lunes, 27 de marzo de 2017


ANTONIO MACHADO




A orillas del Duero



      Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. 

      Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. —Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero. 

      El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla. 

            ¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! 

      Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó?  Sobre sus campos aún el fantasma yerta
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. 

      La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa. 

      Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. 

      El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.



ELSA LÓPEZ





No llores, amor mío,
no se nublen tus ojos,
que voy a andar ligera a tus pies enredada
y no podrás seguirme cuando llegue a tu pecho.
Aguárdame en la sombra al final de los árboles.
Extenderé las alas y volaré hacia ti.
Penetraré lo oscuro,
reclamaré del bosque la humedad de tu tronco
y ya no habrá enemigos pendientes de tu espalda.
Tienes que estar atento,
que cuando emprenda el vuelo tendremos el instante,
el fulgor de las alas,
y luego vendrá el vértigo del amor más brutal.
Vendrá un crujir de plumas,
la sangre, como almíbar,
y el grito, ya inhumano,
de la muerte más dulce que hayas imaginado.


1995


De: "Tránsito"


JESÚS MUNÁRRIZ




De poeta a poeta



Sabes -y sueles- hacer el amor
como el poeta construye sus versos:
con acordada mezcla
de pasión y sistema
(y no digo artificio),
de música, entusiasmo,
intuición y saber.
Precisas emociones
las transformas en ritmo
y melodiosa fantasía
enriquece tus gestos;
sabrosa perversión
los enloquece.
Cuando estás inspirada, que es bastante a menudo,
me transportas a límites nunca antes alcanzados.
De poeta a poeta:
enhorabuena.
¿Cómo podría hacerme
con tus obras completas?


De: "Esos tus ojos"


JOSÉ ÁNGEL VALENTE




Hay una leve luz caída...



Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.
                                               Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.


(Octubre)



FRANCISCO CERVANTES




Lema y dama



era una bella
de gran dulzura ligeramente obesa
con esa gran dulzura perruna
que tienen las mujeres gordas
el caballero no conocía oración más eficaz
en los momentos de peligro
que el nombre de su dama
ni existía virgen de quien fuera más devoto
los colores de sus armas no invocaban
sus victorias sino la piel de su amada
el vestido de que la despojara
la primera inolvidable noche
de todas sus contiendas no guardaba memoria
no así de las expresiones corrientes de su dama
o de su risa o de sus gestos
tal era su actitud tal fue su recompensa
la que le fue entregada a todo lo largo de su recorrido
no de una y definitiva vez
ni más placentera ni mejor victoria nunca tuvo
a todo lo largo del camino recordó
cada uno de los miembros del cuerpo venerado
y cada una de las entonaciones de la voz
y aun de los sollozos que en el lecho
nacían de la garganta que él amaba
y las palabras ora dulces ora soeces
de los momentos en que la comunicación se consumaba
más estrechamente unidos
por más extremos de sus cuerpos
todos esos ruidos en su lápida
que pesa sobre sus huesos sin fatiga
mejor epitafio y más bello hubieran hecho
que un verso de cualquier maestro de la trova
y fueron el más alto premio
la bienvenida más notable que tuviera
al regreso de todas sus batallas
aquí no se narra más
su lema de todos conocido
pero no de todos entendido
decía ama sobre la tierra como bestia
y muere pronunciando esas palabras sólo suyas
aquí se habla de su lema
y ha poco de su dama
de sus armas las realmente poderosas
fueron su altivez
su magnífica sangre de bruto
y su terquedad a prueba de delirios
¿de tal caballero el nombre?
el de la Inquieta Espada
tal era su actitud tal fue su recompensa. 



YANNIS RITSOS




Grados de sensación



El sol declinó rosa, naranja. El mar,
oscuro, azul verde. A lo lejos un barco,
una mancha negra balanceándose. Alguien
se levantó y grito: "un barco, un barco".

Los otros, en el café, dejaron sus sillas, miraron.
Realmente era un barco. Pero el que había gritado,
sintiéndose culpable bajo las severas miradas de los otros,
declinó la mirada y dijo en voz baja: "les mentí".