Placeres prohibidos
Diré cómo nacisteis,
placeres prohibidos,
como nace un deseo sobre torres de espanto.
Luis Cernuda, “La Realidad y el Deseo”
Mientras
leo
una
vez más
versos
entre la realidad y el deseo,
dos
jóvenes
se
besan
sobre
la arena de la playa.
Sus
cuerpos,
de
una juventud no agotada,
habían
sido horizonte,
olas
y
risas
durante la tarde.
Y
ahora son
un
beso,
un
prolongado beso
sobre
la arena de una playa aún no contaminada.
Sus
manos acarician las espaldas bronceadas
y
los límites intuidos en la frontera de los bañadores.
Y
los labios
se
vuelven medusas de un mar transparente.
Y se
besan
sin
cerrar los ojos.
Mirándose
y
sintiendo cómo se vuelven
uno
entre
tanta lengua.
Y,
a lo
lejos,
un
niño no deja de golpear
la
misma arena de esta misma playa
a la
espera de un beso que nunca llega.
Y
dos mujeres
pasean
su edad por la orilla
y
vuelven la cara al pasar delante de aquel beso:
espejo
de los besos que
nunca
se
atrevieron a darse,
de
los besos
que
permanecen vírgenes en sus labios,
sobre
la arena remota de sus playas infantiles
y en
las camas
ancianas
de
sus dormitorios mudos.
Y
mientras,
los
jóvenes,
bronceados
y tersos,
devoran
su juventud con aquel beso sobre la playa.
Como
si fuera el último.
Cuando,
en
realidad,
es
solo el primero.
De: “El hombre que yo amo”
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