"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 24 de febrero de 2017
CINTIO VITIER
La voz arrasadora
Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción.
Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con
recelo.
Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien
mirarlos los rostros, bien oídas las voces,
la sagrada diferencia se mantiene se mantiene, y aún se torna
trágica.
Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la
acción. Casi nunca lo contrario ocurre.
Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido
peregrinas ambiciones.
Enumerarlas seria realizar un inventario del delirio.
Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las
palabras
y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas.
No, sin dudas no lo comprenderéis, salvo los que sois del
indecible oficio.
Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y
sus fantasmagorias son quehaceres, hechos.
¿Como entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha
tocado una cosa desnuda de alusión;
que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcansable
reino de las transposiciones:
a uno que, de pronto, necesita escribir, cómo se necesita la
comida o la mujer?
Su Suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo
o por lo mismo, ya no me preguntéis,
cada
vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su
fantástico tesoro
fantástico tesoro
y
sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a
ocupar el puesto que le asignan.
ocupar el puesto que le asignan.
Marzo de 1960
JENARO TALENS
Es tan sólo una
hipótesis, pero aún así
G. lonas, Untitled poem # 3
Dice que sólo duerme con extraños, que
gracias a los extraños puede dormir en paz
y permitirles ser amables anfitriones
siendo a su vez una invitada amable.
Ellos no pueden tomar nada que le pertenezca,
ella tampoco nada que les pertenezca
salvo lo más externo de su piel
y el café con tostadas en el desayuno.
Tras noches como ésas se siente tan feliz.
Dice que sólo duerme con extraños, que
de ese modo resultan más sinceros.
Saben que ella está hoy,
sin que jamás se hable de un mañana.
Si se lleva consigo algún objeto,
es relativamente fácil perdonar.
Y si olvida algo suyo sobre la mesita
pueden tirarlo luego sin problemas.
Es un dedo en un timbre después de atardecer,
o una voz dulce en el teléfono.
La promesa, tal vez, de una postal que no
suele firmar, y sin remite alguno.
Dice que sólo duerme con extraños, que
ellos así reservan para ella
sus más limpios manteles
y su mejor sonrisa.
G. lonas, Untitled poem # 3
Dice que sólo duerme con extraños, que
gracias a los extraños puede dormir en paz
y permitirles ser amables anfitriones
siendo a su vez una invitada amable.
Ellos no pueden tomar nada que le pertenezca,
ella tampoco nada que les pertenezca
salvo lo más externo de su piel
y el café con tostadas en el desayuno.
Tras noches como ésas se siente tan feliz.
Dice que sólo duerme con extraños, que
de ese modo resultan más sinceros.
Saben que ella está hoy,
sin que jamás se hable de un mañana.
Si se lleva consigo algún objeto,
es relativamente fácil perdonar.
Y si olvida algo suyo sobre la mesita
pueden tirarlo luego sin problemas.
Es un dedo en un timbre después de atardecer,
o una voz dulce en el teléfono.
La promesa, tal vez, de una postal que no
suele firmar, y sin remite alguno.
Dice que sólo duerme con extraños, que
ellos así reservan para ella
sus más limpios manteles
y su mejor sonrisa.
De: "Tabula rasa"
JOSÉ ÁNGEL VALENTE
Estaba
la mujer con sus dos senos,
su única cabeza giratoria,
la longitud de su sonrisa, el aire
de estar y de alejarse sabiamente fingido.
su única cabeza giratoria,
la longitud de su sonrisa, el aire
de estar y de alejarse sabiamente fingido.
Estaba
rodeada de sí misma,
de admiración opaca y compartida,
bajo la oscura luz de las miradas.
de admiración opaca y compartida,
bajo la oscura luz de las miradas.
La
complacencia del estar henchía
de estólida ternura los objetos cercanos.
de estólida ternura los objetos cercanos.
Estaba
en pie sumándose a su cuerpo.
Las palabras sonaban conllevando sentidos
superfluos y crasos.
Giraba la mujer.
Las palabras sonaban conllevando sentidos
superfluos y crasos.
Giraba la mujer.
Rebasaba
su órbita
como un pronunciamiento
de todo lo que es bello,
vacío, ritual, sonoro, triste.
como un pronunciamiento
de todo lo que es bello,
vacío, ritual, sonoro, triste.
JUAN ANTONIO MASOLIVER
Volvamos
a la música
de la playa
a escuchar
Legata a un granello di sabbia
pues es arena lo que llueve
en la luz de mis ojos,
nombres que como estrellas
o pezones o canicas
de vidrio brillan
en el recuerdo.
Desnudos
que lamen la saliva salada
de los labios, vientres
de mica, pechos
de piedra en la playa
del baile, el sol
de baquelita:
la maraña.
de la playa
a escuchar
Legata a un granello di sabbia
pues es arena lo que llueve
en la luz de mis ojos,
nombres que como estrellas
o pezones o canicas
de vidrio brillan
en el recuerdo.
Desnudos
que lamen la saliva salada
de los labios, vientres
de mica, pechos
de piedra en la playa
del baile, el sol
de baquelita:
la maraña.
De: "En las rejas del tiempo"
CARLOS BARRAL
Torre en medio
Nunca noche ninguna
ni trámite se fueron tan despacio.
Volvía a los lugares
recientes, repetía
las aguas, tarde siempre
para enfilar los pasos escogidos,
y volvía a partir;
la noche inmensa
comenzaba conmigo a mis espaldas.
Pero fue en un instante
real, aquella orilla
blanca, diurna ciudad,
aquella
populosa cultura
vid,
que viene
por cima de los montes al encuentro.
¿Vienen al hombre los demás?
¿Oyen la voz de auxilio y edifican
tierra sobre la tierra plazas firmes
fortificadas hacia el mar? ¿Conocen
la causa y nos darán
socorro?
Casi sin preguntar toqué su suelo.
Recuerdo el peso extraño,
la balanza de cuerpo poco a poco
presente y cómo iba
cerrándose, y el mundo
veloz, en cambio, y leve de la piedra
desorbitada en derredor. ¿Qué pausa
escogería, qué intersticio
entre dos colisiones, entre choques,
qué pasó entre dos ráfagas ?
No supe
reunirme tan pronto y acudieron
sólo los miembros de la voz.
¿Quién quería guiarme?
Entonces desde dentro
fui suspendido sin saber. De un golpe
cesó la piedra rápida en mis sienes.
Vías alegres comenzaron, soplos
edificados, persistentes
ánimas cielo arriba, bulevares
de espejos, frondosos.
Andaría
por los vidrios oblicuos entregando
de parte en parte mi memoria,
iría al centro de la red, al sitio
desde el que se es vertido,
si alguien cerrase tras de mí las puertas
y borrase mi rostro a lo que viene
siguiéndome. Si el agua
lustral brotara y fuese sin recuerdo.
Si en un lugar de súbito se abriera...
«CAFÉ DE TRES NACIONES»
-¿Por acaso
tienen ustedes Cuernos de cristal?
-Al oeste del águila el recinto
según fue al tiempo de fundar.
Vi las horas internas.
Paralelas armadas,
en guardia, las aristas
me condujeron y una voz perpetua,
y adiviné al centro del poder.
Fue un .texto de gargantas, de ojos. Grave
al unísono. Llegaban
en el preciso instante, transgredían
sus cuerpos permutando
la parte de cabello dividido,
cambiando de caminos.
Yo quería
ir por ellos.
Y anduve
sobre el andén simétrico y a solas.
Mas luego porque fuera
la carroza esmaltada más despacio,
ven -dije-. ¿ Qué importaba
que acudiera sin verme ?
Rocé el borde, y apenas
tomados de las uñas,
envueltos en lo múltiple por todo,
entramos cuerpo a cuerpo,
adentro de los muros
abyectos del amor. ¡Oh ira,
las medias solas,
las líneas verticales,
que reparten la risa entre los dientes!
-Ven. Ven. Escucha
la aplicada costumbre
del agua-
Los brotes cómo estallan,
y tallos en seguida,
inician inminentes ademanes,
se adentran, pujan, rompen
las láminas de espera y nos inundan.
Porque ignoramos
nuestra mitad vacía, nuestra sombra
interior, y aún es posible
el mundo enteramente en los adentros.
La silla en su madera, ¿piensa?
¿Despliega sus astillas
en orden a la aguja?
¿Hacia el tronco glorioso,
devastador, al cielo
clama en lo sordo su garganta opaca?
Oh sí. En lo alto
como un vexilo entre las ramas bate,
como un vexilo al final de las armas,
al viento, la envoltura
sutil. Delgada resistencia.
Oh sí. Oh sí. Conozco
los flancos de metal, el amarillo
ahora
ya,
cuando empieza a fundirse.
Rompió el aire en los pechos.
Cruzó una sombra blanca sin memoria.
No sé sino torrentes,
vías abiertas al espacio, y que era
un punto allí entre cuerpos más sensible.
La ciudad se vencía.
Con nosotros venían, no conmigo,
detrás de mí los rótulos :
FÁCIL. A TODAS PARTES.
EN TODO TIEMPO. AHORA.
La ciudad
-más fuerte
rompió un aire sin límites-
saltaba en fragmentarias
luces.
Y fue en la loma externa,
donde florecen los geranios
cultos en los bidones de albayalde,
el tránsito a la ola
carbonosa y crujiente,
el paso al otro sueño.
¿Donde había
visto la torre en espiral en medio
del oscuro relámpago,
la palmera de Delos
oculta, los altares
ocultos desde el agua?
Porque no conocía
tierras al otro lado, ni otro paso,
ni obstáculo a los ojos en la suerte
inacabable.
Nunca
había visto las islas
y eran casi recuerdo cuando estaban más cerca;
proa enemiga, riesgo.
Pasaba
largo tiempo sin saberlas.
Nunca noche ninguna
ni trámite se fueron tan despacio.
Volvía a los lugares
recientes, repetía
las aguas, tarde siempre
para enfilar los pasos escogidos,
y volvía a partir;
la noche inmensa
comenzaba conmigo a mis espaldas.
Pero fue en un instante
real, aquella orilla
blanca, diurna ciudad,
aquella
populosa cultura
vid,
que viene
por cima de los montes al encuentro.
¿Vienen al hombre los demás?
¿Oyen la voz de auxilio y edifican
tierra sobre la tierra plazas firmes
fortificadas hacia el mar? ¿Conocen
la causa y nos darán
socorro?
Casi sin preguntar toqué su suelo.
Recuerdo el peso extraño,
la balanza de cuerpo poco a poco
presente y cómo iba
cerrándose, y el mundo
veloz, en cambio, y leve de la piedra
desorbitada en derredor. ¿Qué pausa
escogería, qué intersticio
entre dos colisiones, entre choques,
qué pasó entre dos ráfagas ?
No supe
reunirme tan pronto y acudieron
sólo los miembros de la voz.
¿Quién quería guiarme?
Entonces desde dentro
fui suspendido sin saber. De un golpe
cesó la piedra rápida en mis sienes.
Vías alegres comenzaron, soplos
edificados, persistentes
ánimas cielo arriba, bulevares
de espejos, frondosos.
Andaría
por los vidrios oblicuos entregando
de parte en parte mi memoria,
iría al centro de la red, al sitio
desde el que se es vertido,
si alguien cerrase tras de mí las puertas
y borrase mi rostro a lo que viene
siguiéndome. Si el agua
lustral brotara y fuese sin recuerdo.
Si en un lugar de súbito se abriera...
«CAFÉ DE TRES NACIONES»
-¿Por acaso
tienen ustedes Cuernos de cristal?
-Al oeste del águila el recinto
según fue al tiempo de fundar.
Vi las horas internas.
Paralelas armadas,
en guardia, las aristas
me condujeron y una voz perpetua,
y adiviné al centro del poder.
Fue un .texto de gargantas, de ojos. Grave
al unísono. Llegaban
en el preciso instante, transgredían
sus cuerpos permutando
la parte de cabello dividido,
cambiando de caminos.
Yo quería
ir por ellos.
Y anduve
sobre el andén simétrico y a solas.
Mas luego porque fuera
la carroza esmaltada más despacio,
ven -dije-. ¿ Qué importaba
que acudiera sin verme ?
Rocé el borde, y apenas
tomados de las uñas,
envueltos en lo múltiple por todo,
entramos cuerpo a cuerpo,
adentro de los muros
abyectos del amor. ¡Oh ira,
las medias solas,
las líneas verticales,
que reparten la risa entre los dientes!
-Ven. Ven. Escucha
la aplicada costumbre
del agua-
Los brotes cómo estallan,
y tallos en seguida,
inician inminentes ademanes,
se adentran, pujan, rompen
las láminas de espera y nos inundan.
Porque ignoramos
nuestra mitad vacía, nuestra sombra
interior, y aún es posible
el mundo enteramente en los adentros.
La silla en su madera, ¿piensa?
¿Despliega sus astillas
en orden a la aguja?
¿Hacia el tronco glorioso,
devastador, al cielo
clama en lo sordo su garganta opaca?
Oh sí. En lo alto
como un vexilo entre las ramas bate,
como un vexilo al final de las armas,
al viento, la envoltura
sutil. Delgada resistencia.
Oh sí. Oh sí. Conozco
los flancos de metal, el amarillo
ahora
ya,
cuando empieza a fundirse.
Rompió el aire en los pechos.
Cruzó una sombra blanca sin memoria.
No sé sino torrentes,
vías abiertas al espacio, y que era
un punto allí entre cuerpos más sensible.
La ciudad se vencía.
Con nosotros venían, no conmigo,
detrás de mí los rótulos :
FÁCIL. A TODAS PARTES.
EN TODO TIEMPO. AHORA.
La ciudad
-más fuerte
rompió un aire sin límites-
saltaba en fragmentarias
luces.
Y fue en la loma externa,
donde florecen los geranios
cultos en los bidones de albayalde,
el tránsito a la ola
carbonosa y crujiente,
el paso al otro sueño.
¿Donde había
visto la torre en espiral en medio
del oscuro relámpago,
la palmera de Delos
oculta, los altares
ocultos desde el agua?
Porque no conocía
tierras al otro lado, ni otro paso,
ni obstáculo a los ojos en la suerte
inacabable.
Nunca
había visto las islas
y eran casi recuerdo cuando estaban más cerca;
proa enemiga, riesgo.
Pasaba
largo tiempo sin saberlas.
CARLOS PENELAS
Perry 341
Sólo
sé que una vez fui Poncho Negro.
Y
otra Sandokán,
enamorado
para siempre de Mariana.
Así
era yo. Valiente, inesperado.
No
había lugar sobre la tierra.
Fui
Búfalo Bill, corsario de galeotes, escampavía.
(Estoy
viendo la bondad ensimismada
en el
volar voluntario de la tarde.
Recogiendo
las hojas de los árboles,
llamándome).
Ahora
estaba el mar con sus piratas.
Ahora
era el sheriff desenfundando el Colt.
En
ese tiempo inmóvil no existía el registro civil
ni
las hembras dementes
o la
sombría sangre de los desaparecidos.
A la
hora de la siesta
las
palabras latían desde lejos.
Eran
campesinos de la guerra de España,
descamisados
fecundando su odio,
el
fascismo metido en cada sindicato.
Pero
a mí me invadían el ocio y la ternura.
Era
secuaz del viento en el tranvía,
la
imagen deslizante de los cabellos sueltos,
la
ciudad protegida por cocheros.
El
domingo en forma de Visera;
el
fervor era el puño de mi primo
en la
tribuna. Y el gol de Ernesto Grillo.
Sentir
por la radio que el zurdo Prada
lo
tiraba a Gatica. Soñar con esa niña
de
ojos claros que vivía en el barrio.
Y
conquistar la murga de Portela,
peregrina
y errante,
que
insolente insultaba a esa vejez tan gris.
La
vida era esa bolita azul, una puntera.
La
casa de mi tía, la pelea en la plaza,
un
zaguán carbonero y carbonario.
Manolete
muriendo con su traje de luces.
John
Wayne inventando otra historia de cowboy
en el
Select Lavalle
desde
una diligencia inmemorial.
Mi
padre auguraba un futuro sombrío.
Y mi
madre bordaba sus congojas
por
un hijo perdido en imaginerías.
Mis
hermanas invocaban a un dios mitológico
para
que yo dejara de creerme Tarzán.
Me
olvidaba la pluma cucharita.
No
entendía el triángulo isósceles.
Ni
las monocotiledóneas
ni a
French o a Lavalle.
No
memorizaba el caballo blanco del manual.
Sólo
los senos prodigiosos de la señorita Gloria.
Bellas
eran la imágenes de los libros de Verne.
Los
primeros secretos,
la
eternidad gozosa ante tanta estupidez.
Era
puro el contacto de la lluvia,
los
potajes, la fiebre, el azufre.
Las
manzanas perfumaban las sábanas del cuarto,
navegábamos
en los paisajes de la luna
salvándonos
de toda iniquidad, de todo templo.
Eran
las moradas rebeldes,
los
sagrados rincones
que
la mirada perdida recorría
en
los dudosos límites de cada profecía.
Así
era la luz,
el
reino de mis dioses tutelares.
Ahora
me observo en esta fotografía.
Admiro
mi alborada, mi ajedrez, mi sonrisa.
Esa
linterna mágica que convoca los nombres.
Te
restituyo las horas del milagro, capitán.
La
billarda, la honda, mi caballo ensillado.
Los
hijos de la noche deambulaban por la casa.
Se
hospedan en palacios,
se
cuentan una historia de férvidos vestigios.
Y mis
ojos se nublan.
La
ausencia nos redime en un recuerdo abierto.
Ahora,
que tengo cuarenta y seis años
y me
arrojo al mar para salvar a un hombre que se ahoga.
De: La mirada roja
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