.

 

 

DORA ALONSO

 

 

Caña brava

 

 

Abrigando el arroyo
la caña brava,
chorros de finas hojas
al aire lanza.

¡Qué musicales ramos,
qué suave gracia,
qué juguete del viento
la caña brava!

 

 

JUANA BORRERO

 

  

Apolo

 

 

Marmóreo, altivo, refulgente y bello,
corona de su rostro la dulzura,
cayendo en torno de su frente pura
en ondulados rizos sus cabellos.

Al enlazar mis brazos a su cuello
y al estrechar su espléndida hermosura,
anhelante de dicha y de ventura
la blanca frente con mis labios sello.

Contra su pecho inmóvil, apretada
adoré su belleza indiferente,
y al quererla animar, desesperada,

llevada por mi amante desvarío,
dejé mil besos de ternura ardiente
allí apagados sobre el mármol frío.

 

 

FAYAD JAMÍS

 

  

Contémplala: es muy bella

 

 

Contémplala: es muy bella, su risa golpea
la costa,
toda de iras y espumas. Pero no intentes
decirle lo que piensas. Ella está en otro mundo
(tú no eres más que un extranjero de sus ojos,
de su edad)
Dile, en todo caso, que te gustan sardinas fritas,
sobre todo una tarde en que llueve un inolvidable
vino blanco. Háblale del hermoso fuego
de tu patria.

Ella es clara y oscura como la lluvia
en que reina
su ciudad. Sus ojos se detienen en un punto
movedizo
entre la estación del amor y un tiempo
imprevisible.
Claro que a veces olvidas (por un instante,
es cierto)
tu oficio de notario, y, como ser humano al fin,
te pones a hablar líricamente de política.

Lo mejor
que puedes hacer es convencerte de que la poesía
te completa,
comprobar que has cruzado el lindero del horror
y la angustia,
escribir que una tarde recorriste
la bella ciudad empedrada
para encontrar lo que no podía ser el amor
sino el poco de sueño
que recuerda un gran sueño.